Una
cita inesperada con la Historia
por Blanca Torquemada
Letizia,
al dictado de la ortografía emanada de la Constitución,
irrumpe en nuestra Monarquía sin mirarse en espejos deformantes
y en sintonía con el espíritu de servicio de la Institución.
De periodista en ejercicio a Princesa de Asturias, a los treinta y un
años. La futura esposa del Heredero, a quien se cataloga como
«normal» o «de su tiempo», en un ejercicio gratuito
de justificación, vive intensamente el aprendizaje de las obligaciones
que asume al contraer matrimonio, en el camino sacrificado hacia el
«oficio» de Reina. Un quiebro inesperado en un proyecto
de vida trazado con determinación desde la niñez y orientado
hacia el mundo de la comunicación.
Letizia nació en Oviedo el 15 de septiembre de 1972 en el sanatorio
de Miñor, un inmueble situado en la avenida de Galicia que hoy
es sede de la Fundación auspiciada por el filósofo Gustavo
Bueno. Fue la primera de las tres hijas del jovencísimo matrimonio
formado por el ovetense Jesús Ortiz Álvarez y la madrileña
Paloma Rocasolano. La madre de Paloma, Enriqueta, es asturiana, por
lo que los Rocasolano pasaban las vacaciones de verano en la capital
del Principado. Así se conocieron y entablaron su noviazgo los
padres de la futura Princesa.
El día en que Letizia vino al mundo, un viernes, aún no
se barruntaba el final de la dictadura, aunque el sistema presentaba
fisuras y bostezaba en la inercia. Vetusta, el Oviedo de Clarín,
ya había despertado de la modorra y la hipocresía decimonónica
de «La regenta», pero aún no respiraba la libertad
que trajo pocos años después la Monarquía. Franco,
en el palacio de Ayete de San Sebastián, consumía las
últimas jornadas de sus vacaciones estivales y la televisión
empezó a emitir aquel día a las dos del mediodía,
por ser jornada laborable: carta de ajuste, el informativo, «Embrujada»,
dibujos animados, «La noche de los tiempos», un programa
histórico en el que se abordó «El 2 de mayo»,
y Estudio 1, con la obra de Arniches «Vivir de ilusiones».
Paloma y Jesús se habían casado el 2 de octubre de 1971
en Oviedo. Ella tenía diecinueve años y él veintidós.
Un mes después Jesús Ortiz fue llamado a filas y tuvo
que marcharse a León, mientras Paloma permanecía en la
casa de los padres de su marido, en la calle de Luis Pérez de
la Sala. En aquel momento, la madre de Letizia estudiaba el tercer y
último curso de Enfermería y Jesús compatibilizaba
estudios de Derecho con la «mili» y con colaboraciones profesionales
con Radio Oviedo, perteneciente entonces a Radio Cadena Española,
donde su madre, Menchu Álvarez del Valle, era la locutora más
popular.
Una
«z» casi por azar
La primogénita de los Ortiz Rocasolano fue bautizada catorce
días después de nacer, el 29 de septiembre, en la capilla
del Cristo de las Cadenas, dependiente de la parroquia de San Francisco
de Asís conocida como «la redonda». Recibió
el sacramento de manos del sacerdote Francisco Ezquerra y fueron sus
padrinos Francisco Rocasolano, hermano de su madre, y Cristina Ortiz,
hermana de su padre.
La «z» de su nombre, que ha dado lugar a tantas especulaciones,
fue el resultado de una mezcla de la voluntad y del azar. Paloma Rocasolano
había entablado amistad con una italiana, de nombre Letizia,
y le encantaba la expresiva sonoridad de la «z» pronunciada
al modo original. Pero el padre, al llegar al Registro, se atuvo a la
grafía española y escribió «Leticia»
en el impreso. Sin embargo, el funcionario se cerró en banda:
sólo podía admitir María Leticia, tal y como estaba
estipulado entonces para los casos en que el deseo de los progenitores
rebasaba los estrictos cánones del santoral.
Jesús Ortiz, rebelde frente a la imposición, se dirigió
al Obispado, donde le facilitaron un documento en el que se hacía
constar que el nombre era admisible porque existía la advocación
italiana de la Virgen denominada Madonna della Letizia. Así,
de vuelta al Registro Civil, el joven padre se encontró con la
sorpresa de que el funcionario esta vez, a la vista del permiso eclesial,
apuntaba en el impreso «Letizia», ya con zeta, de acuerdo
con la referencia italiana y como, en el fondo, deseaba su madre. Muy
pronto llegaron al mundo sus hermanas Telma (nacida en octubre de 1973),
y Érica, en abril de 1975. La originalidad de los padres a la
hora de buscar nombres para las crías no tenía «inspiración
mitológica», tal y como se ha propagado, sino que, según
han manifestado ambos en diversas ocasiones a sus allegados, se debió
a simple gusto compartido y al deseo de evitar los diminutivos.
El matrimonio Ortiz Rocasolano vivió en casa de los abuelos paternos,
en el número 51 de la calle de Pérez de la Sala, hasta
que Letizia tuvo cuatro meses. Paloma y Jesús se trasladaron
entonces a la calle de San Lázaro y dos años más
tarde, por imperativos del crecimiento de la familia, se instalaron
en el piso de General Elorza donde residieron hasta que a él
le surgió una oferta de trabajo en Madrid, cuando Letizia era
ya una adolescente.
Las niñas fueron matriculadas en el colegio público La
Gesta 1 de Oviedo, a dos calles de la casa de los abuelos. El día
a día era un complicado «puzzle» en el que había
que encajar todas las piezas, como es frecuente en las familias en las
que padre y madre trabajan fuera de casa. Jesús las llevaba al
colegio por las mañanas (dado que Paloma tenía horario
de 8 a 3 en el ambulatorio de la calle de la Lila), y, a la salida,
la madre se hacía cargo de ellas. Las dificultades de organización
se incrementaban porque los Ortiz Rocasolano habían decidido
que sus hijas se formasen en distintas disciplinas para que tuviesen
más horizontes y una formación completa. Ese abanico de
extraescolares obligaba a Paloma a un arduo cronometraje de itinerarios
en su seiscientos (¡Hala, al transporte escolar!, decía
a las niñas). Así, Letizia cursó un par de años
de solfeo y varios de ballet.
En el colegio Gesta I, Letizia se significó como una cría
inquieta, participativa, con una peculiar pronunciación de la
letra «s» («aún se le nota, si uno se fija»,
dicen algunos de quienes la trataron entonces) y con especial capacidad
de expresión y comunicación. Su expediente, número
3.476, brillaba en las asignaturas de letras, pero nunca «cojeó»
en las de ciencias, pues acabó la Educación General Básica
con nota media de sobresaliente. «Especial», «meticulosa»,
«perfeccionista», «expresiva» son algunos de
los epítetos con los que le han obsequiado sus profesoras de
aquellos años.
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