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Fútbol en los gulags de Stalin: «Vi montones de cuerpos devorados por ratones»

El deporte rey fue el mayor entretenimiento de los reclusos en los campos de concentración comunistas, hasta el punto de que contaron con equipos en el campeonato nacional de la URSS formados por las estrellas presas

Nikolai Starostin, con el balón, en un partido amistoso contra Dinamarca en 1929 DP

Israel Viana

Nunca se ha llegado a saber con exactitud a cuántas personas asesinó Stalin por cuestiones políticas, aunque es de sobra conocida la brutal represión que llevó a cabo hasta su muerte en 1953. El cálculo de los historiadores más modernos oscila entre los cuatro y los 50 millones de víctimas . En su famoso estudio « Archipiélago Gulag » (1973), el historiador ruso Alexánder Solzhenitsyn lo elevaba hasta los 66,7 millones. En lo que no hay duda es que las acciones más despiadadas se produjeron en la « Gran Purga » de los años 30, con millones de opositores desterrados, encarcelados o ejecutados en los gulags.

A través de estos campos de concentración Stalin consolidó su poder y limpió de disidentes trotskistas y leninistas los órganos de gobierno, pero también consiguió una fuente inagotable de mano de obra a coste cero. Era la forma de compensar las ingentes pérdidas humanas para poder mantener el ritmo de extracción de materias primas y producción de la URSS . Los trabajos forzados eran tan importantes que los grandes gulags crecieron al mismo ritmo que las ciudades más importantes, con la población reclusa –se habla de 20 millones– clasificada por sus capacidades profesionales. Dentro de este infierno, las actividades destinadas al poco tiempo libre que tenían los presos, en especial los deportes, fueron determinantes.

El fútbol fue la forma de entretenimiento por antonomasia, hasta el punto de que el campeonato nacional, creado oficialmente en uno de los peores años de la «Gran Purga», 1936, contó con equipos formados en esos propios gulags. Ello fue posible gracias a que allí acabaron muchos de los jugadores profesionales de la Unión Soviética. «Todos los días en Ujtá morían no menos de cuarenta personas. Los cadáveres eran transportados a la cámara mortuoria. Quiso el diablo que me tocara trabajar allí. Vi montones de cuerpos desnudos, cubiertos por centenares de ratones que los devoraban», contaba el famoso delantero del Spartak de Moscú, Nikolái Stárostin , sobre los años que pasó en el famoso gulag al norte de Rusia, en su libro «Futbol skvoz gody» (1989). Para el comandante de este campo de concentración y los otros diseminados por el país era un orgullo contar con buenos jugadores como él. De hecho, la profesión de futbolista o entrenador profesional era muy solicitada entre la población reclusa. No encontraban mejor forma para sobrevivir en aquel infierno. Y posiblemente, no la había.

Nikolái Stárostin pronuncia un discurso con ocasión de un partido entre la URSS y Turquía (1934) ABC

Quizá por eso no se extrañó el mítico delantero moscovita, responsable de la fundación el Spartak allá por 1922, cuando dos miembros del NKVD (Comisariado del Pueblo para Asuntos Internos de la Unión Soviética) irrumpieron en su casa para detenerle el 21 de marzo de 1942. Hace días que sabía que él, sus tres hermanos –que habían sido capitanes de la selección de la URSS– y varios jugadores de su club habían caído en desgracia. Eran conscientes de que sobre ellos pesaba la sombra de las purgas. Unos meses antes, Starostin se había encontrado con Beria en la Plaza Roja, quien le recordó que, tiempo atrás, en un partido jugado en Tiflis, Stárostin le había hecho la vida imposible. El torturador favorito del dictador comunista era por entonces era centrocampista de aquel equipo. «Esta vez será difícil que te me escapes», le amenazó el jefe del NKVD. Dicho y hecho: el futbolista fue torturado, aislado e interrogado durante dos años tras su detención, intentando que confesara su participación en un complot para acabar con Stalin. Al no poder demostrarse, fue finalmente acusado de «alabar los deportes burgueses y tratar de arrastrarlos hacia el régimen soviético».

