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Florida Park, el templo de la noche en el que todos querían ser vistos

Serrat fue uno de sus regentes, Gala tenía un rincón, allí debutó Miguel Bosé... La legendaria sala echa el cierre

Florida Park, el templo de la noche en el que todos querían ser vistos archivo abc

marina pina

Uri Geller doblaba cucharas, Ava Gardner disfrutaba, como sólo ella sabía, de la noche madrileña y Lola Flores perdía un pendiente. Todo eso, y mucho más, ocurrió en el interior de la emblemática sala Florida Park. Hoy, la marquesina de la puerta del Retiro, donde se anunciaban las actuaciones, está vacía. Varios operarios barren, montan escaleras y apilan en el escenario objetos de atrezzo: una bola de discoteca, palmeras de neón, cristales, algún cable... Elementos tocados por lo más afamado del artisteo nacional. Florida Park cierra sus puertas y Alberto García Morell, su responsable y conocedor de sus secretos, la recorre por última vez.

La sala casi bicentenaria siempre estuvo destinada a la diversión. El salón persa que precede al de actuaciones fue encargado por Fernando VII en 1814 para luego cederlo a su hija Isabel II. Allí, la Reina llevaba a sus amigos para divertirse (o eso afirmaron los hermanos Becquer en un libro sobre los Borbones). Pero los secretos de esa habitación no los guardan sus paredes; es más, han revelado confidencias sin quererlo. Porque la cúpula de perfecta simetría y acústica maravillosa provoca que los susurros hechos al oído lleguen hasta la otra punta de la sala: todo se oye bajo ese techado. Y hoy más aún, pues solo queda una barra y una caja de cartón, vacía, en el suelo. Ahí tenía un rincón fijo el escritor Antonio Gala.

Nuestro Studio 54

Alberto ha gestionado durante los últimos 30 años Florida Park; aunque saluda distante, extendiendo su brazo, contesta a las preguntas con gusto, como quien tiene la convicción de que su sala es la más importante de España -«y es más que Studio 54 neoyorquino, sin duda»-. No quiere aparecer en fotos y tiene algún reparo con que los disparos revelen el desamparo de su segunda casa: «Esto no me lo saquéis, por favor», ruega como quien se disculpa por tener la cama sin hacer o el vaso sin fregar. «He pasado más horas aquí que en mi casa, mis hijos se hicieron mayores sin yo darme cuenta».

Alberto descorre unas gruesas cortinas de la sala persa y abre una puerta. Tras ella, si las luces funcionaran, nos habríamos trasladado a otra época, aquella en la que todos conocían el salón de fiestas, en la que todos querían estar. En el escenario, los restos de unas bombillas plateadas y doradas así como una gran lámpara de cristal. «La ordenó Serrat cuando regentaba el local junto con el Dúo Dinámico». Ellos fueron los anteriores concesionarios y desde 1983 lo es García Morell. Las puertas de su salón las metió en casa de todos José María Íñigo. Gracias a programas como «Esta noche... fiesta», los telespectadores pudieron descubrir a personajes como Miguel Bosé, que debutó allí en 1977 ante la sorpresa de sus padres: «Cuando vino, pensábamos que era el capricho de un niño pijo. Pero cuando actuó vimos a la estrella», cuenta el presentador.

Reventa de invitaciones

A esas veladas, retransmitidas en directo por Televisión Española, se iba por invitación y los asistentes acudían vestidos con esmoquin, como recuerdan algunos de ellos. Para los espectadores aquellas cenas eran como el primer «Gran Hermano»: veían al cantante de turno, y a la jet madrileña cenando. «Algunas invitaciones se revendieron. Ir allí era ver a lo más granado de la sociedad, todas las caras de la revista “¡Hola!”», resume Íñigo. «No estar en Florida Park era como no torear en Las Ventas», explica Alberto. Y por eso todos querían acudir: Julio Iglesias, Lola Flores -«esta era su casa»-, Rocío Jurado, Tina Turner, Plácido Domingo, Grace Jones... Cantantes, actores, humoristas... todos peregrinaban a este escenario.

Además de la sala de espectáculos, el recinto cuenta con una sala para celebrar eventos: un rincón privado dentro del parque de El Retiro. Esa zona, cubierta por una carpa y rodeada de naturaleza, está desmantelada. Máquinas de aire acondicionado por el suelo, alguna silla, nada más. Solo el chirrido de una urraca altera la visita y completa el espacio, repleto de personalidades hace diez días.

Y es que Alaska y su marido, Mario Vaquerizo, quisieron rendir un último homenaje a Florida Park y celebraron allí el 50 cumpleaños de la cantante. «Es la mejor sala de fiestas que ha habido y estamos perdiendo ese tipo de recintos», explica Mario. Cree que identifica a una generación: «Es una insensatez que lo cierren porque no va a haber otro igual. Florida Park es inigualable», se lamenta. Antes de salir, Alberto nos invita a probar la acústica de la sala persa y se ríe mientras describe la cara de aquellos que, sin entender nada, escuchaban insultos: «Yo me he llevado a alguno de esta sala para que no escuchara lo que decían de él», bromea.

La despedida termina en las cocinas. La decena de camerinos escondidos tras el proscenio no nos dejan verlos «están hechos un desastre». Alberto nos acompaña hasta la salida, la misma puerta que funciona como entrada, donde todavía los carteles explican el precio de las copas y de la cena con espectáculo. Aún hay fichas para dejar los abrigos en el guardarropa, todavía hay esperanza para esa sala. La concesión terminó el jueves y, según explica su actual regente, están esperando a que el Ayuntamiento les explique el pliego de condiciones para pujar por la concesión otra vez. Alberto sueña con volver a colgar la bola de discoteca, esconder las escaleras y montar las bombillas del escenario. Quiere que Florida Park brille como antes.

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