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Suburbios en Francia: una bomba de relojería donde nace el terror yihadista

Los hermanos Kouachi, Amedy Coulibaly y Hayat Boumeddiene crecieron a la espalda de un país con un problema estructural que se refleja en el día a día

Suburbios en Francia: una bomba de relojería donde nace el terror yihadista AFP

AITOR SANTOS MOYA

Durante los últimos días el mundo entero ha contemplado como Francia se desangra sin más motivo que el odio a la tolerancia, a la libertad humana. Un panorama desolador que pone de manifiesto la vulnerabilidad de una sociedad acostumbrada a caminar sin que la muerte amenace en cada esquina. Cuando el primer mundo suele posar su retina en la miseria, lo hace casi siempre con una mirada larga, esquiva con la problemática social más cercana a su entorno. Los televisores se llenan de lágrimas al posarse en la pantalla imágenes demoledoras de África al sur del Sahara o Asia Meriodinal, dos de las regiones más afectadas por la pobreza. Pero son pocos los que reparan en la agonía de una realidad poco o nada mediática que lleva décadas agonizando sin que ninguna cámara de televisión sitúe sus focos sobre ella. En el corazón de las ciudades más prósperas del planeta florece un creciente porcentaje de población excluido del progreso, asentado en lugares donde nadie quiere mirar, o mejor dicho, donde nadie se atreve a mirar.

Cherif Kouachi, coautor del brutal ataque contra la revista satírica «Charlie Hebdo» , fue condenado en 2008 a tres años de cárcel por formar parte de la llamada «red de Buttes Chaumont», que se encargaba de reclutar jóvenes marginales para incorporarlos a la rama iraquí de Al-Qaida, dirigida entonces por Abu Musab al Zarkaui. Un vídeo captó una declaración del propio Cherif a la entrada del juzgado: «Solo soy un chico de los suburbios». Alto y claro, como si de un 'juego de niños' se tratara, el fundamento de la defensa consistía en hacer ver que estos enclaves tan solo eran un nido de delincuencia juvenil a pequeña escala. Pero había algo más. Como él y su hermano Said o Amedy Coulibaly y su esposa musulmana Hayat Boumeddiene , miles de jóvenes crecieron de suburbio en suburbio a la espalda de un país con un problema estructural que se refleja día a día en los choques religiosos entre musulmanes fanáticos y conservadores, asaltos a escuelas judías y musulmanas, profanación de cementerios, cristianos, judíos y musulmanes o tensiones étnicas que enfrentan a franceses de diversa formación cultural y religiosa.

Rebeca Cordero Verdugo, profesora titular en Sociología de la Universidad Europea , explica que estos guetos son un problema en todos aquellos países donde se den y atañe que «las consecuencias y las problemáticas derivadas de estos, guardan relación con el número y el volumen de los mismos». Las matanzas de «Charlie Hebdo» y Montrouge ejemplifican como el germen del terror que prolifera en estas zonas se está haciendo fuerte desde dentro, «en los suburbios es donde existen grandes asentamientos migratorios; inmigrantes muy guetificados a los que se ha aplicado una escasa integración cultural, con elevados niveles de pobreza y desempleo. Pero no hablamos de inmigrantes de primera generación (aquellos que se asientan por primera vez en el país de destino) sino de tercera generación (nietos de los primeros) que ya como ciudadanos franceses no se sienten plenamente integrados en la Nación».

«No hablamos de inmigrantes de primera generación, sino de tercera (nietos de los primeros)»

Con más de 700 suburbios, el país galo ha sufrido verdaderas rebeliones a lo largo de su historia reciente: desde la gran crisis de los suburbios del invierno de 1985 hasta los sonados disturbios de 2005, los diferentes gobiernos han preferido aplicar medidas de contención en lugar de prevención. Días antes de la multitudinaria manifestación en París, las altas esferas empezaron a reforzar su política antiterrorista, incluyendo entra las medidas un despliegue de 10.000 soldados para vigilar puntos sensibles del territorio francés. «Se trata de una movilización militar que no se había producido nunca», matizó Valls. Una acción de choque que no es novedosa, tal y como señala la profesora, «en 2013, Francia aprobó un Proyecto de Ley para mejorar la situación de los suburbios franceses, tras implementar políticas de tolerancia cero (las cuáles ya se impusieron en EE.UU. tras los atentados del 11S), pero la realidad es que estas medidas han sido tardías y aunque han provocado algunas mejoras no han sido suficientes».

