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«Si tu hijo tiene móvil y sabe instalar apps, lo del orden tampoco es física cuántica»

María Gallay, la primera organizadora profesional de nuestro país, te enseña a sacar partido a tu casa

Carlota Fominaya

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Una mudanza, un traslado, la llegada de un bebé a casa, un divorcio, o la muerte de un ser querido. Otras veces, son los problemas que causa el desorden en la convivencia de la pareja, o con los hijos. Hay miles de razones por las que una persona necesita ordenar su casa. María Gallay, la primera organizadora profesional de nuestro país, acaba de presentar su libro «El Poder del Orden» , donde vuelca toda su experiencia laboral y ofrece sus consejos para lograr este objetivo.

—«Perdona el desorden», «no te asustes», «ahora lo quito, es solo un momento»... ¿Por qué hay personas tan desordenadas?

—Algunas personas son más desordenadas o caóticas que otras. Pero por lo general, entran muchas más cosas en nuestra casa de las que salen . Tenemos la facilidad de poder comprar lo que queremos, pero no sacamos lo que reemplazamos nunca. A menos que haya una mudanza, que nazca un niño, o que suceda una circunstancia especial, no revisamos lo que tenemos. Tenemos muchas más cosas de las que utilizamos. Estamos acostumbrados a que, como están ahí, como caben, pero no. Eso significa dinero. Porque muchas veces, cuando no encontramos lo que tenemos, porque hay demasiado, lo compramos otra vez. Se paga por tener, aunque parezca que no. Aunque tus propiedades estén ahí en tu casa contigo, estás pagando cada centímetro que ocupan. Insisto, el espacio cuesta dinero. Hay que pagar por gestionarlo, por limpiarlo... Y eso es tiempo. Que sacas de tu tiempo libre, o de otra persona que estés pagando. Es tiempo que no tienes ni para ti, ni para tu familia. El desorden es algo que cuesta dinero . Luego cada uno tiene un umbral. Está el que le gusta tener las cosas peor o mejor, tener más o tener menos. Cada uno puede tener en su casa lo que quiera, si no invade el espacio del otro, si no tiene conflicto con su familia, si se lo puede permitir.

—El desorden... ¿Puede indicar algún otro problema subyacente?

—Bueno, los organizadores profesionales, además de tener una cierta visión espacial, estudiamos las personalidades de los clientes. Y es verdad que ciertas patologías pueden presentar, pero son los menos por supuesto. Lo que es cierto es que podemos leer en las cosas de nuestros clientes, más allá del desorden, qué situación les preocupa. Que no quiere decir exactamente que esa sea la causa de su problema.

Muchas veces es falta de espacio. Otras es demasiado volumen de contenido. O que tienen malos hábitos, carecen de una rutina adecuada, o no han sabido hacer la criba necesaria. O no tienen un sitio específico para cada cosa. Si cada objeto tiene su sitio cómodo, lógico, y práctico, el orden se mantiene solo. Si tu asignas a cada cosa un sitio, y cada miembro de la familia lo conoce, no hay por qué pasarse el día recogiendo.

—Es decir, saber dónde se colocan las cosas es una de las claves del orden.

—Tener un sitio lógico, cómodo y práctico para las cosas es fundamental. Por ejemplo: Meter las tijeras en el costurero, que es dónde deben «vivir». Así todo el mundo sabrá dónde encontrarlas cuando las busquen. Pero mucha gente no tiene el hábito.

—Usted ve muchas familias, y muchos armarios... Suponemos que con los niños pasa lo mismo, es fundamental que sepan dónde tienen que ir las cosas.

—El problema es que los niños no saben cómo hacerlo. Para empezar, es que nadie nace sabiendo. Muchos tenemos la suerte de que en casa ha habido gente organizada, que nos ha guiado y nos ha dado unas pautas, pero mucha otra gente no. En mi caso, tuve mucha suerte, porque mi madre es una reina de la organización. El asunto está en el ejemplo. No le puedes gritar por el pasillo que recoja las cosas y que luego el niño vea que en todos los rincones de la casa hay algo. O que tú cuando llegas y sueltas tu abrigo en lugar de colgarlo y luego le dices a él que por qué no cuelga el suyo. O le preguntes por qué deja la mochila ahí tirada. El niño te puede preguntar que por qué has dejado tú ahí tu bolso, o todo lo que has sacado del buzón de correo. Se trata de dar ejemplo. Es verdad que hay unas edades en las que los chicos viven en un caos de hormonas y de vida donde lo lógico es que hagan cueva, pero después vuelven a ser personas otra vez (Ríe).

