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Curiosidades de Madrid

La receta de la Aloja, el refresco con el que aliviaba el calor la Corte en el Siglo de Oro

En los calurosos veranos, Mariana de Austria autorizaba el pago de más de 250 maravedís al día para ser servida en palacio

Receta de la aloja ABC
Adrián Delgado

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«Agua del río, levadura antigua, miel muy buena, polvos de jengibre y pimienta longa, canela, clavo y nuez de especia». La aloja fue en el Siglo de Oro el símil más cercano a una resfrescante caña de cerveza o un tinto de verano. Fermentada o no, la aloja –un agua miel especiado– se guardaba en las cuevas para ser disfrutada fresca. La helada –por contacto con cubas de nieve traída de la sierra o mezclada con ella a modo de granizados – estaba reservada inicialmente a la clase alta. Se sabe, por documentos antiguos, que en los calurosos veranos la reina Mariana de Austria , esposa de Felipe IV, autorizaba pago de más de 250 maravedís al día de aloja para ser suministrada en palacio.

La bebida, muy popular en toda España, llevó a la constitución en 1640 de un gremio de «alojeros» para regular el precio y la calidad de este refresco dulzón. La aloja dejó de mezclarse directamente con la nieve y se idearon máquinas para enfriar rápidamente esta bebida. Las alojerías adquirieron unos aparatos llamados «órganos» que, según el Diccionario de Autoridades de 1.737 consistía en «una máquina compuesta de dos o tres cañones de estaño, que se comunican entre si, y por un cabo remata en una boca angosta, y por el otro, que se levanta recto, hay uno como brocal de bota grande, del mismo metal. Poneseles nieve encima de los cañones y echando por el brocal la porción que se pide del mismo licor, sale otra tanta muy fría por la boca angosta. Usase el verano en las tabernas» [sic].

Las alojerías proliferaron en la capital hasta bien entrado el siglo XIX. En los corrales de comedias nunca faltaba una en sus laterales. En ellas, además de la bebida, se vendían obleas y barquillos para acompañar. Según María Isabel Gea en su «Diccionario breve de Madrid» estos establecimientos tenían en la puerta una bandera blanca con una franja roja, distintivo que recordaba a las tiendas de los campamentos cristianos, donde se repartía este brebaje a los soldados con fines curativos.

Los últimos establecimientos de este tipo que hubo en Madrid estaban en la calle Toledo, en la Puerta del Sol y en la calle Montera. Desaparecieron entre 1835 y 1838.

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