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El final de un mesías que se creía su utopía

La derrota de la opción independentista en el referéndum escocés supone el fin de la carrera de Alex Salmond, el padre de una iniciativa secesionista que ha hecho tambalearse a Europa

El final de un mesías que se creía su utopía efe

LUIS VENTOSO

Inteligente, maniobrero y duro, amante de los caballos y el golf, había resucitado varias veces, pero no ha podido superar la magnitud de su derrota. Tan convencido estaba Alex Salmond de su propia utopía, que se la creyó, y tanto que hoy rubricó su descalabro con una inmediata dimisión, que lo honra. La siguiente pugna por la independencia de Escocia queda para otra generación. Y Salmond ya no tiene horizonte biológico para verla.

Cada vez más orondo a sus 59 años, de verbo elocuente y ojos saltones y agudos, a Alexander Elliot Anderson Salmond se le detesta o se le adora, pero todo el mundo concuerda en que ha sido uno de los políticos más hábiles y consistentes de su generación. Consiguió enredar a Cameron en un referéndum que era una trampa y ha resucitado varias veces.

Entre 1990 y el 2000 dirigió al Partido Nacionalista Escocés (SNP) sin demasiado brillo, hasta el punto de que tiró la toalla y se quedó como parlamentario en Londres. Pero en el 2004 volvió a tomar las riendas de su formación para encadenar una impresionante racha de éxitos. En mayo del 2007 se convirtió en el primer nacionalista al frente del Gobierno de Escocia. Su victoria fue pírrica. Ganó con solo 49 escaños frente a los 79 que sumaban los lealistas (conservadores, liberales y laboristas). Pero los verdes le permitieron gobernar y sembrar desde el poder la semilla del desafecto hacia Londres.

Como gobernante, ha primado los aguinaldos sociales, como la gratuidad de los medicamentos y la universidad, medidas caras, pero muy populistas. En los comicios del 2011 arrasó, con 69 escaños, y se vio con fuerza para lanzar el referéndum que ha estado a punto de convertir en un Estado a un país de cinco millones de habitantes y el tamaño de Castilla-La Mancha.

Salmond alardeaba de que la renta per cápita de Escocia es mayor que la de Reino Unido, Japón o Francia: «Somos uno de los países más ricos del mundo». Vendía que con el petróleo del Mar del Norte podrá crear un Shagri-lá que nadaría en la abundancia y «donde el futuro de Escocia estaría por fin en manos de los escoceses» y no de lo que llamaba con desprecio xenófobo «el Equipo Westminster». Mensaje simplista, de un optimismo desatado y cuestionado por los economistas, pero que tuvo en jaque a la Unión.

Amistades elitistas

Salmond es todo un personaje, capaz de subirse al escenario y cantar sentidas tonadas del folk escocés. Incluso ha editado en disco. Forofo de las carreras de caballos, su conocimiento hípico es tal que mantuvo una columna sobre apuestas en el diario «The Scotsman». También fue tertuliano en un programa ecuestre de Channel 4, plataforma que utilizó para hacerse popular en todo el Reino Unido. Valora muchísimo el poder de los medios y vive en la televisión. Amigo personal de Sean Connery , ocasional compañero de partidas de golf y apologista de su causa, el actor dice que «me deslumbró, nunca he conocido a un político como él». Salmond, que presume de tener un «bonito swing» para los 18 hoyos, también ha cortejado al magnate Donald Trump, al que abrió la puerta para abrir un controvertido emporio del golf en un paraje natural; y ha coqueteado con el imperio Murdoch.

Nieto de un fontanero, imprimió al SNP un sesgo izquierdista y siempre ha tenido el orgullo de clase baja a flor de piel. En realidad, no tan baja. Sus padres eran funcionarios, votante laborista él y conservadora ella, y vivían con sus cuatro hijos en una vivienda municipal. El despierto Alex estudió en la prestigiosa Universidad de St Andrews , donde se licenció con buen expediente en Economía e Historia y salió convertido a la fe nacionalista. Su primer empleo fue en el departamento de agricultura y pesca del Gobierno de Escocia. Allí se enamoró de una funcionaria que casi lo doblaba en edad, Moira French McGlashan, una primera dama envuelta en un misterio hermético, pero que influye enormemente él. Se casaron en 1981 y hasta hoy. Ella tenía 43 años y el 26. No han tenido hijos. Pese a su discreción, ella ha deslizado algunas intimidades: Alex, machito a la vieja usanza, no cocina ni toca el aspirador y es un desastre combinando la ropa. Se pone lo que encuentra. Se pone lo que encuentra y alguna vez ella lo ha «guasapeado» al verlo en la tele enseñando las canillas con unos calcetines tobilleros.

Salmond ha hecho un evidente esfuerzo por dulcificar de cara al exterior su bronco carácter. Algunos colaboradores han delatado su «ira explosiva», que «hace imposible que tengas una relación con él fuera del trabajo». En sus inicios llegó a ser suspendido en el Parlamento de Westminster por sus malos modos. Durante los dos años de interminable campaña gastó formas de estadista, sonreía –forzadamente- hasta debajo de la ducha y emanaba razón y autoridad. Pero le costaba ocultar su arrogancia intelectual. Alex era de esas personas encantadas de haberse conocido. Desde ayer ya está en la historia y es historia.

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