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Carlos Iglesias Rangel: «Mi madre no fue un amor pasajero en la vida de Ernesto Koplowitz»

El quinto Koplowitz habla con ABC sobre su batalla judicial y su relación con Alicia y Esther: «Sé que recordar esto entristece a mis hermanas»

Carlos Iglesias Rangel: «Mi madre no fue un amor pasajero en la vida de Ernesto Koplowitz» josé ramón ladra

beatriz cortázar

Después de un tortuoso proceso que ha durado 25 años, la Justicia ha determinado que Ernesto Koplowitz Stenberg es el padre biológico de Carlos Iglesias Rangel , quien en breve cambiará su apellido y será un Koplowitz más. De esta manera, el patriarca del imperio FCC tuvo cinco hijos: Ernesto e Isabel, de su relación con Isabel Amores ; Alicia y Esther , fruto de su matrimonio con Esther Romero de Joseu , y ahora este empresario de 52 años que vive en Suiza y que medita la posibilidad de reclamar ante la Justicia su parte de la herencia paterna.

–Se le ve muy sonriente. Supongo que tendrá motivos con esa sentencia favorable. ¿Cómo empezó todo?

–Con la muerte de mi padre. Mi madre se quedó sola para cuidar a un bebé de nueve meses. Tuvo que superar el trauma de perder a mi padre y, además, regresar a Venezuela para sobrevivir y sacarme adelante. Con los años, mi hermano Ernesto quiso que regresáramos a Suiza, donde yo nací.

–Usted es hijo de la venezolana Albertina Rangel, con quien Koplowitz tuvo una relación extramatrimonial...

–Mi madre no fue un amor pasajero. Tuvieron una relación de cinco años que terminó con la accidentada muerte de mi padre en 1962. Guardo en una caja fuerte de Suiza toda la correspondencia que tuvieron en aquel tiempo y que ha sido fundamental para conseguir que la juez pidiera una prueba de ADN para la que tuvieron que exhumar los restos mortales de Koplowitz. Las cartas de mis padres hablan de amor. Tengo cerca de cuarenta cartas que van desde el año 1956 hasta 1961. Por respeto a ellos y a su intimidad, no creo que las saque a la luz. Son textos de enamorados. Han sido pruebas que he presentado como las fotos que tenía de ambos. Mi primer proceso judicial reclamando la paternidad comenzó en 1988, lo que pasa es que tenía un abogado nada competente que sólo consiguió que se archivara.

–Pero usted no ha estado solo en estos años. Con su hermano mayor, Ernesto, sí tuvo relación.

–Él es una persona muy particular. Cuando tenía 16 años, cortó la relación y no lo vi hasta casi dos años después. Así ha sido en sucesivas ocasiones. Nuestro contacto hoy depende de su estado de ánimo.

–Su madre se casó embarazada con un empleado de su padre...

–En aquellos años no estaba bien visto una madre soltera y mi padre apañó esa boda para cuidar la reputación de mi madre y la mía. Mi madre era secretaria de dirección en Venezuela, tenía un buen puesto. Se conocieron en un restaurante y se enamoraron cada día más, hasta que mi padre decidió que dejara Venezuela y se mudara a Madrid. En España no fue bien recibida porque mi padre seguía casado. Se fue a Francia y yo nací en Suiza. Mi madre invirtió su destino en acompañar a mi padre y, tras su fallecimiento, jamás rehizo su vida. Le respetó hasta su muerte. Al morir mi padre, ella se quedó sola y sin nada. Tuvo una vida muy humilde. Nadie la ayudó. Mi padre no hizo bien las cosas.

–¿Cuándo entró en contacto con los Koplowitz?

–A través de Louis Gonda, un buen amigo de mi padre, que se dio cuenta de lo injusto que era todo. Vive en Estados Unidos, tiene 93 años y sale en la lista «Forbes» de los más ricos del mundo. Intentó que tuviéramos alguna ayuda al morir mi padre. Habló con los Albertos (Alcocer y Cortina, casados respectivamente con Esther y Alicia) para explicarles la situación. Le daban algo de dinero y nos lo traía a Venezuela. Sé que recordar esto entristece a mis hermanas.

—¿Cuándo conoció a sus hermanas?

