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DON JUAN CARLOS UNA VIDA DEDICADA A ESPAÑA - pág 2 -
Anécdotas que tengan al Rey como protagonista hay cientos, siempre provocadas por una forma de actuar: «Si haces las cosas pensándolas, no salen bien -dice el Rey-. Pero si sigues tu instinto, si actúas espontáneamente, te salen». Así, el antiguo diputado de la República Faustino Azcárate se excusó diciendo que cómo iba a ser senador real siendo republicano. «Precisamente por eso me gustaría que aceptaras -dijo el Rey-. Me gustaría ser también el Rey de los republicanos». O la visita en el 78 a la viuda de Azaña en México, o cómo salir al paso en una situación comprometida en China, cuando el Rey quería hacer ver a su interlocutor Jian Zemin que era el primer líder occidental que llegaba a Pekín tras la matanza de Tiennamen. Así, Don Juan Carlos se refirió a la oportunidad de conocer las reformas que había emprendido el país y de haber viajado en un momento tan interesante, «sobre todo siendo el primer Jefe de Estado que llega a Pekín después de... los acontecimientos que vivió China y que están en nuestra mente». Mientras, al ministro Javier Solana iban poniéndosele todos los pelos de punta. Don Juan Carlos es el Rey que llora desconsoladamente el domingo 29 de enero de 1984, cuando ETA asesina de un disparo al teniente general Guillermo Quintana Lacacci, padre del que más tarde fue su jefe de Seguridad y hoy segundo jefe del Cuarto Militar de Su Casa; es el Rey que declina sentarse en el Trono que desde hace 400 años aguarda en Cuba al Monarca español explicando que «no hubiera cabido porque me hubiera querido sentar con todos los españoles»; que quita tensión en Jerusalén cuando por varias circunstancias llega con hora y media de retraso al almuerzo que le ofrecía Rabin y consigue serenar el ambiente cuando minutos antes el primer ministro israelí estaba a punto de abandonar el lugar; es el hombre que decide ir a celebrar su sexagésimo cumpleaños con los soldados españoles en Bosnia; que se lleva la mano al oído mirando a los escaños de HB haciendo ver que no escuchaba el «Eusko Gudariak» cuando los sucesos de la Casa de Juntas de Guernica; que llama a Adolfo Suárez a la Zarzuela y le pide que le haga un favor, «que seas presidente del Gobierno»; que aborda en el 82 a Felipe González para preguntarle de qué color tiene los ojos y cuando el líder socialista admite que grises, le recrimina con complicidad que no diga entonces que es un gran rubio de ojos azules. Curiosa fórmula para pedir sinceridad y que le juzgara sólo por aquello que vieran sus ojos. Don Juan Carlos es también el insospechado intérprete entre Aznar y Clinton en un paseo a bordo del «Fortuna»; el que, cuando un sorprendido Vaclav Havel le pregunta si el Rey de España puede almorzar en una terraza al aire libre, sin más (estaban en Andratx), responde: «El Rey de España no sé; yo, sí.» Y es también el visitante que recorre los barrios del sur de Madrid, Orcasitas, La Celsa, el Pozo del Tío Raimundo, donde se acumula la marginación y la miseria, y que cuando el concejal de IU Félix López Rey le llama la atención sobre el follón organizado, afirma que «aunque sólo sirva para que de una puñetera vez se entere todo el mundo de que no todo el mundo vive igual, merece la pena». De hecho, de creer al escritor Vázquez Montalbán, el Rey volvió un año después a visitar el sur madrileño para encontrar todo más o menos como lo dejó. Cualquiera que haya tenido la oportunidad de acercarse al Rey podría contar una anécdota. Lo que le llamó la atención, la impresión que le causó. Alguna vez el Rey ha expresado su preocupación por el auge de un «juancarlismo». Le halaga pero le preocupa, porque «un hombre, un Rey, puede hacerse querer muy rápidamente. A veces basta poca cosa, un gesto que impresiona, una palabra pronunciada en el momento justo... Pero una Monarquía no arraiga en el corazón de un país de la noche a la mañana. Se necesita tiempo. Y el tiempo pasa tan rápido...». Ser Rey es una tarea compleja. No hay más que pensar por un momento lo que opinaba José Mario Armero sobre el oficio de Rey: « Me pregunto qué clase de hombre hay que ser para sonreír todos los días a gente que uno detesta y para estrechar impasible la mano de quienes se desprecia. Yo no sería capaz». Hay que ser de una pasta diferente. Hay que ser educado en el cumplimiento de una obligación desde la cuna, de una fidelidad, de un servicio a la Patria. Pero no existe una fórmula. Don Juan Carlos encontró la suya. «Sólo me da un consejo -afirma Don Felipe-. Que no intente imitar lo que él ha hecho o lo que él ha sido, sino que desarrolle mi propia personalidad, mi estilo y maneras propias». Sólo un apunte para terminar: ¿qué opina sobre Don Juan Carlos su Heredero? «Como hijo siento un especial orgullo y como español lo admiro mucho por la labor que ha hecho y que sigue haciendo de servicio a España. Es un ejemplo a seguir en el ejercicio de las funciones constitucionales que nuestra Carta Magna prevé para la Jefatura del Estado. Destacaría muchas virtudes y cualidades: su don de gentes, su sentido del humor, su flexibilidad ante las cosas, sobre todo su sentido del deber, que siempre ha demostrado y nos ha inculcado, y ese olfato político que tanto se ha reconocido. En definitiva, lo que más le puede definir es su vocación de servicio a España y de servir a todos los españoles».
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