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La quimera «amable» del independentismo escocés

Los gobiernos británico y escocés abren las hostilidades por la consulta de 2014, con ventaja clara para Londres: solo un 23% apoya la separación

La quimera «amable» del independentismo escocés abc

borja bergareche

Al presidente escocés le gusta presentarse siempre al frente de un movimiento amable. «El nacionalismo escocés ha sido siempre civilizado, democrático y totalmente pacífico», explicaba recientemente en un encuentro con periodistas. Su proyecto de secesión del Reino Unido , un viaje lleno de riesgos e incertidumbre, es, sobre todo, «increíblemente educado». Así suele Alex Salmond marcar distancias con otros contextos nacionalistas a menudo asociados al escocés. El carismático líder del Partido Nacionalista Escocés (SNP) conoce bien a su electorado, y sabe que la independencia no es un caballo ganador.

Ya en la campaña que le dio una histórica mayoría absoluta en mayo de 2011, Salmond insistió en centrarse en «el pan y la sal». El referéndum, incluido en su programa, salía poco en sus discursos. Un sondeo publicado esta semana le daba, de hecho, la razón a este astuto político. La «independencia» ocupa el octavo lugar entre las diez cuestiones que más preocupan a los escoceses, según un sondeo del tabloide escocés «The Daily Record». Les preocupa pagar las facturas a final de mes, la salud, el empleo, la educación y los impuestos.

Secesión «light»

Por eso, el proyecto independentista escocés es presentado siempre por sus proponentes como una secesión «light», exenta de riesgos. La Escocia soberana con la que sueña Salmond tiene a Isabel II como jefa de Estado y la libra esterlina como moneda. «Queremos un Parlamento independiente que tenga las herramientas necesarias para hacer de Escocia un lugar mejor», explicaba recientemente. Todo tan cándido, y educado. Tanto, que el gobierno británico no le niega la mayor.

«Nunca oirán de mi el viejo argumento de que la independencia no es posible, de que Escocia es demasiado pequeña e insignificante, eso sería un insulto», aseguraba el ministro para Escocia, Michael Moore. «Podríamos ser independientes, pero la pregunta es si eso es lo mejor para Escocia», explicaba este liberal escocés ante un reducido grupo de periodistas extranjeros. Siempre las buenas formas. «De hecho, en la sala de al lado trabaja en este momento un alto funcionario del gobierno Salmond, que tiene reuniones en Londres», resaltó Moore. Y es que Cataluña no es Escocia, ni España el Reino Unido.

La Casa de Escocia en la que tiene sus oficinas el ministro de David Cameron se sitúa a escasos metros de Downing Street, y sirve tradicionalmente de despacho de paso para funcionarios del gobierno regional escocés. Como si los consejeros del lehendakari Urkullu usaran una mesa del Ministerio del Interior cada vez que viajan a Madrid. Pero esta vez, el ministro Moore la usó para abrir las hostilidades -dialécticas- con el nacionalismo escocés. «Es un momento existencial, esto no es un concurso de belleza entre partidos», dijo. «Se abre una fase en la que vamos a explicar por qué queremos que Escocia siga formando parte del Reino Unido», indicó. ¿Traducción? Mantendremos el guante blanco, pero no se lo pondremos fácil.

Las encuestas les dan por ahora motivos de tranquilidad a aquellos que, en Londres y en Escocia, no quieren el divorcio. El apoyo a la independencia entre los escoceses ha alcanzado las cifras más bajas desde la restauración de la autonomía en 1999. Según el estudio anual del centro Scot Cen, publicado a finales de enero, solo el 23% de los consultados defiende la separación del Reino Unido. Un año antes, cuando Salmond lanzó su proyecto, el apoyo a la secesión se situaba nuevo puntos por encima, en el 32%.

Una Escocia independiente tendría que llamar de nuevo a las puertas de la Unión EuropeaCon este viento favorable, el Gobierno británico lanzó la primera andanada, un informe jurídico que advierte que una Escocia independiente tendría que renegociar hasta 14.000 tratados internacionales y llamar de nuevo a las puertas de la UE. El mensaje es claro. La independencia no será un parto sin dolor. Y el día después de un hipotético «Sí» en octubre de 2014 no marcaría una era de felicidad sino el inicio de un durísimo proceso de negociaciones con Londres y Bruselas.

«No se haría con un espíritu rencoroso, pero es obvio que cada una de las partes buscaría lo mejor para su población», advertía esta semana Alistair Darling, exministro de Finanzas laborista con Gordon Brown y la personalidad escocesa elegida para poner rostro a la campaña del «No» a la independencia.

«Es una decisión crucial, los nacionalistas solo tienen que ganar una vez, por un solo voto, y estaríamos comprando un billete sin vuelta a un destino incierto», explicaba ante varios corresponsales. «Cualquier país puede hoy día ser independiente, no lo discuto, pero esto es una cuestión de elección, y estoy convencido de que estamos mejor dentro del Reino Unido», dijo. La campaña «Mejor juntos», apoyada por los tres grandes partidos nacionales será el soporte del mensaje unionista. Y recuerdan las ventajas de pertenecer «a uno de los mercados únicos más antiguos del mundo»: Escocia exporta «cuatro veces más» al resto de Gran Bretaña que a la UE.

Darling sabe lo que dice. Era el responsable económico del Gobierno Brown que nacionalizó dos bancos en 2009. Los dos escoceses (RBS y HBOS). «Los laboristas son el actor clave y llevarán el peso de la campaña, porque los conservadores son muy impopulares en Escocia ahora», explica a ABC Geoff Mawdsley, director de Reform Scotland, un «think-tank» autonomista escocés. Los «tories» obtuvieron en 1955 la mitad del voto escocés, pero ahora solo cuentan con un diputado nacional.

El modelo panameño

Este lunes, el Gobierno escocés respondía al informe jurídico de Londres –el primero de una serie de análisis a modo de «obuses»– con su contrainforme. Un grupo de economistas, incluido el nobel Joseph Stiglitz, avala la viabilidad económica de una Escocia independiente, siempre que mantenga la libra esterlina. Una hipótesis que en Londres reciben «sin rencor», pero con sonrisa irónica. «¿Por qué acabar como Panamá, que usa una moneda –el dólar– controlada por un gobierno extranjero cuando con la autonomía nos beneficiamos de lo mejor de los dos mundos?», se pregunta Darling.

Salmond se resiste a fijar la fecha de la consulta, quizás porque una realidad más compleja que los deseos le ha obligado a dar varios bandazos. Primero soñó con una Escocia dentro del euro. Quiso incluir en la consulta una segunda pregunta sobre una mayor autonomía pero Cameron, hábilmente, impuso la pregunta única. Separarse sí o no. El mes pasado, la Comisión Electoral británica le enmendó también a Salmond la formulación de la pregunta, que será finalmente: «¿Debería Escocia ser un país independiente?». Y, por ahora, el 61% de los escoceses defiende una Escocia con parlamento propio pero dentro del Reino Unido, una de las cifras más altas de los últimos tiempos.

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