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¿Por qué reina el caos en Burkina Faso?

Violentas protestas exigen la salida de Blaise Compaoré, en el poder los últimos 27 años

¿Por qué reina el caos en Burkina Faso? REUTERS

EDUARDO S. MOLANO

Empezó siendo una protesta ciudadana y ha acabado en una revolución en toda regla.

El presidente de Burkina Faso, Blaise Compaoré, decretó ayer el estado de emergencia, así como anunció la disolución del Gobierno, después de que millares de manifestantes asediaran varios edificios oficiales de la capital, Uagadugú.

El motivo de la revuelta se encuentra en la intención de Compaoré de extender su mandato, que se prolonga por más de 27 años. Precisamente, para evitar una posible reelección, en 2005, se introdujeron en la Constitución una serie de reformas que impedían su candidatura. Sin embargo, ayer los diputados debían aprobar una reforma para permitir a Compaoré su continuidad en el cargo.

«Ya no hay vuelta atrás. Es él o nosotros. Si dejamos que continúe en el poder, la represión será feroz», reconocía en conversación telefónica con ABC F. Sidibe, uno de los manifestantes que en los últimas horas caminan bajo el lema «No toques el artículo 37», en referencia a la cláusula de la Constitución que ahora prohíbe la candidatura de Compaoré a las elecciones del próximo año.

En declaración oficial, Compaoré, de quien se desconoce el paradero, anunciaba a última hora de ayer la retirada de la reforma para extender su mandato, así como pedía «volver a la calma» a las fuerzas opositoras, a quienes ofreció un diálogo abierto.

Sin embargo, la ola de violencia parece difícil de contener, con el Parlamento y la televisión nacional en manos de los manifestantes.

«Tras casi 30 años de dictadura, hemos dado un salto hacia adelante. Ahora tenemos la obligación de confirmarlo», destacaba a este diario el manifestante J. Dabré.

Compaoré accedió al poder en octubre de 1987, tras un golpe de Estado contra Thomas Sankara, considerado el «Ché Guevara de África» y, aún todavía, una de las figuras más reverenciadas de la política regional.

Desde entonces, el mandatario burkinés se ha impuesto en cuatro elecciones presidenciales. En las últimas, en 2010, con el 80% de los votos. Un apoyo incondicional ciertamente extraño para un país situado en el puesto 181 de 187 en el índice de desarrollo humano y cuya renta per capita es de apenas 700 dólares anuales, una de las más bajas del mundo.

Mientras, fuentes del movimiento opositor reconocen a ABC la total alineación del Ejército (o al menos, una parte de él) con sus demandas. Los propios organizadores de la revuelta aseguran que «decenas de militares se han unido a ellos en las protestas» y su intención es «derrocar a Compaoré». No obstante, esta afirmación no ha podido ser comprobada de manera independiente.

Precisamente, el futuro proceder de la cúpula militar se presenta como el punto definitorio del desarrollo de acontecimientos. Sin su beneplácito, la fecha de caducidad del régimen Compaoré parece inmediata. En este sentido, la mayoría de voces opositoras exigen que el general retirado Kwame Lougue asuma la jefatura de Estado.

¿Por qué tantas asonadas?

Como denuncia George Klay Kieh, autor de «The Military and Politics in Africa», solo en el periodo 1952-2000, al menos 85 intentonas golpistas resultaron exitosas en el continente africano. De igual modo, en los últimos cinco años, se han producido pronunciamientos triunfantes en otros cinco países («primaveras árabes» al margen): Madagascar (2009), Níger (2010), Malí (2012), Guinea Bissau (2012) y República Centroafricana (2013, aunque este último se pueda considerar una guerra civil más al uso).

De igual manera, según un reciente estudio de la Royal African Society, tres elementos resultan indispensables para entender esta tendencia. Primero, las frecuentes implicaciones políticas del Ejército, que desde el colonialismo se ha convertido en un agente de cambio gubernamental. Segundo, la gran desconexión existente entre lo que el Gobiernos central representa y las aflicciones cotidianas de su población.  Como resultado, la gente no suele invertir en la supervivencia de sus líderes.  Y por último, la total dependencia de las fuerzas policiales hacia la figura estatal. Es por ello, que la policía no duda en disparar a manifestantes desarmados con fuego real para cerrar cualquier tipo de disidencia.

Sin embargo, en palabras de los analistas, algo parece estar cambiando en este tipo de pronunciamientos armados. Para el profesor David Seddon, a pesar de que resulta indudable que los golpes militares  se han incrementado  en número y frecuencia en los últimos años, también es necesario analizar tanto la naturaleza de los gobiernos derrocados, como sus propias características. 

«Muchos de los llamados líderes democráticos han llegado al poder mediante deficientes procesos electorales o se han vuelto cada vez más autoritarios y represivo [las llamadas falsas democracias]». Por tanto, como reconoce el académico, a menudo, los golpes de Estado  han sido llevado a cabo  por representantes  comprometidos en «limpiar la clásica política de élite» y restaurar la «adecuada» democracia en un plazo determinado.

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