—¿Puede ofrecernos algunos consejos prácticos para conseguir unos hijos ordenados?

—También hay que ser realistas con lo que pueden lograr, no pedirles imposibles y adaptarles el entorno para que ellos puedan llegar. Visito muchas casas, y veo que los niños tienen armarios que fueron pensados para adultos, con una barra para colgar que está a metro ochenta de altura. No cuesta nada, y es realmente muy fácil, barato y efectivo incluso si no eres nada manitas bajar la barra a la altura del niño, y poner baldas encima. Así el pequeño tendrá sitio para colgar el abrigo cuando vuelva de la calle, o los disfraces. Por 12 euros tienes la barra puesta. En el recibidor se puede colocar un ganchito a su altura para los abrigos. ¿Y para la mochila? Otro gancho que resista el peso en el lateral de su mesa. Siempre a su altura.

Si encima ve que sus padres cuelgan el abrigo o el bolso, estarán trabajando sin darse cuenta su responsabilidad y su autonomía. Se deben responsabilizar de sus cosas. No pueden preguntar dónde está tal cosa. Insisto, si es suyo, se tienen que ocupar ellos. Después nos quejamos de los roles y de la gestión de la casa... Debemos empezar cuando son pequeñitos porque después llega cierta edad, y seguimos recogiéndoles la colada... La ropa tampoco vuelve sola al armario, por cierto. Si tu hijo tiene móvil y sabe instalar aplicaciones, lo del orden y la lavadora tampoco es física cuántica .

—Pero causa conflicto entre las parejas, padres e hijos... El que es desordenado, ¿qué puede hacer? ¿Por dónde puede empezar a cambiar?

—La verdad es que tengo bastantes casos de parejas donde él es el desordenado, y no ella. Porque no es que todas las mujeres tengamos muchísima ropa y seamos compradoras compulsivas. También son ellos. Armarios donde me encuentro cosas con etiquetas me encuentro a menudo, de él y de ella. Esto es causa de muchas fricciones porque es algo diario, como la gota china de la tortura... Mi consejo es que hay que priorizar. La prioridad es estar vivos. Estar sanos. Ser felices, y tener trabajo para seguir teniendo felicidad y salud, poder criar a la familia... Lo importante es que el otro sea buena persona.

Ahora bien, ¿es más o menos desordenado? Bueno, vamos a ver. No todos tenemos el mismo umbral, de orden y desorden. Tampoco venimos todos de una casa ordenada, y esto en el colegio no se enseña. Venimos de realidades distintas. Es muy probable que el que sea muy desordenado no lo haga a propósito, no es una cuestión personal. No lo hace de forma intencionada, o no está entre sus intereses primordiales. Puede ser que sea una bellísima persona, súper culta, pero entre sus prioridades no esté doblar las camisetas por el mismo tamaño, y color. No pasa nada.

—Pero, ¿cómo puede mejorar la convivencia?

—No hay más remedio que llegar a acuerdos. Y tratar de delimitar las zonas comunes: En el salón, el baño o el dormitorio tienen que existir como una especie de «leyes de hasta dónde» se puede invadir, cuántas cosas podemos dejar, y sentarse y hablar amablemente de lo que a uno le estresa. Decir, por ejemplo: «Cuando llego a casa me encuentro tus zapatos en el recibidor, los de ayer, antes de ayer, y del otro día... Sé que tú eso no puedes evitarlo, pero yo no puedo evitar que me moleste aunque no me quiero enfadar contigo». Hay que llegar a acuerdos. Porque al final son solo cosas. El miembro de la pareja que tenga muchas pertenencias tiene que tener claro que no puede invadir el espacio del otro. Eso es muy importante. Tengo muchos clientes que tienen invadidos los armarios de los niños, de la pareja, del recibidor... Si ven huequito, lo ocupan. Eso es un poco duro y agota. Y al otro le agobia. Cada uno tiene que ser consciente del espacio que tiene en casa. Hay que darle lugar al otro para todo. Para vivir, para opinar... Nuestra casa tendría que ser el refugio al cual volvemos y estamos tranquilos. No un reino al que volvemos a luchar porque hay que recoger.

