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¿La izquierda no puede vestir bien?

En «Espejo de Marx», Patrycia Centeno revela los secretos encerrados en el armario de la «gauche divine». La autora resume para ABC las claves de estilo de las nuevas hornadas comunistas

¿La izquierda no puede vestir bien? afp

patrycia centeno

Se preguntarán a qué viene ahora ventilar los trapos sucios de la izquierda, y sin que sea preciso articular palabra, el espejo de la actualidad con sus imágenes, presta reflejos contundentes. Hace dos semanas, Elena Valenciano pronosticaba que de ahora en adelante su partido iba a ser «más rojo (socialista), más morado (feminista) y más verde (ecologista)» . Avisada, Susana Díaz se plantó en el cónclave andaluz con un blazer escarlata y una rosa estampada en su blusa intentando demostrar así que el «PSOE ha vuelto».

«El poderío» de la presidenta andaluza, y alguna otra espina que sobresalía del dibujo, debieron pinchar a Alfredo Pérez Rubalcaba porque se quedó en mangas de camisa con chaleco azul de punto, a lo viejo profesor, como nunca antes se le había visto. Porque hace tan solo unos meses, Rubalcaba, ataviado como un miembro más de la Troika a la que pretendía condenar, se quejaba de que de Europa solo recibimos «hombres de negro y gris». Si bien, Gaspar Llamazares ya anunció, al justificar su patrimonio en 2011, que los progres «no tienen que ir vestidos de mono, ni vivir debajo de un puente».

Pero por si alguien se resiste a comprender la alienación indumentaria de un camarada, Cayo Lara ofrece cierta coherencia ideoestética manteniéndose fiel al cuello mao y a los fulares en tonos republicanos. Un estilismo claseobrerista que se antojará clásico si se compara con la estética de las nuevas hornadas comunistas : para muestra las camisetas pancarta, la chancla o el piercing del líder de la CUP, David Fernàndez. En vez de en la oreja, el aro transgresor –último accesorio contestatario aterrizado en la primera línea política- pende igual en la nariz de Camila Vallejo. Claro que en la ex líder estudiantil chilena, cualquier brillo o harapo pasa desapercibido ante su hermosa presencia.

La dictadura de Dior

Esta semana también el Kremlin decidió desalojar al descomunal baúl con el que Louis Vuitton había «okupado» la emblemática Plaza Roja. La firma francesa se vio obligada a empacar su mercancía imperialista en la maleta y pedir asilo en unas de sus tan frecuentadas sedes moscovitas. Idéntica caprichosa relación sostiene el clan Kim con las endemoniadas tentaciones capitalistas. Mientras uniformaban a su pueblo, para vestir de acuerdo a su particular parecer socialista, Kim Il Sung disponía de guardarropía occidental, Kim Jong Il no veía un pijo con las gafas de André Courrèges y Kim Jong Un planeaba una guerra contra EEUU a través de un Mac. Pero pese a todas estas debilidades, fue una fotografía de la la actual primera dama, Ru Sol-ju, luciendo una cartera de Dior de 1.300 euros (o lo que es lo mismo, el salario anual de un norcoreano) la que más polémica suscitó.

Un lujo que en Argentina, pese a la ostentación reconocida de su presidenta -«¿tendría que disfrazarme de pobre para ser una buena dirigente?», se cuestiona sin esperar respuesta alguna-, huye en estampida debido a las fuertes restricciones aplicadas al producto importado. Cristina Fernández de Kirchner –sin luto, con luto o medio luto- no se priva ni de sus excesos con las marcas ni con el maquillaje. Por eso, no es de extrañar que a CFK le repugne el estilo campechano de su homólogo uruguayo y que no dudara en reprenderle, delante de las cámaras, por acudir a una cita de Mercosur con los zapatos raídos.

Tras tal embarazoso incidente, normal que a José Mujica se le escapara que la argentina «es más mala que el tuerto». Y la misma reticencia que le despierta el kirchnerismo, le provoca el lazo burgués al político más asceta del momento: «Yo tomo la presidencia como un trabajo y para trabajar no necesito corbata» . Un argumento que en Mujica suena más convincente que en Rafael Correa. Porque aunque el ecuatoriano renegara del accesorio masculino por excelencia para asumir el poder, en su etapa como ministro de finanzas se le conocía como «el rebelde con corbata».

Otro que huye del nudo es Evo Morales. Ciertamente, con las chompas, los trajes de alpaca y los ponchos, con los que explica haber triplicado en solo seis años su patrimonio, no casa ajustarse. En cambio, a los históricos bastiones de la izquierda como Fidel Castro, para glorificarlos o condenarlos, da igual que vistan guerrera verde olivo, terno, guayabera, Rolex a pares o chándales de viejo paria estadista. Las barbas -levantisca en Marx, más direccionada en Engels y anárquica en Bakunin- suelen advertirse casi siempre revolucionarias. A Rajoy no (se) lo cuenten.

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