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La promesa de dar más poderes a Escocia crea agravios en Inglaterra

Cameron quiere que los diputados escoceses en el Parlamento británico no puedan votar en las leyes que solo atañen a Londres

La promesa de dar más poderes a Escocia crea agravios en Inglaterra efe

luis ventoso

A veces, y bien lo saben esos lectores de ABC que arrancan su lectura con las viñetas de Nieto y Puebla, el dardo de los humoristas es el mejor resumen de la atmósfera política de un país. En el Reino Unido el pronóstico es de borrasca profunda, tras el leve respiro anticiclónico del «no» escocés. El viernes, en la mañana posterior al referéndum , Peter Brookes, el dibujante de «The Times», pintaba a David Cameron agarrado a un mástil vacío en medio de un vendaval. El viento arrancaba las ropas del premier, azorado, y lo dejaba en paños menores, protegido tan solo por un calzoncillo con los colores de la Union Jack, la bandera británica. Como en un juego de espejos entre adversarios, ayer Bob, el humorista del «Daily Telegraph», el otro gran diario conservador, seguía la broma. En su tira cómica, Cameron aparece primero haciendo campaña contra la independencia de Escocia vestido con un traje de la Union Jack; luego se agacha para cambiarse y emerge ataviado de caballero medieval, enarbolando la bandera inglesa con la cruz de San Jorge.

Un buen plano de situación. El primer ministro conservador, de 47 años, ha salido vivo de la trampa escocesa que él mismo se tendió concediendo un referéndum demasiado drástico, pero va a tener que pagar un peaje que se llama crisis constitucional. La oferta agónica y precipitada de más poderes autonómicos para Escocia a cambio de su «no» al separatismo ha creado agravios en Inglaterra, y además ha dividido hasta a los propios tories, con el núcleo más conservador clamando contra la cesión del primer ministro.

Para compensar su regalo a Escocia y sosegar al nacionalismo inglés -que también existe-, Cameron quiere que los diputados escoceses en el Parlamento de Londres no puedan votar en las leyes que solo atañen a Inglaterra. Ed Miliband, de 44 años, el líder laborista, que ayer inició en Manchester la convención de su partido, se ha negado. El Partido Laborista tiene en Escocia su gran granero de votos y si sus parlamentarios escoceses no pueden opinar sobre las leyes específicamente inglesas, los conservadores las podrán manejar a su antojo. Miliband quiere dar largas a las reformas y ayer abogó por abrir «una convención constitucional». Un intento de demorar todo cambio en las reglas del juego, pues en el próximo mes de mayo se celebran las elecciones generales y teme verse perjudicado.

Al fondo, pescando en río revuelto, el peculiar líder del Partido para la Independencia del Reino Unido (UKIP); el eurófobo Nigel Farage , de 50 años, ganador contra todo pronóstico de las elecciones europeas y otro dolor de cabeza para Cameron, pues puede hurtarle muchísimos votos. Farage no se cansa de machacar esta frase: «Ya hemos escuchado bastante a Escocia. Inglaterra necesita una voz, necesitamos diputados ingleses decidiendo sobre las materias inglesas». El primer ministro trata de arrebatarle esa bandera ofreciendo lo mismo, y hasta ha encargado a William Hague, el jefe de su mayoría parlamentaria, que cierre un proyecto concreto.

Farage y Boris

Farage y Boris Johnson, el alcalde de Londres, son sin duda los personajes más novelescos de la actual política británica. Johnson, que a medio plazo podría moverle la silla a Cameron, ya ha apuntado que las cesiones de última hora a Escocia que aceptó el premier son «ligeramente temerarias», manera muy 'british' de ponerlas verdes. En cuanto a Farage , el inglés medio lo adora, porque aunque es más sofisticado de lo que aparenta, este antiguo corredor de bolsa vende imagen de hombre del común, con pecados incluidos. Es el único líder que confiesa que adora las pintas y los cigarros, «porque solo se vive una vez», ha sido pillado en algún festín sexual y cuando era veinteañero estuvo a punto de morir al ser atropellado por un coche cuando caminaba en zig-zag tras unas libaciones. Añádase su tono xenófobo en la inmigración y su ramplona munición antieuropea, y ya tenemos el dibujo acabado de la gran amenaza populista en el Reino Unido.

Días difíciles para Cameron, resaca de su pánico de última hora en Escocia. En el penúltimo domingo de campaña, un sondeo que otorgaba por vez primera ventaja a los separatistas hizo que se removiesen las columnas de Westminster. Con el miedo en el cuerpo, los tres grandes partidos nacionales -conservadores, liberales y laboristas- pactaron entre bambalinas una oferta federalista para Escocia a cambio de su lealtad en la consulta. Pero todo fue extraño, chapucero a decir de muchos. La primera noticia la dio de pasada el ministro de Hacienda, George Osborne, en una entrevista tardía en televisión. Al día siguiente, el ex premier laborista Gordon Brown, extraviado hasta entonces en las catacumbas del semi-retiro, emergió para hacer pública la propuesta en nombre de los tres grandes partidos. Un cambio institucional de enorme magnitud se presentaba como una ocurrencia, sin consultarlo siquiera con los parlamentarios de Westminster.

El viernes a las ocho de la mañana, nada más conocerse el resultado oficial de la consulta, Cameron ratificó que cumplirá lo prometido a Escocia y que las nuevas competencias fiscales y en materia social serán ley a final de enero. Ayer Gordon Brown reclamó en un mitin en Escocia que los tres partidos cumplan la palabra dada. Pero Inglaterra frunce el ceño ante el privilegio escocés. Ahora el laberinto es cómo dar salida a las aspiraciones de Inglaterra en un reino de delicado y singular andamiaje institucional.

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