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guinea bissau

Las mujeres de Sissacunda rompen con el patriarcado

Por vez primera, disfrutan de la propiedad de sus huertas, de cocinas más modernas con las que ganan tiempo libre y hasta de una escuela

Las mujeres de Sissacunda rompen con el patriarcado luis de vega

luis de vega

Djenabu Djamanca se hace un lío con su edad. Llega a la conclusión con ayuda de otras mujeres de que no puede tener 26 años pues tiene una hija de 16 y nunca se quedó embarazada antes de casarse. Las cuentas sí las lleva bien con los alumbramientos. De los seis hijos que ha parido sólo han sobrevivido dos. Así es Sissacunda, una aldea de la región de Gabú, en el noreste de Guinea Bissau, un país hundido en el puesto 176 de 186 en el índice de Desarrollo Humano de la ONU.

Que no haya agua ni electricidad, apenas colegios y centros médicos ni casi transporte público –ni por supuesto privado- se asume en pleno siglo XXI como parte de la dictadura del destino. Por eso unos simples avances, que en cualquier otro sitio despertarían una sonrisa por venderlos como tales, aquí en Sissacunda son tomados como una verdadera revolución.

Por vez primera, y gracias a un proyecto de la ONG Alianza por la Solidaridad con fondos de la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID) , las mujeres están siendo protagonistas de los cambios en la aldea. Y esto tampoco es baladí porque literalmente se está rompiendo con la mentalidad ancestral del patriarcado.

«Estamos obligados a trabajar con toda la familia», reconoce la coordinadora en la zona de Alianza por la Solidaridad, Amalia Hernando, con más de una década de experiencia en diferentes regiones de África. No esconde que han desarrollado una especie de diplomacia del cooperante para que los hombres no se subleven y comprendan que «de los avances de las mujeres se beneficia toda la sociedad».

Propietarias con papeles

Varias decenas de ellas, algunas con los bebés anudados a la espalda con telas de incontables colores, se hallan en la parcela de la que son propietarias. Nunca antes en Guinea Bissau las mujeres habían tenido títulos que las acrediten como tales. Por eso enseñan orgullosas el lugar, que dispone incluso de una placa solar para que el sistema de riego funcione. Los primeros brotes verdes empiezan a asomar, lo que les va a permitir cultivar productos para autoconsumo o para llevar al mercado durante la temporada seca. Una sola hectárea da trabajo a ochenta mujeres.

Entre ellas se encuentra Djenabu Djamanca, la mujer de edad incierta pero voz decidida y espíritu de hierro. «Ahora tenemos otra consideración, otro estatus, igual que los hombres», señala. «Además de ganar algo de dinero mejoramos nuestra alimentación y nuestra salud».

Ella fue también una de las elegidas, además, para colaborar en el desarrollo de unas nuevas cocinas. Experimentaron con distintos modelos salidos de artesanos locales cocinando sus propias recetas hasta que dieron con el mejor. Ahora ya no ponen la cazuela sobre tres piedras sino que va sobre un bidón metálico hace de base. Tan sencillo, tan complicado. Se gana tiempo, se ahorra leña, es menos peligroso –sobre todo para los niños- y se reduce la emisión de humos que tanto les dañaba los ojos. Alta tecnología del poblado podríamos decir. «Ahora tenemos más tiempo para nuestra vida cotidiana y para estar con nuestro marido y los hijos», dice.

Djenabu habla con ABC sentada en uno de los rudimentarios bancos de troncos que se encuentran delante de una pizarra a la sombra de un árbol y rodeados de una valla de caña. Es la escuela donde varias decenas de vecinos de Sissacunda, casi todo mujeres, aprenden lo que no pudieron aprender de niños, a leer y escribir. «Hasta ahora firmaba con el dedo. Estoy muy orgullosa». Y no parece que escribir su nombre sea una amenaza para los hombres.

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