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El lobo de Wall Street muerde la City londinense

Jordan Belfort, el «broker» que inspiró la película de Scorsese, ha pasado por la capital británica con su charla (y cháchara) sobre el éxito

El lobo de Wall Street muerde la City londinense CORDON

ana mellado

«Soy un visionario y puedo hacer dinero. No es egoísmo, solo ambición». En una inmensa sala de conferencias del este de Londres, centenares de personas trajeadas, con el símbolo del dólar en sus ojos, ponen su mano en el corazón y se desgañitan pronunciando ese grito de guerra como si sus acciones en bolsa fueran a revalorizarse dependiendo de la intensidad con la que pronuncian la frase. Al más puro estilo secta, un orador hiperactivo recorre el escenario de izquierda a derecha farfullando las bondades de la riqueza y garabateando la fórmula del dinero en una pizarra de papel. De repente, se detiene, se acerca a la audiencia y le espeta a uno de los asistentes: «Véndeme este boli».

A sus 51 años, el infame excorredor de bolsa y criminal de cuello blanco Jordan Belfort , magistralmente representado por Leonardo DiCaprio en «El lobo de Wall Street», ha sabido reinventarse a sí mismo como un gurú trotamundos experto en creación de riqueza. Belfort trata de enmendar su turbulento pasado a golpe de conferencias y seminarios sobre éxito y motivación, con los que se embolsa más dinero del que facturaba con sus estafas vendiendo bonos basura. Tras pasar 22 meses en la cárcel, todavía tiene cuentas pendientes con la Justicia, que ahora está dispuesto a saldar. Lo repite una y otra vez: lo recaudado lo destinará a un fondo de indemnización de víctimas, establecido por el Gobierno estadounidense.

Autoexamen

Visiblemente bronceado y sin rastro alguno de sus viejas adicciones (drogas y alcohol), trata de exponer en tres horas la ecuación del éxito. Para ello, primero humilla a los asistentes con una especie de autoexamen en el que deben poner nota a su capacidad de emprender, su ambición, su poder de persuasión… Este «wealth index» servirá para dividir al público en cuatro categorías y, sobre todo, para hacerle sentir inmensamente miserable. El astuto Jordan pone en práctica elegamente su teoría de venta del boli, minando la moral de los asistentes y advirtiéndoles de que sus tristes vidas (la de aquel que no gane más de 50.000 dólares al año) serán siempre así, si no hacen nada para remediarlo.

Para ilustrar la infalibilidad de su don como rey Midas menciona el caso de un soldado sin aspiraciones que gracias a sus conferencias creó una empresa con la que ha amasado una gran fortuna. «Quiero ayudar. Fui un mal tipo que hizo daño a la gente. Ahora quiero convertirlos en ricos», reflexiona un emotivo Belfort, poniendo un gran énfasis en la tonalidad de su discurso, un consejo que repite varias veces durante su intervención.

Un cursillo por 3.500 euros

Casi a punto de llegar a las tres horas de conferencia, anuncia que para finalizar, de forma exclusiva, mostrará algo inédito. Comienza a vender su curso «Straight Line» de tres días, en Londres, el próximo septiembre. Escupe una retahíla de precios de tasas, materiales, clase… Como el vendedor de sartenes de las ferias populares, anuncia que en esta increíble ocasión «no pagará nada más que por las clases (unos 3.500 euros aproximadamente), el resto es gratis».

El público, despavorido, comienza a abandonar el auditorio. Una auténtica estampida. «Pero no se vayan», espeta Belfort. En cinco minutos, más de la mitad de los asistentes, saturados de tanta motivación y sobre todo, defraudados por un final de conferencia con un sabor rancio a teletienda, han huido. Las técnicas de venta del auténtico «lobo de Wall Street» no son tan infalibles como prodigan. Al menos en Londres.

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