Juan Carlos I Monarquía



CINCO ESCENARIOS l SUCESOS

Sangre en primera página

Manuel Martín Ferrand

España, no lo olvidemos, siempre ha sido negra. Aquí, dice Baura, esa alegría que tanto abunda es solo la vestidura disimulada de la pena que va por dentro. Sea como fuere nos gusta la sangre en la primera página de los periódicos y los telediarios, esas parodias con que la televisión disimula su carencia informativa, han encontrado un filón en los sucesos. Un nuevo parricida, dicho sea como ejemplo, merece aquí más atención que un académico recién llegado y, por supuesto, muchísima más que el hipotético descubrimiento de la piedra filosofal.

Hace treinta años, igual que hace sesenta o noventa, el suceso era un alimento social imprescindible. Al igual que, un poco antes, ocurría con otros alimentos más nutricios, estaba racionado. Cuando Eugenio Suárez fundó «El Caso», el primer semanario especializado en la crónica negra después de la Guerra Civil, tuvo una limitación de la censura: no más de un asesinato en portada. Al Régimen le interesaba, por lo que parece, girar al gris marengo la tradicional negrura del país. Aún así solo el «Marca» –«La Marca» en el lenguaje popular de la época– conseguía superar las tiradas de aquella reseña oficiosa de la realidad policial, no política, de España.

A diferencia con los de hoy, los telediarios de hace treinta años dosificaban mucho su contenido en sucesos que, además, siempre ocurrían en el extranjero. El insustituible papel que hoy desempeñan era entonces desempeñado por la miscelánea, las noticias curiosas tal que una perra amamantara a un cachorro de león. Algo así como hace Lorenzo Milá en TVE, pero con menos medios y más talento. Por otra parte, tratar de hacer una sociología del suceso sería, creo, una tarea imposible. Aquí gustan los sucesos por la misma razón que complace tomar unas cañas con los amigos antes de cenar.

 

A sangre fria

Ignacio Ruiz Quintano

En la dictadura no se permitía a «El Caso» la publicación de más de un delito de sangre por número. En la democracia, la TV, para no hablar de política, sólo informa de sucesos. De la España negra que tenía el alma blanca a la España blanca que tiene el alma negra. Del crimen sin resolver de Los Galindos –mañana del 22 de julio de 1975: campo, sol y sangre– al «West side story» –cotidiano, engominado y racial– de las bandas latinas, pasando por El Arropiero (el mayor criminal en serie de España) y el Asesino del Naipe, que mata por matar, prefigurando, según los expertos, al modelo de asesino que viene, el secreto de cuya motivación estaría en lo que los psicólogos describen como «placer por la obra bien hecha». (Contra semejante culto antiespañol a la eficacia se manifestaba en una tapia blanca, cerca del desierto de Almería, esta pintada resueltamente antimoderna: «Estamos hasta los c... de las cosas bien hechas»).

El prototipo de asesino contemporáneo no se presenta como una némesis capaz de desatar en un golpe de sol un Puerto Hurraco. Al contrario: es un asesino frío, que desafía a la sociedad haciendo del asesinato su obra maestra. Este monstruo convive en un ecosistema criminal poblado por matones de bandas, uxoricidas, agresores sexuales, «aseguradores» de obras, ajustadores de cuentas y criminales por encargo. «Dicen que si se tira una piedra contra la aglomeración de gente que se forma frente a ventanillas donde se hacen las apuestas en el hipódromo de Longchamps, la pedrada la recibirá un pistolero, carterista o asaltante norteamericano», escribía Hemingway en el París de 1920 para contar el «boom» de los asesinos a sueldo procedentes de Chicago: «No son personajes heroicos ni dramáticos. Simplemente se sientan ante un vaso de whisky, mantienen el cuerpo inclinado sobre él y se preocupan de cómo invertir mejor su dinero».

 

Volver al índice de la sección