—Escribieron a mi madre cuando yo tenía 8 años. Ellas querían que estudiara en Venezuela, pero mi hermano Ernesto insistía en Suiza. Como mi madre quería volver a Europa , le hicimos caso. Estuve ocho años en colegios muy buenos, pero luego, al romper con Ernesto, pasé a la escuela pública. A partir de los 17 años es cuando me ayudan los Albertos, hasta que a los 23 años, una vez terminados mis estudios, ya se acaba la relación. Fueron ayudas puntuales para momentos de máxima necesidad y siempre auspiciadas por Gonda.

—¿Qué sintió la primera vez que las vio?

—Una gran emoción. Piense que no tengo familia y con la muerte en el año 2000 de mi madre estoy totalmente solo. Para mí fue una sensación muy fuerte. Con mi otra hermana, Isabel, nos mandamos cartas, pero ella vive en su mundo. Ellas tienen sus hijos y su familia, y por eso no debieron emocionarse tanto como yo. Tuvimos relación desde 1992 hasta 2000. Sobre todo fui a casa de Esther. Con Alicia hubo más distancia. Sé que a ninguna le gusta abrir las viejas heridas del pasado. Yo intenté que entendieran lo importante que era para mí que me reconocieran como hijo de mi padre y cuando comencé el proceso, se distanciaron. Ese año había perdido a mi madre, terminé en mi trabajo y me divorcié. Fue horrible. Además, tuve un abogado horrible que me tomó el pelo. En 2008 contraté a la letrada Eva Solivella, que es quien ha conseguido todo.

—¿Cómo ha financiado el proceso?

—Tengo un Máster en Empresariales y dos grados de postgrado que cursé en Lausana. He trabajado para Cruz Roja en África y Asia. Hoy trabajo para una empresa privada en Recursos Humanos, tengo un consultorio para gente que busca trabajo, cinco escuelas de tenis y doy clases. Con esto quiero decir que tengo trabajo en cosas que me apasionan y tengo una muy buena vida.

—¿Piensa reclamar la herencia de su padre?

—Creo que a mis hermanas lo que les molesta es que todo esto aparezca en los medios y se remueva el pasado. Pero es que yo nunca he tenido mi sitio en esta familia. Hoy sí. Piense que Isabel me escribe desde hace 40 años, pero nunca me ha llamado hermano. Por eso hoy estoy feliz de poder decir públicamente quién soy y aclarar que Koplowitz tenía cinco hijos. En cuanto a la herencia, es verdad que hay una parte que me pertenece, pero no tengo ni idea de cuánto es o si voy a recurrir a la Justicia. Lo decidirá mi abogada.

—Su hermano Ernesto habló de 400 millones de pesetas.

—No puedo afirmarlo, porque insisto en que desconozco la cuantía.

—¿Qué cree que ha heredado de la personalidad de su padre?

—La perseverancia. Ser un emprendedor. El gusto por la aventura. Fíjese que hasta este proceso no lo he vivido como una lucha agónica sino como una aventura apasionante. Esta misma entrevista es una experiencia de la vida que estoy disfrutando. En estos momentos me siento como la Cenicienta. Un hombre corriente como yo saliendo en los medios. Hace apenas unos meses, y tras analizar el fémur de mi padre, no podían acreditar que era mi padre. Casi se para el proceso. El empeño hizo que siguiéramos y que al final ganáramos la batalla. Por eso hoy Cenicienta se ha puesto su zapatito y está aquí delante. Insisto: soy muy feliz en mi vida en Suiza con mi hija, pero esto es un regalo.

—Sin embargo, para sus hermanas salir en los medios es justo lo que no quieren. ¿Se está vengando de ellas con sus apariciones?

—Para nada. Mi único motivo ha sido dar el sitio a mi madre que nunca quiso llevar el apellido de un marido con el que apenas se vio unas horas el día de la firma de su boda. Si no les gusta, lo siento, pero creo que hay cosas que deberíamos haber hablado. Mañana regreso a mi vida cotidiana y me quitaré el zapato de Cenicienta, ya que ni mis compañeros de trabajo en Suiza saben toda esta historia. Lo sabrán cuando me cambie el apellido.

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