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Relatos de verano

«¡Qué película tan rara!»

Ese día la siesta iba a durar muy poco. Apenas llevábamos un rato sentados después de quitar la mesa cuando un repentino grito de mi abuela hizo que despegara rápidamente los párpados

«¡Qué película tan rara!»

U. Mezcua

La siesta en el pueblo era sagrada. Cada tarde mi abuela, mi abuelo y yo languidecíamos durante las horas de más calor en tres viejos sofás de skay, el cual, de todos los materiales utilizados por el hombre, es sin duda el más incómodo. Las ... anchas paredes de piedra de la casa, sin embargo, ayudaban a mantener una agradable temperatura en el interior, lo que evitaba que nuestra piel se fusionase con el mueble y ayudaba a que, medio sedados por el murmullo de fondo del telediario, cayéramos en un tranquilo sopor que solía durar hasta que el frutero hacía su ronda diaria, tocando atronadoramente la bocina de su furgoneta para despertar a la clientela.

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