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PSICOLOGÍA

Cómo sobrevivir a la muerte de un hijo

La relación de pareja puede verse afectada porque se ha dañado la ilusión y el proyecto vital familiar

Cómo sobrevivir a la muerte de un hijo

c. fominaya / l. peraita

La muerte de un hijo es algo contra natura, que no entra en los esquemas evolutivos, y cuando se produce provoca grandes crisis a nivel físico y emocional. El duelo y las reacciones tanto del cuerpo como del espíritu que conlleva este tipo de suceso cambian mucho dependiendo de la forma del deceso. Para Vicente Prieto, director de clínica del centro de Psicología Álava Reyes , cuando el motivo ha sido una enfermedad degenerativa, y la persona querida se ha ido apagando poco a poco, los padres se han podido ir adaptando a esa sensación de estrés que produce la muerte. No ocurre así cuando la muerte ha sido por accidente. En ese caso, según el antiguo defensor del Menor de la Comunidad de Madrid , Javier Urra, los padres pueden llegar a sufrir «un intenso sentimiento de culpa, pues se asume que la seguridad de los hijos es competencia de ellos». Si la muerte es, en cambio, por propia elección, los progenitores tendrán una sensación de abandono extrema y, además, «estarán golpeados por las dudas, la autocrítica, y la búsqueda de explicaciones». En cualquiera de los casos, el duelo por el hijo muerto es personal e intransferible, pero saber cómo funciona puede permitir a los padres aprender a convivir con esa tristeza y no añadir sufrimiento de más. Estas serían las etapas o fases que se repiten en casi todos los casos:

Los primeros dias

Durante la primera etapa lo normal sería que los padres registrasen incredulidad («esto no me está pasando a mí»), y tristeza, junto con algunos síntomas físicos como falta de sueño, ansiedad, dolor de cabeza, náuseas, vómitos, mareos, rigidez muscular, temblores... Para Marta Sariñena, psicóloga especializada en duelo de la Artmemori empresa de servicios funerarios , durante esta primera fase lo más normal es que las familias afectadas se repitan así mismas la historia una y otra vez. «Nosotros recomendamos que si tienen necesidad de hablar, que lo hagan, que se desahoguen... Lo mejor sería que la gente que les rodea no cambie de tema, y que se muestre dispuesta a escuchar todo lo necesario. Y a preguntar. Muchas veces no preguntamos porque tememos estar molestando, pero no hacerlo puede llegar incluso a causar mucho más dolor del que ya existe. Son estados emocionales totalmente normales en este momento y hay que atenderles». Las familias deberían tener, según esta terapeuta, apoyo por parte de su entorno más cercano hasta en la toma de las decisiones básicas del día a día. «Que les ayuden en las tareas cotidianas, con el cuidado de los otros niños si los hubiera, las comidas... etc».

«En realidad, hasta las dos semanas aproximadamente no se empieza a echar de menos a esa persona», continúa Prieto. Es entonces cuando comienzan los pensamientos recurrentes y el estado cabizbajo, y cuando cobra especial importancia que los padres, prosigue Prieto, se sirvan del apoyo familiar y de las amistades para intentar asumir esa pérdida. «Tienen que seguir teniendo metas. Hay que huir de la parálisis, y del "nada tiene sentido", "nada importancia". Vendría bien incluso coger el lápiz y el papel y ver cuáles son los objetivos que tengo con mi pareja, con la familia, con el trabajo, con mis amigos... lo ideal sería estar acompañado», explica el director de clínica del centro Álava Reyes. .

Reacciones desmedidas

No debería haber, prosigue este experto, «reacciones desmedidas». Por ello sería bueno que estas personas se hicieran la pregunta: «¿qué voy a hacer con mi salud? Hay que intentar normalizar los hábitos cuanto antes. De higene del sueño, de cómidas... sin olvidar el ocio. Hay muchos padres que después de perder a sus hijos no se autorizan a tener momentos de ocio porque creen que traicionan la memoria de su hijo, o por el "qué van a pensar los demás". El ocio, vamos a ver, no significa irse de discotecas, sino acudir al cine , leer un libro... de conectar de nuevo con estímulos externos que les van a venir muy bien». El duelo, prosigue Prieto, «no se cura, se asimila la pérdida . Nunca vas a poder olvidar a ese hijo muerto, pero si aprender a convivir con la tristeza ». «Se trata fundamentalmente de que los padres conecten con la vida y se pregunten ¿qué es lo que tengo que hacer? Si se contestan esas preguntas, están conectando con el verbo acción», asegura.

Hay que resaltar que hay un diez por ciento de los casos, señala la especialista de Artmemori , donde la situación se complica. «Si esta sintomatología persiste con el tiempo, y sobre todo por su intensidad y magnitud impiden a estas personas llevar una vida con normalidad, si que sería conveniente que consultaran a un profesional que les ayude a elaborar el duelo», concluye. «Cuando aparecen los casos de irritabilidad, enfado, culpa, los problemas en las relaciones de pareja, en el trabajo, la adopción de condutas de riesgo o se presentan síntomas depresivos, de ansiedad... etc. Si no puedes llevar tu vida cotidiana con normalidad, lo mejor sería pedir ayuda a un profesional que te ayude a elaborar el duelo y a seguir con tu vida».

