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Sarkozy: «Vuelve y cancelo la boda con Carla»

El libro «Primeras Damas» desvela los sufrimientos de las esposas y novias de los presidentes de Francia

Sarkozy: «Vuelve y cancelo la boda con Carla» abc

patricia ariño

«Si vuelves, lo cancelo todo». Esa frase, enviada por Nicolas Sarkozy (59 años) en un mensaje al móvil a su exmujer Cécilia (56 años), podría haberse convertido para algunos en una idea romántica de reconquista cuando parece que todo está perdido. Pero se trató más bien de un intento desesperado por parte del ex presidente francés de traer de vuelta a quien fue su segunda esposa.

Antes de dar el paso definitivo con la cantante quiso intentarlo por última vezEra febrero de 2008 y faltaban apenas unos días para la boda de Nicolas Sarkozy con Carla Bruni (46). Pero «Sarko» echaba de menos a Cécilia. Los problemas de la pareja, muy sonados a lo largo de su matrimonio, explotaron durante la campaña presidencial de 2007 y el inicio del mandato de Sarkozy. Ella, que afirmaba que «ser primera dama, se la sudaba (sic.)», ejercía mucha influencia en la política de su marido y participaba en las reuniones. Fue criticada por colocar a su amiga Rachida Dati (48) en el puesto de ministra de Justicia. Así lo recoge el libro «Premières dames», del periodista Robert Schneider, que examina el papel de Cécilia como primera dama y el final de su matrimonio con el expresidente. Tras la victoria, Sarkozy ese año pasó las vacaciones en el yate de su amigo Vincent Bolloré, en Malta. Hecho que fue muy comentado y criticado, porque tenía previstos otros planes en un hotel de lujo en Hameau des Baux , en la Provenza. Pero él, el jefe de Estado al que llamaban «bling bling», al que le gustaba codearse con personalidades de lo más selectas, pensó que no había mejor manera que recuperar a su mujer pasando unos días en un barco por el Mediterráneo. Creía que así Cécilia «no se escaparía», según recoge el libro.

Sin embargo la decisión de ella era clara, las revistas del corazón alimentaban los rumores de separación y la confirmación -y el divorcio- llegaría tiempo después: Cécilia mantenía una relación con el publicista Richard Attias, organizador del congreso de la Unión para el Movimiento Popular ( UMP ), el cual Sarkozy presidía.

Cuando parecía que todo estaba olvidado y Sarkozy era feliz con Carla Bruni, tal vez le pudieron los nervios y antes de dar el paso definitivo con la cantante quiso intentarlo por última vez. Pero Cécilia nunca le contestó. Esta historia llenó entonces páginas de las revistas del corazón francesas y su vida privada, como ha pasado recientemente con la del actual presidente François Hollande (60), casi parecía convertirse en una cuestión de estado.

A la mujer de Chirac no le dejaron estar en el palco en la final del Mundial 1998Ahora forman parte de «Premières dames» que analiza el papel y la experiencia de ocho primeras damas francesas , de Yvonne de Gaulle a Valérie Trierweiler . El libro relata cómo la vida de cada una de ellas en el palacio del Elíseo puede llegar a ser una pesadilla. Rodeadas de lujo, se convierten en prisioneras de un rol que no termina de formalizarse. La Constitución francesa lo ignora y también el organigrama del Elíseo. Y al final, sus idas y venidas, o las de sus maridos –que también dan para algún capítulo que otro– las acaban convirtiendo en objeto de todas las miradas, forzándolas incluso ansiar escapar de todo aquello. Dijo una vez Bernadette, la mujer de Jacques Chirac , que «el presidente era viudo», según algunos de los extractos de Schneidar. Y sobre ella misma, que «no era nadie». El libro narra cuando le fue negada la entrada a la Copa del Mundo de Fútbol, en 1998, y Bernadette decidió no acudir a la fiesta de la victoria del equipo el 14 de julio en el Elíseo. «Como no me dejaron estar para verles, no iba a ir a recibirles», dijo. Nunca antes una primera dama había mostrado de tal modo su desaprobación.

La mujer de Valéry Giscard d’Estaing , Anne-Aymone, era criticada cuando hablaba y cuando no lo hacía, pese a mantenerse en un segundo plano. Otra que tampoco supo someterse demasiado al papel «decorativo» fue Danielle Mitterrand, quien decidió implicarse en los problemas de las personas más desfavorecidas, creando una fundación para defender los Derechos Humanos. Llegó incluso a reclamar personalmente la implicación de los ministros para buscar soluciones, algo que no gustó nada a su marido.

Para casi todas, al final, su papel de Primera Dama se convirtió casi en una maldición y nunca dejaron de ser examinadas con lupa y criticadas por los medios de comunicación.

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