Oposiciones a tres décadas en África

Antes estas cifras, dilatadas por más de tres décadas, la pregunta es obligada: ¿Qué mueve a un líder opositor a presentarse a un proceso donde sus posibilidades son siempre nulas?

«Nosotros somos activistas políticos, defendemos la democracia y los derechos humanos . Por ello, queremos movilizar a la población, despertar la conciencia en favor de la lucha por su libertad», destaca Micó.

El caso de Guinea Ecuatorial no es único. En Uganda, el presidente Yoweri Museveni se ha perpetuado en el poder desde 1986. De hecho, en los últimos tiempos son numerosas las voces que denuncian una presunta campaña del mandatario para ceder el poder en su hijo Kainerugaba Muhoozi. O, incluso, en su mujer, Janet Museveni, actual ministra para la región de Karamoja.

Recientemente, el líder opositor ugandés Kizza Besigye denunciaba a este diario «el cinismo de Occidente respecto a los dictadores africanos» . En las elecciones presidenciales de 2011, Museveni lograría el 68% de los votos, por el 26% del partido de Besigye, el Foro para el Cambio Democrático. Sin embargo, el líder opositor era optimista: «Las últimas protestas en Uganda demuestran que nuestro país experimenta una ola de cambio respecto a un régimen represivo. Pero nuestra población al fin ha despertado».

Entusiasmo, que tampoco falta en Camerún al líder opositor John Fru Ndi, quien ha sido derrotado en cada una de las elecciones a las que ha acudido desde que fundara el Frente Socialdemócrata a comienzos de la década de los 90 (el régimen del presidente Paul Biya se perpetúa desde 1982). Las últimas, en 2011, cuando su agrupación lograba hacerse tan solo con el 10% del electorado, por el 78% de Biya.

Mientras, en otros Estados del continente, es la calma quien se ha adueñado ya del debate político. Desde que el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA) se hiciera con el poder en 1979, José Eduardo dos Santos se ha erigido como única fuerza en esta excolonia portuguesa.

Sin embargo, Isaías Samakuva, líder de la antagónica Unión Nacional para la Independencia Total de Angola (UNITA), reconoce que la estabilidad del Estado es tan solo «aparente» .

«Los resultados se fabrican, por lo que estamos trabajando para detener este fenómeno del fraude», aseguraba hace tan solo unos días el líder opositor en una entrevista.

De activistas a gobernantes

Samakuva, quien en los pasados comicios tan solo logró el 18% de los votos, demuestra ciertamente no resignarse a ser absorbido por el régimen.

Otros, en cambio, hace ya tiempo que lo hicieron. En Zimbabue, un reciente estudio revelaba cómo el apoyo al partido opositor Movimiento por el Cambio Democrático ha caído, en los dos últimos años, del 38 al 20 por ciento.

Al margen de que el miedo sesgue los resultados, el análisis revela una curiosa tendencia: Desencanto masivo hacia las fuerzas opositoras tras su integración en el poder .

En 2009, Morgan Tsvangirai, feroz crítico al régimen de Robert Mugabe, era nombrado primer ministro en un Gobierno de unidad como salida a la agria polémica por el resultado electoral. A pesar de ello, cuatro años después, buena parte de sus críticos le acusan de haber traicionado a su propia identidad: De aquel líder cuya lucha, en 2007, despertara las simpatías de la comunidad internacional tras ser apaleado durante la campaña electoral, se pasaba ahora a un líder político que, actualmente, reside en una vivienda valorada en 3 millones de dólares.

Es cierto que Tsvangirai no cuenta con autoridad real para cambiar las cosas , pero los últimos escándalos de corrupción en núcleos duros de su partido desencantaron finalmente a la población.

Para este año, de nuevo, hay elecciones previstas (que no seguras) en Zimbabue. Un país, al igual que en Uganda, Angola, Camerún o Guinea Ecuatorial, cuya mayoritaria población no ha visto a gobernantes diferentes de los actuales. Tampoco, eso sí, a otros líderes opositores.