«Costos y Smith ayudarán a mejorar las relaciones entre EE.UU. y España»
La condesa recuerda a los embajadores americanos en Madrid que ha tratado a lo largo de su vida
Cuando llegué a Madrid en los últimos días del año 1943, en plena Guerra Mundial, la embajada de los EE.UU. estaba localizado en un pequeño apartamento. El embajador americano, Carlton Hayes, no era popular entre los españoles ni con americanos, especialmente con nosotros, los ... agentes de OSS, la agencia de espionaje de los EE.UU., e intentaba sabotear todas nuestras actividades. Teníamos una oficina aislada de la embajada que utilizábamos como tapadera, en la Compañía Americana de Petróleo en la calle Alcalá Galiano nº 4. Uno de los primeros días, cuando fui andando desde el Hotel Palace, el conductor del único coche que pasaba por la Castellana me gritó: «En mi casa, yo soy el que lleva los pantalones». Me quedé asombrada y avergonzada. No sabía que en Madrid no se habían visto mujeres en pantalones. No volví a ponérmelos durante muchas décadas.
Las mujeres solas
Los años pasaban. Madrid crecía de menos de un millón de habitantes a más de tres. El personal de la embajada americana aumentaba, algunos de los embajadores colaboraron de forma admirable a la modernización de España, estos ganaron popularidad y admiración, mientras otros pasaron inadvertidos y algunos pocos crearon dificultades. Hoy, después de 70 años de experiencia, me parece que el embajador de los EE.UU., James Costos que ha llegado recientemente con su compañero Michael Smith es un ejemplo especialmente prometedor. Este atractivo y distinguido embajador invitó a un grupo de políticos y empresarios a una recepción en la Embajada. El Sr. Costos fue de una amabilidad excepcional durante la recepción y cuando pronunció su discurso lleno de promesas y ansias de colaborar con la sociedad española, conectó rápidamente con todos. Su discurso fue seguido por otro, también excelente, de Michael Smith reforzando las palabras del embajador.
Durante siete décadas he observado muchos excelentes embajadores americanos, pero para mí sobresalen algunos. El carismático y guapo embajador John Davis Lodge, que llegó a Madrid en el año 1955 con su mujer, Francesca, que sobresalió tanto como su marido. Francesca tenía una gran personalidad. Era muy divertida y cariñosa. Había nacido en Italia y fue bailarina profesional. Pronto Francesca organizó un almuerzo con las señoras de políticos españoles en la embajada. A pesar de que yo la había advertido que en España no existía la costumbre de almuerzos para mujeres sin sus maridos, ella no se asustó por semejantes pequeñeces. Aquel día, las españolas disfrutaron hablando de sus confidencias que el almuerzo duró mucho tiempo y fue un gran éxito. Sin embargo, Francesca no eclipsó a su extraordinario marido. El embajador Lodge hablaba frecuentemente con el general Franco, quien en 1953 rebajó los impuestos a las compañías americanas para que invirtieran en España.
Broma poco adecuada
Pero también me acuerdo del embajador Griffis, que no tenia la simpatía del Sr. Lodge. Su falta de experiencia social creó una desagradable situación entre España y EE.UU. Griffis mostró una falta de tacto a los pocos días de llegar en un almuerzo en honor de José Moreno Torres, alcalde de Madrid, y su mujer. Al principio del almuerzo, Griffis intentó conversar con la esposa del alcalde. Le preguntó: «¿Señora, cuantos hijos tiene?». La señora de Moreno Torres, en tono muy orgulloso, le contestó escuetamente: «Tengo 14 hijos». Griffis me explicó después que creía que ella estaba bromeando e intentó continuar la broma: «¿Tu marido dejó la ventana abierta? Por qué no hacer el numero 15 y yo le haré americano». Ella dejó de hablarle y no volvió a dirigirle la palabra ante la sorpresa del embajador Griffis. A los pocos días se enteró que en Washington se había recibido una queja del Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid, por la conversación del embajador con la mujer del alcalde. El socialmente inexperto embajador pasó pocos años en España.
Entre los muchos embajadores americanos más admirables que conocí, destaca el que fuera el único embajador negro, Terrence Toddman, que vino alrededor del año 1977. Era una época de grandes cambios, poco después de la muerte de General Franco, durante la transición a la democracia. Aunque parezca imposible, en aquellos años los españoles todavía no estaban acostumbrados a ver un negro en su país.
De color
Como era mi costumbre cuando llega un nuevo embajador, organicé una cena en su honor. Esta vez chocó a los invitados que el embajador fuera negro. Durante las semanas anteriores a la cena había muchas consultas y dudas entre los invitados, pero, a pesar de lo inusual del invitado de honor siendo negro, todos terminaron aceptando venir. Aquella noche la mas inquieta fui yo misma. El muy inteligente Terrence Toddman se daba cuenta de mi inseguridad –comprendió que yo no había tratado a un negro nunca y que no estaba cómoda. Quiero aclarar que no soy racista pero en los EE.UU. en aquellos años todavía había separación entre blancos y negros en la sociedad. Pero en este momento de mi cena, el nuevo embajador querría ayudarme y empezó hablar.
«Condesa, le voy a contar algo que pasó antes de mi llegada a España». Se giraba un poco en su silla, observándome. «Cuando el Ministerio de Asuntos Exteriores de Madrid aceptó de Washington mi nombramiento, pidieron que les enviaran otra fotografía porque la cara había salido oscura».Me lo contó con tal gracia y sentido de humor que se me escapó una carcajada. En aquel momento Toddman eliminó mi incomodidad y empezó nuestra amistad de muchos años.
El embajador James Costos en una cena hace pocos días ha vuelto a impresionar los invitados con su atrayente personalidad y admiración por todo lo español. Además, Michael Smith, con su sabiduría y conocimiento de arte internacional, está encontrando en América cuadros de primera categoría de pintores españoles para traer a Madrid y decorar la Embajada. No hay duda que estos dos representantes americanos mejoraran las relaciones excelentes entre los dos países.
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