—¿El orden da paz?

—El tema es científico. El orden va más allá de que la cosa estética de que esté todo colocado y bonito. Digamos que el cerebro puede aguantar cierto caudal de información al día, y no más. Estamos todo el tiempo bombardeados. Y si cuando te vas a duchar te rodean cuarenta botes, mientras tú estás bajo el agua tu cerebro está escaneando las etiquetas de los botes. No es lo mismo tener tres botes neutros (gel, champú y crema), que 120 de todos los colores. Porque eso es información que te está saturando y que no te deja pensar en lo que realmente te interesa.

—En el cuarto de baño hay quien aconseja empezar por tirar todas las muestras gratuitas.

—Lo de las muestras fue un invento del diablo. Las cogemos porque son gratis, pero también podemos decir: «No, gracias, ya tengo». El problema está en que no sabemos decir que no . Si nos regalan algo, nos lo traemos a casa. Es tremendo... Pasa también con las bolsas de ropa que te dan cuando nacen los niños. Muchas veces no las necesitas. En ese caso puedes decir: «No gracias, no tengo tiempo para gestionarla». Hay que decir que no a estos compromisos. Educadamente, pero de forma determinante.

—Vamos a ordenar. ¿Mejor solos que acompañados?

—Es bueno estar solo si son tus cosas. En el fondo sabes mejor que nadie lo que usas y lo que no usas. En estos momentos se suelen escuchar frases como «esto me lo quiero poner, porque voy a volver ocho tallas para atrás... », «esto va a volver a estar de moda», «me costó tanto dinero...», «no me los pongo porque me hacen un daño horroroso en los pies», «no son de mi número pero como son de marca»... ¿Cómo? A veces parece que no somos capaces de aceptar que nos hemos equivocado en una compra , aunque nos haya costado dinero, o que hemos comprado de más. Tengo clientes que compran familias de cosas: «¿Me gusta esto? Me lo llevo en tres colores». Pero hay que aceptar que nos hemos equivocado. Las cosas, por seguir viviendo en nuestro armario, no nos va a valer en algún momento. Hay que dejarlas salir.

—Ha llegado el día. Hemos dejado atrás la excusa del tiempo, bloqueado día, ¿por dónde empezamos? ¿Qué método seguimos?

—El asunto es planear tener un tiempo y tener la actitud. Después, puedes elegir un espacio, un objetivo, y seleccionar qué categoría de prendas vas a ordenar. Un día puede ser la ropa de color, otra la blanca... Se pone todo fuera del armario, encima de la cama. Y llega la sorpresa. Es curioso, pero nadie sabe la ropa que tiene. Hay que contar y dividir. Los pantalones que te pones para trabajar, los de sport... ¿Todos te quedan bien? ¿Alguno está más estropeado? ¿Realmente te quedan bien? Otro nunca te gustó porque lo regalaron... Las cosas que no te pones, aunque te sientan bien, tienen que salir del armario. Porque la verdad verdadera es que el espacio es finito, normalmente, a menos que te puedas hacer un vestidor, expandirte... Te cabe lo que te cabe. Dentro de eso, solo puedes guardar lo que utilices y te sea útil con tu estilo de vida. Si trabajas 25 días al mes, no tienes que tener 25 modelos. Porque tienes lavadoras, porque combinas... Esas cosas la gente no se las pregunta. Otro consejo. Cuando uno empieza a ordenar, dentro del tiempo que te reservas, tienes que tener también en cuenta el tiempo para terminar. Si tienes cuatro horas para hacer ese cambio de armario, la última media hora tiene que ser para llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias. No se pueden quedar las bolsas ahí, ni en el limbo del recibidor o del maletero. Tiene que terminar el ciclo. Después te sentirás liberado.

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