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«La nuevas tecnologías mal utilizadas destrozan las relaciones familiares»

Mar Romera aboga por la autonomía de los pequeños y la escucha activa de los padres

MÓNICA SETIÉN

La familia es el primer lugar en el que nos sentimos queridos y del que sacamos referentes. Mar Romera, maestra, psicopedagoga, experta en inteligencia emocional, pero sobre todo, madre e hija, explica en su libro «La familia, la primera escuela de las emociones» (Destino, 2017) cómo, en el núcleo familiar, se crean y se gestionan estas emociones.

-En nuestro afán de querer siempre los mejor para nuestros hijos, ¿les mediatizamos en función de nuestros gustos?

-Siempre. Les queremos tanto que pensamos que lo que a nosotros nos llena o nos produce felicidad, también tiene que dárselo a ellos. En ocasiones nuestras propias frustraciones y nuestros propios errores se convierten en las expectativas que deseamos que ellos cumplan.

-¿Queremos que sean como nosotros?

-Queremos que sean mejores y que no se equivoquen en lo que nosotros nos equivocamos, que no se pierdan experiencias que nos perdimos... los amamos tanto que evidentemente querríamos hacer la vida ideal para ellos. Por eso, si yo pienso que para mí algo es una experiencia espectacular y maravillosa, no se me ocurre que para mis hijos no lo sea.

-Entonces, cuando les instamos a a hacer algo que a ellos no les agrada, ¿cómo expresan los niños su aversión?

-Lo expresan de muchas maneras. No hace falta que sea de forma verbal. Lo dicen con todos los poros de su piel. Tú les explicas que algo va a ser maravilloso, que va a ser una experiencia y que van a disfrutar, pero si a ellos no les gusta, no hay nada que hacer...

-Hablas mucho de tus hijas, pero también se nota la influencia de tus padres.

-Claro, es un libro sobre familia. Lo más importante en nuestra vida para crecer y evolucionar son nuestros referentes y el legado que dejamos a la humanidad es, precisamente, a través de nuestros hijos. Ahí está el tópico de «escribe un libro, planta un árbol y ten un hijo» y ya te puedes morir porque has dejado un legado ala humanidad. Esto es el principio de la trascendencia. Mis padres están ahí y son mi referente. Con ellos he pretendido hacer un análisis comparativo entre las diferente generaciones: mis padres se criaron en un cortijo, yo he estudiado y vivo en una ciudad, y mis hijas tienen un sinfín de oportunidades, ya han visto mundo y hablan idiomas. Es la radiografía de la evolución de la familia en los últimos años vista desde la perspectiva de la mía propia.

-¿Han cambiado mucho los roles dentro de la familia en los últimos años?

-Han cambiado mucho. Mi padre tenía el mando y ahora, en mi casa, lo tiene mi hija. Yo soy la generación perdida, no lo he tenido nunca. Los tiempos han cambiado muchísimo y ahora no tenemos tiempo, que es el bien más preciado, que no es renovable y que desafortunadamente es muy escaso. Los niños necesitan tiempo y nada más que tiempo. En la actualidad cada día podemos hacer cosas nuevas, entretenernos de mil maneras diferentes y para que entren las nuevas actividades en nuestra vida hemos tenido que quitar cosas, porque todo no cabe... y se pierde comunicación familiar.

-¿Ponemos pocos límites a los niños?

-Sí, y hay varias razones para ello. La primera de ellas es el tiempo, porque educar con límites es más complicado que sin ellos. Cuando ponemos límites estos no se van de fin de semana, ni de vacaciones, porque los adultos también los tenemos que cumplir. Y por otra parte, el querer darle absoluta felicidad a nuestros hijos porque les queremos muchísimo, nos hace convertirles en unos tiranos y unos débiles. Los límites le ayudan a crecer con fortaleza aprendiendo a afrontar los problemas.

-¿Fomentamos la hiperparentalidad con estas actitudes?

-Sí, yo no soy amiga de mi hija, soy su madre. Nuestros hijos nos tienen que percibir como un referente porque es lo que le va a dar seguridad. En una relación educativa, un niño aprenderá a vivir en función de su referente y este tiene que ser alguien que le de seguridad absoluta. Tienen que pensar que pueden equivocarse, pero aprenden del error y por mucho que tropiece, mis padres siempre van a estar conmigo. También deben sentir admiración porque la admiración es lo que deriva en el amor. Inevitablemente nos tienen que tener como padres y no como amigos, lo que no significa que no podamos compartir muchísimas experiencias.

-¿Hay en la actualidad una paradoja en cuanto al libertad que se les da a los niños? No les dejamos ir al colegio solos, pero les dejamos toda una tarde con la tablet...

-Tenemos un concepto equivocado de la libertad. La conquista de la autonomía viene relacionada con la importancia del juego en la infancia. El juego es el momento en el que me equivoco, me caigo, me levanto y aprendo. Y eso lo tiene que hacer el niño solo. El sentido de protección equivocado nos hace llevarlos de la mano y eso hace que los pequeños no conquisten su propio autoconcepto y no puedan evolucionar.

-¿Escuchamos poco a los niños?

-Vuelvo a lo mismo: Tiempo. Todo se resume en ello. Escuchamos rápido y les queremos dar una respuesta inmediata. Y cuando un niño te habla, lo hace para que le escuches, no para que le respondas. Además escuchamos desde nuestra mentalidad y nuestro cerebro y hay que escuchar desde su nivel y dedicándoles tiempo.

-¿Cómo afectan las nuevas tecnologías a las relaciones familiares?

-Afectan mucho. Yo trabajo mucho fuera de casa y gracias a ellas yo sé como se sintió ayer mi hija y si no, no hubiese sido posible verla, hablarle... Tengo mucho que agradecer en la convivencia familiar a la nuevas tecnologías. Pero si yo entro en el salón de una casa y a la hora de la comida, la tele está puesta, las tablets encima de la mesa y todos mandando WhatsApp, no es que hayan afectado, es que han destrozado la comunicación familiar. Por eso las nuevas tecnologías aportan lo mejor y los peor, como todo lo que es maravilloso en el mundo.

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