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Merendar con la Reina de Inglaterra y cenar con Churchill

La infancia de Cayetana fue excepcional. Fue la compañera inseparable de su padre, Jacobo Alba

Merendar con la Reina de Inglaterra y cenar con Churchill abc

emilia landaluce

La infancia de Cayetana de Alba (1926-2014) no solo fueron recuerdos de un patio de Sevilla. La cita machadiana resulta estos días en exceso manida, como lo son también los otros tópicos a los que los medios han recurrido para describir su vida. El jueves murió la duquesa libérrima, pero también la principal responsable de que uno de los patrimonios artísticos e históricos más importantes de España se haya mantenido intacto . Para los escépticos: ¿cuánto vale el solar del palacio de Liria en Madrid? Mucho más de lo que costó -y cuesta- (un concepto muy distinto a invertir) a la familia Alba su restauración y conservación.

«Tanuca, nos hemos quedado sin casa», le dijo su padre cuando, durante un bombardeo de la Guerra Civil, el palacio quedó en ruinas. Aquello dolió al XVII duque de Alba bastante más que los versos que le dedicó Alberti cuando se instaló con su corte en Liria. «El labio imbécil, caído, / ojos de lagarto muerto, / la comprobada impotencia /reblandecida, hasta el suelo».

Pero desde el primer momento el viejo duque y Cayetana supieron que reconstruirían la casa familiar de los Alba. «Aún estoy jugando con los planos», escribía don Jacobo durante su estancia en Londres como embajador de España. Se trataba de los que su amigo Lutyens había trazado sobre los originales de Ventura Rodríguez. Y ese compromiso con la Historia y el patrimonio familiar fue precisamente el que doña Cayetana mantuvo durante sus 88 años de vida. Sí, la duquesa vivió como quiso, pero siempre se mantuvo fiel a la máxima de Cicerón que su padre quiso que enmarcara la entrada de Liria: dejar a los hijos lo que dejaron los padres.

La suya, sin embargo, no fue una infancia idílica, sino muy triste, marcada por la dos Guerras y la pérdida de su madre, Rosario, cuando solo tenía ocho años. Muchos se preguntan hoy por qué la duquesa no quería que sus cenizas (al menos todas) reposaran en el panteón que su padre mandó construir en 1909 en Loeches. No se trataba solo de sevillanía (que también), sino de esa sensación de desamparo que sintió cuando acompañó a su padre a enterrar a su madre en 1934. Años después, tendría que sepultar al viejo duque, «el hombre más importante» de su vida, y dos maridos. «Miraba a Loeches como un monstruo que se tragaba a los seres que más quería», dice en sus memorias (cursilísimas, por cierto). Cayetana siempre recordaría sus domingos en el Museo del Prado en compañía de don Jacobo y cómo le apretaban los zapatos tras escuchar las interminables disertaciones de Sánchez-Cantón, uno de los responsables de la pinacoteca.

La niña fue más que una hija para Jacobo Alba. En aquellas cenas que el duque organizaba para templar los ánimos de Churchill contra el régimen de Franco, obligaba a la niña a sentarse y aguantar las largas sobremesas. Por no hablar de los sobresaltos de los bombardeos en Londres. Don Jacobo se enfundaba un mono de mecánico (luego lo usaría Jesús Aguirre) encima del frac y bajaban al refugio aéreo. ¡Quién teme al lobo feroz!, cantaban en el cine en el que un día de blitz la duquesa quedó atrapada con su abuela. No fue el único susto que le dieron los alemanes. En un vuelo de Sevilla a Londres, el avión donde viajaba la niña fue derribado y tuvo que realizar un aterrizaje de emergencia en Irlanda. Pero no todo fue oscuridad en la infancia de Cayetana. Jugó con la futura Reina de Inglaterra, su coetánea, y quiso casi como a unas madres a la Reina Victoria Eugenia, a la China, su abuela, y sobre todo a la tía Sol, hermana de don Jacobo. No faltaron temporadas de esquí en Saint Moritz y los viajes a Egipto e Irak, en compañía de Leonard Woolley, descubridor de la ciudad sumeria de Ur.

La niñez se le acabó a Cayetana pronto. Quizás el día que Liria quedó reducido a cenizas. La duquesa siempre recordaría que en el mismo bombardeo había perecido el potro en el que la había retratado Zuloaga. «Solo ha quedado el escudo», dijo el viejo duque la primera vez que se plantó en la calle Princesa tras la Guerra. Cayetana y su marido Luis Martínez de Irujo terminarían de reconstruir el palacio en 1956. ¿Cuánto gastaron? Mucho más de lo que a la duquesa le costó «vivir como quiso».

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