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China recuerda la masacre de Nankín en medio de la tensión con Japón

En su 77 aniversario, el presidente Xi Jinping promete no olvidar la muerte de 300.000 personas en uno de los episodios más atroces de la invasión nipona

China recuerda la masacre de Nankín en medio de la tensión con Japón REUTERS

PABLO M. DÍEZ

Con el ulular de una atronadora sirena a modo de llanto colectivo, China ha celebrado este sábado el 77 aniversario de la masacre de Nankín (Nanjing), uno de los capítulos más sangrientos de la invasión japonesa, que duró desde 1931 hasta 1945. Durante el asalto a la entonces capital de China, que comenzó el 13 de diciembre de 1937 y se prolongó seis semanas, perecieron al menos 150.000 personas, según el Tribunal Internacional de Tokio que juzgó a los criminales de guerra nipones. Las autoridades chinas elevan dicha cifra hasta las 300.000 personas, a las que hay que sumar las 20.000 mujeres y niñas que fueron violadas por los soldados nipones. En cualquier caso, en Nankín se desató una auténtica orgía de sangre y destrucción que sigue enturbiando las siempre difíciles relaciones entre China y Japón , hundidas en uno de sus peores momentos por la disputa de las islas Senkaku (o Diaoyu en mandarín).

En medio de dicha tensión, el autoritario régimen de Pekín ha instaurado este año por primera vez el Día Nacional de Homenaje a las Víctimas de Nankín, dándole así difusión estatal a los actos de recuerdo que se venían celebrado cada aniversario en el Museo de la Masacre. Para que las atrocidades cometidas por Japón durante la guerra no caigan en el olvido, el presidente de China, Xi Jinping , ha oficiado una ceremonia a la que han asistido unas 10.000 personas, entre ellas supervivientes de la matanza, y que ha sido retransmitida en directo por la televisión estatal.

«Cualquiera que trate de negar la masacre no podrá hacerlo por la Historia, las almas de las 300.000 víctimas, los 1.300 millones de chinos y toda la gente que ama la paz y la justicia en el mundo», declaró solemne Xi Jinping, quien también hizo un llamamiento a la reconciliación. Para ello, recomendó que «no deberíamos guardar odio contra un país entero sólo porque un pequeña minoría de militares lanzaron guerras sangrientas. Las responsabilidades por los crímenes de guerra recaen sobre un puñado de militares, pero no sobre el pueblo. Sin embargo, no podemos olvidar nunca las atrocidades cometidas por los agresores». Aunque insistió en que el «propósito de este homenaje no es prolongar el odio» a Japón, lo cierto es que ése es el sentimiento que la educación y la propaganda inculcan a los chinos.

En su discurso, el presidente Xi también recordó a los extranjeros que vivían en Nankín en esa época y salvaron a muchos de sus ciudadanos de caer en manos del Ejército imperial nipón. Entre ellos destacan el misionero John Getz, quien logró sacar una cinta con imágenes de cine que mostró en el Congreso de Estados Unidos destapando la brutal conquista de Nankín. Especialmente apreciada es también la figura de John Rabe, un directivo de Siemens y miembro del Partido nazi alemán apodado «el Schindler de Nanjing» porque, junto a otros expatriados, organizó una «zona de seguridad» donde se refugiaron 250.000 personas que huían del infierno desatado por los soldados nipones.

Atrocidades de la ocupación

Todas las atrocidades que cometieron están debidamente documentadas en el estremecedor libro «The rape of Nanking» , de Iris Chang. Además, hay documentales con imágenes de la época, como « Nanking », dirigido por Bill Guttentag y Dan Sturman, que muestran matanzas indiscriminadas perpetradas de las maneras más sádicas: a bayonetazos, quemando vivos a los prisioneros o en masivas ejecuciones sumarias con ametralladoras a orillas del río Yangtsé y en la falda del monte Mufu que se cobraron decenas de miles de vidas.

Junto a la masacre de Nankín, la ocupación japonesa dejó otros horrorosos episodios como la prostitución de 200.000 «mujeres del consuelo» como esclavas sexuales del Ejército nipón o los experimentos biológicos con cobayas humanas que, al más puro estilo nazi, llevó a cabo la Unidad 731 en Harbin.

Desde que acabó la contienda con el lanzamiento de sendas bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, la actitud que ha mantenido Japón ha sido muy distinta a la del otro gran derrotado, Alemania, que ha liderado la unión de Europa para redimirse por su pasado. En Asia, sin embargo, tanto China como Corea del Sur no se acaban de creer las formalistas disculpas que, de forma tan automática como poco convincente, los distintos Gobiernos nipones han repetido, literalmente palabra por palabra, durante los últimos años.

A este orgullo típicamente japonés se suman los habituales desaires que suelen airar a sus vecinos, como las periódicas peregrinaciones al santuario sintoísta de Yasukuni, enclavado entre el Palacio Imperial de Tokio y el Museo Militar de Yushukan. Allí se veneran las almas de los 2,5 millones de soldados nipones caídos en acto de servicio desde la restauración de la dinastía imperial Meiji (1866-69) hasta el final de la Segunda Guerra Mundial (1939-45). Entre ellos figuran más de un millar de criminales de guerra – 14 de primer clase – ajusticiados por los Aliados al término del conflicto. En 1978, todos ellos fueron incluidos de forma secreta en el Registro de Almas de Yasukuni. Por ello, cada visita de los parlamentarios y ministros japoneses, como el «premier» Shinzo Abe las pasadas Navidades, suponen una grave ofensa para las naciones que más sufrieron la ocupación nipona, como China y Corea, donde se calcula que murieron entre 20 y 30 millones de personas.

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