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Los 300.000 soldados del ejército de Irak huyen ante 30.000 yihadistas

Fue el gran fracaso de EE.UU. y de Bagdad. Se excluyeron a los profesionales de las anteriores fuerzas armadas que se aliaron con el enemigo

Los 300.000 soldados del ejército de Irak huyen ante 30.000 yihadistas reuters

mikel ayestaran

Estados Unidos y Francia bombardean cada día posiciones de los yihadistas del Estado Islámico (EI) en Irak y una fuerza encabezada por milicias kurdas y chiíes avanza sobre el terreno. Pero el Ejército de Irak, creado desde la nada por los estadounidenses tras disolver el del antiguo régimen de Sadam Husein en 2003, tiene un papel testimonial en esta guerra. Unos 300.000 hombres, 25.000 millones de dólares invertidos, ocho años de formación, entregas de potente armamento –cuentan con más de 150 tanques Abrams M1– para nada. Ese «imponente» Ejército salió huyendo ante el empuje de unos yihadistas e insurgentes suníes que tomaron ciudades como Mosul y Tikrit en apenas 48 horas y que han instaurado un «califato» que se extiende hasta Siria. Las unidades militares iraquíes abandonaron sus cuarteles sin oponer resistencia dejando en manos del enemigo todo su más moderno armamento. En el caso de Mosul se calcula que unos 30.000 militares abandonaron sus puestos tras la llegada de no más de 800 yihadistas.

El jefe del Estado Mayor Conjunto, Martin Dempsey, reconoció en su intervención ante el Senado que «la mitad» de las fuerzas armadas iraquíes es incapaz de colaborar con EE.UU. en la lucha contra el EI y por ello abrió la puerta al envío de apoyo militar al campo de batalla. Después de analizar durante unas semanas las unidades iraquíes tras el descalabro del verano, Dempsey calcula que 26 de las 50 brigadas del Ejército tienen capacidad de respuesta y «espíritu nacional», pero en las otras 24 la «masiva presencia» de soldados chiíes les convierte en una fuerza «poco creíble» para hacer frente al Ejército Islámico suní.

Falsa unidad

El 60% de los iraquíes sigue el chiísmo duodecimano, el mismo que rige en Irán, frente al 30% suní, secta a la que pertenecía Sadam Husein y que controló el país durante décadas en las que los suníes fueron el eje central de las fuerzas de seguridad. Los chiíes estaban prácticamente excluidos. La tercera parte del puzzle iraquí la forman los kurdos, unos 6 millones de personas, que gozan de independencia absoluta en su región autónoma al norte donde la seguridad está en manos de las milicias del Partido Democrático del Kurdistán (PDK) y de la Unión Patriótica del Kurdistán (UPK).

La caída de Sadam aupó a los chiíes al poder y una de las primeras decisiones de Washington fue disolver el antiguo Ejército de Sadam y crear uno nuevo que, sobre el papel, debía ser nacional. Las fuerzas armadas, sin embargo, no tardaron en convertirse en un reflejo de la división sectaria. Mientras los estadounidenses estuvieron en Irak se mantuvieron las formas para intentar dar imagen de unidad. En cuanto se puso fecha a la retirada, comenzaron unos problemas cuyo epílogo ha sido el golpe yihadista del verano. Unos problemas acelerados, según los responsables estadounidenses, por el ex primer ministro Nuri al Maliki, hoy vicepresidente. El International Crisis Group ya advirtió en 2010 de que, por encima de las luchas políticas, «no hay nada más importante para el futuro de Irak que sus fuerzas de seguridad». Pero ni caso.

Al Maliki llegó al poder en 2006, concentró en sus manos las carteras de Defensa e Interior y desde el primer momento transmitió a Washington que «su gran preocupación era la posibilidad de un golpe militar organizado por oficiales del antiguo régimen», recoge el analista Joshua Keating en la web especializada Slate.

Modelo Gadafi

Ante esta amenaza siguió el modelo de dictadores como Moamar Gadafi y «optó por la formación de pequeñas unidades de élite de lealtad» al líder en vez de por «un bien entrenado y multiétnico ejército». Keating destaca que «no fue una sorpresa» que las unidades que han colapsado hayan sido las formadas por soldados de ambas sectas y alejadas de Bagdad. Las próximas a la capital, puramente chiíes, permanecen fieles al Gobierno. En paralelo a esta política sectaria en las fuerzas armadas, Maliki alentó la creación de milicias de corte religioso, algunas de las cuales han servido de base a la Brigada de Abu al-Fadl al-Abbas, que combate en Siria apoyando a Al Assad.

Ocho años después de la llegada de Maliki, las amenazas que temían Washington –el islam radical representado entonces por Al Qaida y hoy por el EI– y por el propio ex primer ministro –los restos del antiguo Baaz– se han unido para combatir al poder central en manos de los chiíes. La presión internacional ha obligado a Maliki a renunciar a un tercer mandato como primer ministro, pero son las unidades del Ejército puramente chiíes y las milicias creadas bajo su mandato como Asaib Ahl al Haq (La Liga de los Justos) las que, reforzadas por los voluntarios que han tomado las armas tras la fatua del gran ayatolá Sistani, combaten en primera línea al EI y resto de grupos de la insurgencia suní que se alzaron contra Bagdad. La alianza contra el EI debilita a corto plazo a los yihadistas, pero abre el camino a unas milicias que no son bienvenidas en las provincias suníes.

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