Dentro de la sinrazón proveniente del fanatismo, es conveniente señalar otros ingredientes adicionales que suponen un perfecto caldo de cultivo para las actuaciones terroristas que se vienen sucediendo : el miedo, la incultura, la pobreza, los intereses creados,... ¿pero cómo poner freno a una cuestión que golpea sobre la base más baja de la población? François Hollande y Manuel Valls vienen reiterando que Francia debe hacer frente a un desafío «sin precedentes», ligado a la presencia militar francesa en Malí, Siria e Iraq, pero no inciden con demasía en el hecho de atajar de raíz un enigma que tiene como protagonistas a extremistas nacidos en Francia.« No considero que esta sea la manera más adecuada de afrontar esta problemática, dado que a los problemas sociales hay que darles respuestas sociales. Respuestas centradas en la educación, la socialización, la integración y la culturización; mediante el respeto de la diferencia y las costumbres nacionales. Solo de esta forma se puede evitar que inmigrantes de tercera generación se sumen a este tipo de grupos», señala Cordero Verdugo.

Los altos niveles de abstención también revelan el descontento social en el seno de estos barrios. A pesar de que caminan en consonancia con la escasez de respuestas que obtienen «de unos políticos que obvian sus problemáticas y con los que no se sienten identificados», Cordero Verdugo coloca el foco en la paradoja de que algunos partidos sí usan la situación de estos enclaves periféricos para apoyarse en la identidad nacional y culpabilizar a los mismos de los conflictos sociales, «inyectando ideas xenofóbicas, racistas o islamofóbicas en el electorado». Es el caso de la presidenta del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, quien esta semana presentó una propuesta para crear una brigada de gendarmes específica para los suburbios y aprovechó la psicosis desatada para expresar que el mundo ya no se enfrenta a terroristas con el perfil de Osama Bin Laden, sino a «gentuza radicalizada».

Irreal multiculturalidad aceptada

Otra de las cuestiones es la existencia de verdaderos mercados de armas de guerra en estos territorios, con precios al alcance de todos los públicos. Aunque la relativa facilidad para su adquisición ha vuelto a saltar al primer plano mediático tras conocerse el arsenal de los hermanos Kouachi y Amedy Coulibaly, gran parte de la sociedad se pregunta por qué no se ha tratado de atajar con anterioridad. «Los países a nivel mundial apenas intervienen para paliar situaciones puntuales. En lugares deprimidos es habitual que existan formas de subsistencias al margen de la ley, cuyo fin sólo es posible revitalizando o rehabilitando las zonas en cuestión».

Después de que París se convirtiera tristemente en el epicentro del terror yihadista, cabe preguntarse si España está en el punto de mira de los llamados 'lobos solitarios'. Cordero Verdugo observa más diferencias que paralelismos entre los países vecinos, «Francia, tras la segunda descolonización, ha sido un país mucho más difícil que España en cuanto a gestión, a nivel cultural, se refiere. Sabido esto, hay que tener en cuenta dos hechos derivados de la circunstancia, por un lado la ineficiencia de las políticas francesas respecto a la integración cultural y, por otro lado, una irreal multiculturalidad aceptada. En este sentido, es posible que individuos que no se sienten parte activa de su sociedad y que no disponen de las mismas posibilidades, actúen por su cuenta auspiciados por ideas radicalizadas, apoyadas en cuestiones presentes en su cultura de origen: credo, creencia, cultura, etc».

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