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Reveladas más cintas de Nixon a los cuarenta años de su dimisión

El 9 de agosto de 1974 el presidente renunció a su cargo, acorralado por sus propias grabaciones en el «caso Watergate»

Reveladas más cintas de Nixon a los cuarenta años de su dimisión efe

emili j. blasco

El presidente se levantó a las 7 de la mañana. Tuvo un rápido desayuno, firmó la carta de renuncia, de una única frase, y dijo adiós a sus colaboradores. Pasaban las 9 cuando entró en la Sala Este de la Casa Blanca para pronunciar sus palabras de despedida. «Había un aire de tristeza, como si alguien hubiera muerto. El presidente Nixon parecía espantoso. Estaba próximo a las lágrimas. Todo el mundo en la sala lloraba», escribió en su diario George W. H. Bush, futuro presidente, que estaba entre el público como jefe del Partido Republicano. Al acabar de hablar, Richard Nixon caminó hacia el helicóptero que le esperaba en el jardín de la Casa Blanca y abandonó Washington.

Ese 9 de agosto de 1974 –Nixon había tirado ya la toalla el día anterior, comunicando por televisión al pueblo estadounidense su intención de dimitir a la mañana siguiente– fue el final de un proceso que comenzó dos años antes con el robo de documentación en la sede del Partido Demócrata, en el edificio Watergate .

Las investigaciones posteriores implicaron al entorno del presidente en esa acción. Lo que se descubrió fue una Casa Blanca «llena de mentiras, caos, desconfianza, especulación, autoprotección, maniobras y contramaniobras, con un retorcimiento que deja la serie «House of Cards» como algo poco sofisticado», ha escrito estos días el periodista Bob Woodward en «The Washington Post» .

Woodward y su colega Carl Berstein , ambos del Post, fueron quienes más contribuyeron a destapar el caso, aunque el golpe mortal lo propinó la confirmación de un agente del servicio secreto, en su comparecencia ante la comisión del Senado que se ocupaba del caso, de que Nixon grababa secretamente las conversaciones que se realizaban en su despacho.

La negativa de Nixon a entregar las cintas de las grabaciones llevó a la intervención de la Justicia. El 24 de julio de 1974, el Tribunal Supremo obligó al presidente a dar las cintas, mientras el Congreso avanzaba un proceso de «impeachment» para juzgarle. Antes de que esto último se produjera, en cuestión de dos semanas Nixon anunció su dimisión.

Dispuesto a la ilegalidad

La decisión de grabar sus conversaciones y guardar las cintas, según Woodward, fue «la herida política autoinfligida con mayores consecuencias en la América del siglo XX». «La criminalidad, el abuso de poder, la obsesión con enemigos reales y percibidos, la cólera, el ombliguismo y la cortedad de miras revelados en esas cintas le dejaron abandonado por su partido y le forzaron a dimitir».

Las pocas cintas que entonces se hicieron públicas –se escogieron las que se presumían más comprometidas– bastaron para mostrar un Nixon dispuesto a la ilegalidad para espiar al contrario con tal de asegurarse la reelección de 1972 (su holgada victoria demostraría que eso había sido innecesario) y para tapar luego esas operaciones. Desde entonces, los Archivos Nacionales y la Biblioteca-Museo Nixon han ido publicando más horas de aquellas grabaciones; lo han hecho también ahora al cumplirse cuarenta años de la dimisión del presidente.

Gran parte de esas nuevas transcripciones se recogen en «The Nixon Defense» , un libro en el que John W. Dean, miembro del equipo de Nixon, que luego testificó contra su jefe en la comisión del «caso Watergate», anota y comenta seiscientas nuevas conversaciones del presidente. No constituyen ninguna gran revelación, pero confirman tanto el perfil mafioso de Nixon como el criterio de que nunca se sabrá todo su juego sucio y el de sus hombres.

En una de las conversaciones, Nixon comentó en 1973 a su jefe de Gabinete, Alexander Haig: «he ordenado que usen todos los medios necesarios, incluyendo medios ilegales, para cumplir ese cometido». Nixon se refería a la orden que había dado de espionaje sobre sus rivales. «El presidente de Estados Unidos nunca puede admitir eso», añadió, avisando sobre el pacto de silencio que observarse.

Otro libro con nuevo material es «Chasing Shadows» , de Ken Hughes, que se centra especialmente en un episodio de juego sucio de Nixon anterior al «caso Watergate». En 1968, el entonces candidato republicano utilizó canales diplomáticos extranjeros contra los demócratas, alertando sobre planes del presidente Johnson en la guerra de Vietnam. Al llegar a la Casa Blanca, Nixon pidió a su equipo que recogiera información en toda la Administración sobre cómo Johnson, que no se había presentado a la reelección como presidente, había ayudado en las elecciones de 1968 al candidato demócrata, Hubert Hamphrey.

Nixon quizás hubiera podido evitar la defenestración política de haber destruido las cintas que grababa. Su obsesión le había hecho acumularlas. Aunque en algún momento ordenó a sus ayudantes que se deshicieran de ellas, cuando supo que estas seguían conservándose llegó a creer incluso que podrían exculparle, pues estaba convencido de que nunca había sido muy explícito ante el micrófono oculto. Se equivocaba. «Si hubiera destruido las cintas, habría sobrevivido, deslustrado, pero intacto», cree Dean.

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