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obituario

James Brady: un tiro y una gran lección

Tras recibir un devastador disparo en la cabeza, el portavoz de la Casa Blanca de Reagan convirtió su tragedia en una cruzada

James Brady: un tiro y una gran lección reuters

pedro rodríguez

James «Jim» Brady llevaba menos de tres meses como secretario de Prensa de Ronald Reagan cuando las primeras noticias de alcance emitidas en la tarde del 30 de marzo de 1981, un lunes lluvioso para más señas, le dieron por muerto. Acompañaba a su jefe a un acto con sindicalistas en un céntrico hotel de Washington, cuando justo a la salida, un psicópata obsesionado con Jodie Foster intentó llamar la atención de la actriz con la ayuda de un revólver que había comprado por 29 dólares en una tienda de empeños de Dallas.

Una de las balas rebotó y terminó alojada en el pecho de Reagan. Los escoltas del Servicio Secreto no perdieron tiempo y le llevaron al hospital más cercano. Se recuperó por completo y su presidencia salió fortalecida ante la opinión pública americana. James Brady no tuvo tanta suerte . Recibió un tiro directo en la cabeza. Los médicos pudieron salvarle la vida tras seis horas de quirófano, pero con daños devastadores en el cerebro, que quedó paralizado.

Y en el colmo de las ironías para un consumado comunicador político, su capacidad para hablar quedó gravemente comprometida. Tras varias operaciones adicionales y nueve meses de hospitalización, en los que estuvo a punto de morir varias veces, recibió el alta. Aunque siguió enfrentándose cada día a sus limitaciones, sometiéndose a continuas y dolorosas sesiones de terapia. Nunca volvió a desempeñar sus funciones pero mantuvo su cargo durante la Administración Reagan. De hecho, la sala donde se celebran las ruedas de Prensa en la Casa Blanca lleva su nombre.

«Ya estoy yo pagando su comodidad»

Aunque ahí no acaba su saga. Sin mucho más que perder, Jim Brady se convirtió durante las tres siguientes décadas en un abanderado del control de armas en Estados Unidos . Además de un potente símbolo de toda esa absurda violencia americana que coexiste con una libertad casi absoluta en cuanto a la libre tenencia de armas de fuego.

Acompañado por su mujer, Sarah, Brady se transformó en un pionero activista a favor de más estrictas regulaciones. Fundó su propio grupo de presión y consiguió algunos cambios, incluida la legislación que firmó el presidente Clinton en 1993. La llamada ley Brady impuso investigaciones de los compradores de armas y un periodo de espera de cinco días en las transacciones de armerías con licencias federales.

Sin embargo, en 1998, el eficaz lobby de las armas consiguió que ese periodo de espera fuera sustituido por un sistema de chequeos instantáneos. En cualquier caso, a los requisitos establecidos por la ley Brady, que contó con el respaldo del propio Ronald Reagan, se le atribuye haber imposibilitado la venta legal de armas en Estados Unidos a más de dos millones de tentativos compradores con antecedentes penales y otras personas no cualificadas.

Durante su testimonio ante la comisión judicial del Senado en 1989, se le preguntó sobre la incomodidad que representaban todas esas nuevas regulaciones. Brady, más elocuente que nunca, respondió: «Necesito ayuda para levantarme de la cama, para ducharme, para vestirme, y –maldita sea– para hacer mis necesidades. Creo que yo ya estoy pagando por su comodidad».

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