Cuando llegó a Ujtá, Nikolái Stárostin era un jugador tan famoso que pronto percibió la expectación que había generado entre la población reclusa y los responsables del gulag, donde le tenían reservado el puesto de entrenador. Según se cuenta en « Fútbol y poder en la URSS de Stalin », el libro de Mario Alessandro Curletto publicado recientemente en España por Altamarea, el delantero fue directamente conducido al estadio construido para la ocasión, donde conoció al resto del equipo. «El alma del jefe está en el fútbol. Es él quien te ha traído aquí», le dijo uno de sus nuevos compañeros en referencia al general Burdakov, responsable del campo, que esperaba ansioso a tan ilustre preso para exponerle los privilegios de los que gozaría si su equipo obtenía buenos resultados. Después de una serie de victorias, incluido un 16-0 contra el Dinamo de Syktyvkar, Stárostin recibió la orden de ser trasladado a Jabárovsk. Al gobierno no le gustó el trato de favor que había recibido. Burdakov consiguió retrasar su traslado un tiempo, pero no pudo impedirlo. Perdía a su famoso goleador.

En el inhumano viaje hasta el nuevo gulag, el fundador del Spartak empleó seis meses e incluyó estancias en otras prisiones de tránsito en las que coincidió con su hermano. Nada más llegar a su destino, el 9 de mayo de 1945, se encontró con la misma pasión por el fútbol que había dejado en Ujtá. El deporte rey seguía mandando por encima de la doctrina socialista y el general Goglidze, que era el comandante de todos los gulags del Lejano Oriente, consiguió hacerse con sus servicios. Sin embargo, visto lo ocurrido con Stárostin en su anterior emplazamiento, no quiso arriesgarse y lo mandó a otro gulag, el de Komsomolsk del Amur, donde volvió a beneficiarse por el fútbol de una serie de privilegios inimaginables para otros presos políticos.

El vagón especial

Stárostin no solo la evitó, sino que el comandante hizo construir un vagón especial para que él y su nuevo equipo, el Dínamo de Komsomolsk, pudiera ir a disputar los partidos de liga mientras otros presos morían ejecutados o de hambre. Por voluntad de Goglidze, la estrella tuvo que visitar el gulag de Jabárovsk para ayudar al entrenador de allí. Viajes en los que, como iban en contra de las normas soviéticas, siempre iba acompañado de un funcionario. El objetivo: no levantar las sospechas del temido Beria.

Su hermano, Andrei Stárostin, corrió una suerte parecida cuando fue internado en el gulag de Norillag. En los años que pasó en aquel campo entrenó al Dinamo local, un equipo formado por los criminales y alcohólicos internos en aquella penitenciaría. Y su otro hermano, Alexandr, lo mismo pero en el gulag de Perm, por donde pasaron cien mil prisioneros para trabajar en condiciones inhumanas en las minas de Kolima o el canal del mar Blanco, solo entre 1931 y 1933. Se puede decir que el fútbol les salvó la vida. Como cuenta Nikolái Stárostin en sus memorias, los guardias que cometieron las mayores brutalidades, se mostraban al mismo tiempo muy comprensivos con todo lo que tuviera que ver con el balón y la portería.

Eduard Streltsov, el «Pelé blanco» ABC

Otro caso conocido es el del famoso delantero del FC Torpedo Moscú, Eduard Streltsov (1937-1990), al que todo el mundo llamaba el «Pelé blanco». Fue campeón olímpico en 1956 y uno de los favoritos para el Balón de Oro de 1957, pero ese mismo año fue declarado culpable de una violación que nunca se comprobó y acabó pasado cinco años preso en un gulag de Siberia. Antes de eso, llenaba estadios en Rusia y era pretendido por los grandes equipos de Moscú, Inglaterra y Suecia.

El seleccionador soviético, Gavriil Kachalin, confesó años después que el presidente Nikita Kruschev fue quien ordenó su arresto, al verlo como un modelo de conducta peligroso para el sistema comunista. Sus problemas comenzaron cuando las autoridades le instaron a fichar por el CSKA, el equipo del Gobierno, o por el Dinamo de Moscú, el conjunto de la KGB . Streltsov se negó, quería seguir en el Torpedo… y acabó jugando en el equipo de su campo de concentración, según relata en la biografía « Mujeres, Vodka y Gulag », escrita por Marco Laria.

Se dice que su estancia en el gulag le ayudó a olvidarse de su problemas con el alcohol y las juergas. Al ser liberado, volvió a la selección y se convirtió en el cuarto máximo goleador de la historia de la URSS (25 goles en 38 partidos) pese a la ausencia de ocho años. Fue elegido el mejor futbolista del país en 1967 y 1968 y ganó una Liga y una Copa con el Torpedo. Para él, que nunca volvió a ser el mismo, el mayor premio de su carrera fue sobrevivir a aquello.

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