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Dos años de la caída de Gadafi

Las milicias llenan el vacío tras la muerte del dictador en uno de los más claros ejemplos de Estado fallido

Dos años de la caída de Gadafi luis de vega

MIKEL AYESTARAN

Dos años después de la muerte del dictador la inestabilidad se apodera de Libia, un país con una transición liderada por los grupos armados que lucharon en la guerra y que se niegan a entregar las armas.

No hay tiempo para celebraciones en Libia . Bengasi, segunda ciudad más importante del país y cuna de la revolución, arde tras el asesinato del comandante en jefe de la Policía Militar, Ahmed al Barghathi. Este asesinato se produjo a las pocas horas de que dos soldados fueran degollados en una base militar próxima al centro urbano. La violencia se ha tornado en algo habitual en la nueva Libia que cumple dos años tras la muerte de Moamar Gadafi , dos años de una transición imposible que en las últimas semanas ha visto cómo las cosas se complican aún más de cara al futuro tras la detención de un destacado líder de Al Qaida en Trípoli, Abu Anas al Liby, en una operación de las fuerzas especiales de Estados Unidos. A ello se sumó el secuestro exprés del primer ministro, Ali Zeidan , a manos de una de las múltiples milicias que siguen operativas e imponen su ley en las calles.

«El año pasado fue un año de esperanza, pero este 2013 ha resultado un infierno. Todo va a peor por culpa de la falta de seguridad y nada indica que vaya a mejorar», destaca Fathe Goumati , empresario de Trípoli que vive cerca del hotel Corintia en el que la madrugada del 10 de octubre un grupo de hombres armados secuestró al primer ministro para retenerlo durante varias horas. Un incidente que acabó siendo un «golpe de estado interno», según el propio Zeidan, que tras un año en el poder ha sido incapaz de poner en marcha su programa de reformas.

El primer ministro no tiene autoridad en las calles, pero tampoco en su propio gabinete ya que «La Sala de los Revolucionarios Libios», la milicia que reivindicó la acción, opera bajo el paraguas de los ministerios de Defensa e Interior que le asignaron la seguridad de la capital. El peso de los sectores islamistas, que no pudieron ganar las primeras elecciones democráticas del país en 2012, es cada vez mayor y tratan de imponer sus leyes en medio del desgobierno general que se ha apoderado de Libia. Los expertos ven su mano tras algunas de las milicias más importantes que se niegan a entregar las armas.

Milicias al poder

Los grupos armados que se formaron para combatir a los mercenarios a sueldo de Moamar Gadafi, que carecía de un Ejército potente por miedo a un golpe en su contra , «han pasado de defender la revolución a querer tomar parte de sus resultados», según fuentes diplomáticas europeas consultadas en Trípoli que subrayan la «inestabilidad creciente» del país.

Libia, con apenas seis millones de habitantes, se las prometía muy felices tras acabar con Gadafi y ver cómo su producción petrolera recuperaba los niveles anteriores de la guerra con 1,6 millones de barriles al día, cifra que ha caído a los 700.000 por la huelga del sector al este del país . Un parón debido a las reivindicaciones federalistas de esta parte del país que amenazan con la división de Libia en tres partes.

La desaparición de Gadafi «nos ha costado muchas vidas y también la pérdida de la estabilidad. Imagino que a cambio hemos ganado un lugar en la comunidad internacional y hemos recuperado la dignidad. Pero la revolución no se hizo para mejorar el nivel de vida, sino por justicia y libertad de expresión», opina Sana Soleman el Mansouri , popular presentadora del canal Libya Al Ahrar y miembro de la comunidad «amazigh» (bereber) que tras la guerra lucha por defender los derechos de esta minoría y que, como el resto de libios, no olvida aquella mañana de hace dos años en la que los milicianos de Misrata, una de las ciudades más castigadas por el régimen, acabaron con el ex dictador tras varias semanas de cerco a Sirte, su ciudad natal.

La caza del dictador

La caza de Gadafi fue el epílogo de una guerra en la que gracias a la ayuda de la OTAN los feudos fieles al mandatario fueron cayendo uno tras otro hasta que la lucha se redujo a Sirte.

La mañana del 20 de octubre los aviones de la Alianza atacaron un convoy de coches que trataba de abandonar la cuna del dictador y las milicias esperaban sobre el terreno para no dejar escapar a los supervivientes. Una operación diseñada por los servicios de inteligencia franceses gracias al número del teléfono satélite facilitado por Siria, según las revelaciones posteriores del ex jefe de inteligencia rebelde, Rami El Obeidi, al diario «The Telegraph».

«Sabíamos que venía alguien importante, pero no sabíamos quién», confesó uno de los participantes en la emboscada entrevistado por este enviado especial 24 horas después de los hechos. Esa persona «importante» era el mismísimo coronel Gadafi cuya última orden fue organizar este convoy que le llevara al desierto . No lo consiguió. El mandatario fue capturado cuando buscaba refugio en una tubería de cemento y posteriormente fue ejecutado por los milicianos de Misrata que se llevaron su cuerpo para lucirlo como un trofeo de caza en un congelador para animales.

La misma suerte corrió su hijo Mutassem y el resto de acompañantes ya que, según el informe de Human Rights Watch (HRW) publicado un año después de la emboscada, 66 personas del convoy fueron ejecutadas.

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