Cronificar el sufrimiento

La clave está en que a ese dolor físico y mental grande e intenso que se sufre tras la muerte de un hijo, «no se le añada sufrimiento. Ese ya que "voy a vivir sin él, voy a convertir mi vida en un luto perpetuo"». Mantener el cuarto intacto, guardar toda su ropa... Según Prieto, eso puede ser facilitador en un primer momento, pero este tipo de acciones puede cronificar estados de ánimo muy peligrosos. «Hay que hacer un esfuerzo y pensar que hubo un tiempo maravilloso que compartimos con él, pero que esto se acabó. Lo importante no es la muerte, si no la oportunidad de lo que hemos vivido juntos . Así facilitamos la evolución a la vida».

Atención a la pareja

Durante este proceso, la relación de pareja puede verse afectada porque se ha dañado la ilusión y el proyecto vital familiar. Esta situación puede producir desajustes entre los padres. «Es necesario hablar y expresar las emociones, pedir lo que uno necesita y atenderse mutuamente —apunta Susana de Cruylles, psicóloga clínica y coordinadora del programa para padres del Hospital Universitario Príncipe de Asturias ( www.laescueladepadres.com )—. Asegura que es importante que los padres, al igual que se ponen de acuerdo en la formacion de la familia y en educacion de los hijos, intenten hacer este proceso juntos, llegando a acuerdos y respetándo los ritmos de cada uno. Los rituales de despedida y muerte propios de cada sociedad, como misas o funerales, suelen ayudar en este proceso.

«La culpa y el reproche —prosigue esta psicóloga que atendió a familiares de las víctimas del 11-M y del accidente aéreo de Spanair en Barajas— es un sentimiento que aparece con frecuencia cuando un ser querido muere, y aún es más habitual en la muerte de hijos por la responsabilidad de un padre hacia un hijo. Lo ideal es hablarlo y expresarlo, pero si no se puede compartir en pareja porque hay mucho dolor, se debe pedir ayuda profesional».

Según Andrés Calvo y Esther Blanco, de la Clínica de Psicoterapia y Personalidad Persum ( www.psicologosoviedo.com ) , la pareja se apoya básicamente en tres pilares fundamentales: la intimidad, el compromiso y la pasión. Si estos tres pilares estaban bien construidos antes del fallecimiento del niño ayudarán a superar y a aceptar la pérdida e, incluso, esta superación les podrá unir más. «Desgraciadamente estos tres pilares en muchas ocasiones no están bien construidos por lo que el enorme peso que conlleva la pérdida de un hijo no es soportado por la estructura de la pareja llevando incluso a la separación». Ante un hecho tan dramático, estos dos especialistas recomiendan que se haga un estudio de su estabilidad como pareja y de sus personalidades. Esto servirá como predictor de cómo les va a afectar la pérdida y de si les va a unir o separar.

No descuidar a los otros hijos

En el caso de tener más hijos, es conveniente que la pareja no les descuide y atienda todas necesidades; ellos también son hijos. «Se debe observar cómo están viviendo la pérdida para poder atenderles adecuadamente. La respuesta ante la pérdida será diferente según la edad que tengan. Los niños y jóvenes deberán retomar sus actividades lo antes posible para que la sensación de descontrol que produce la pérdida sea menor. Si en ese momento los padres no pueden ocuparse de estos cuidados hay que solicitar ayuda a algún adulto cercano al niño», recomienda De Cruylles. A los hijos no hay que negarles el dolor, hay que permitirles estar tristes y que lo expresen. Los expertos recomiendan hablar con la mayor sinceridad y naturalidad posible del hijo fallecido, incluso de la tristeza que todos sienten.

La sociedad no está preparada

El problema de nuestra sociedad está, prosigue el director de clínica de Álava Reyes , en que nadie nos enseña a vivir un fallecimiento. «Toda nuestra vida es una preparación continua de bautizos, comuniones, bodas... pero vivimos la muerte "a pelo", cuando la muerte es lo más natural que ocurre en la vida y deberíamos estar muy acostumbrados a ella, además de disfrutar más del momento presente», indica Prieto. «Al final las familias lo único que deciden es el presupuesto del entierro y las dos coronas de flores, cuando uno debería planificar cómo le gustaría que fuera ese momento y cómo le gustaría que le recordasen, la música que le gustaría que sonara, las palabras que le gustaría que se pronunciasen... No hay nada de eso, sin embargo, hay un culto tremendo a la muerte, al cementerio, a las flores el Día de Todos los Santos... todo menos querer ver la muerte tal y como es. Antes, cuando el velatorio era en las casas, y no en un cementerio jardín, lo hacíamos mejor», comenta este psicólogo. La conclusión, a su juicio, es que «si bien la muerte de un hijo nunca está en el guión, es terrible y provoca un inmeso dolor, no deberíamos añadir un sufrimiento que nos limite en el resto de parcelas de nuestra vida». «El dolor es normal, pero no hay más remedio que convivir con él. Estaremos muy tristes, pero nuestros hjos, la pareja, los amigos y el trabajo nos necesitan. En definitiva, hay que recuperarse para seguir viviendo».

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