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Vecinos de Oseira: «Ya no sabíamos ni a quién rezar»

El fuego amenazó dos de las postales más emblemáticas de Galicia: el Cañón del Sil y el Monasterio de Oseira

Mario Nespereira

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El pasado domingo en Parada del Sil el fuego se trajo consigo la noche. A la una del mediodía el Ayuntamiento encendió las luces de los caminos, como si las llamas que calcinaban uno de los parajes más emblemáticos de Orense no llegaran para iluminar el desastre. El perímetro del Cañón, el del Sil, aspirante a Patrimonio de la Humanidad, se deshacía azuzado por un viento endemoniado. Pilar Rodríguez hace memoria delante de los parroquianos convocados en su tienda. Juegan a las cartas y apuran unas tónicas. «Yo no recuerdo una cosa igual y la gente mayor que yo tampoco», resume: «Esto fue como la noche».

Lo fue, en efecto, consecuencia de un incendio que se cebó con 2.000 hectáreas sembradas de castaños añejos, suficientemente castigados después de un año de sequía y heladas. Heroica es la viticultura en la Ribeira Sacra, como heroica fue la tarea de prevenir el acercamiento de las llamas. «Estaban al ladito mismo de las casas; metían mucho miedo». La carencia de medios suficientes para sofocar los más de 125 incendios que se registraron en Galicia durante el fin de semana se suplieron con mangueras y pozos de barrena como los de Julio López, otro de los vecinos que se vio el domingo en mitad de dos lenguas de fuego. «Como estábamos aquí, igual lo apagábamos con vino. Mira, está todo negro», ironiza.

Parada tiene una hipótesis sobre lo sucedido aquella tarde. Pilar denuncia la existencia de una «banda bien organizada» que sabía dónde, cuándo y cómo hacer que los focos se propagaran por las montañas esculpidas. Se armó entonces «la de Dios», como describe Enrique Ribeiro al pie de los molinos eólicos que jalonan una cresta de la orilla del Sil. Es allí donde se perfila la trágica perspectiva: al fondo serpentea el río, símbolo de la supervivencia; en primer plano solo existe la negritud de los arbustos abrasados. «El fuego corría como una moto», agrega Enrique. Siempre de un lado a otro, dejando sin capacidad a las motobombas y las brigadas que trabajaban sobre el terreno. Explicar por qué una de las postales icónicas de Galicia se convierte en combustible para el fuego no es sencillo. Menos aún sabiendo que la Xunta trabaja para declarar la comarca Bien de Interés Cultural (BIC): el paso previo para presentar ante la Unesco la candidatura a Patrimonio de la Humanidad.

La alcaldesa, Yolanda Jácome, asegura en conversación con ABC que se necesita comenzar por lo más básico: la mentalidad vecinal. Persuadir a los propietarios para que limpien sus propiedades –"cosa que no se hace"—, o hacerles saber que solo sobre los cimientos productivos del vino, la castaña y el turismo el Ayuntamiento no puede despegar. Y eso a pesar de que este año Parada ha batido un récord de natalidad: 4 alumbramientos. Con todo, Jácome promete reclamar «conjunta o individualmente» ante las administraciones algún tipo de ayuda para reparar los desperfectos medioamientales.

Oseira, historia y fe

El conocido como "Escorial gallego" tuvo su reencuentro con el fuego, al que paradójicamente casi le debe el origen de su actual existencia. El Monasterio de Oseira fue pasto de las llamas en el siglo XVI, las que devoraron toda la estructura menos la iglesia, construida sobre piedra. Pasaron cuatrocientos años hasta su reconstrucción, pero el domingo a punto estuvo de redondearse el círculo de la historia. El incendio declarado en el Ayuntamiento de San Cristovo de Cea, en Orense, se quedó a escasos cientos de metros del convento. Los once monjes cistercienses hospedados allí prefirieron no esperar y fueron trasladados en dos tandas a otro templo en Ferreira de Pantón. Ayer, sin embargo, regresaron. Las lluvias devolvieron al pueblo, de solo seis habitantes, la paz que el humo les hurtó.

Quien cuenta la historia de Oseira es Nerina Fernández, la guía del monasterio. El incendio torció las rutinas de los monjes, instalados en el "ora et labora". Hacen cinco rezos al día y el tiempo restante lo dedican a la elaboración de productos artesanos. «Primero se llevaron a los más mayores por problemas de respiración», explica. Mientras, ella despachó por «miedo a la seguridad» a los dos visitantes que tenía en lista. Aunque solo cuando llegó a casa se dio cuenta de la magnitud del horror: «En la televisión veía las imágenes y decía, hombre no dejarán que arda el monasterio».

La dimensión espiritual de esta localidad se aprecia en todas las esquinas. Antes de Oseira, el pequeño núcleo de A Ventela actuó de cortafuegos. Concretamente, una parte del frente se detuvo ante las tapias del cementerio de la iglesia parroquial. María Álvarez vive justo enfrente. Aquella noche no pudo pegar ojo, en parte por el escozor causado por el humo, pero especialmente por el temor a que se reavivaran las cenizas. «Estábamos asustados», recuerda. En ese momento, con el fuego entrando por la propiedad, trató de buscar la fe: «Ya no sabía ni a quién rezar de los nervios que tenía». Fue la vez que pasó mas miedo en toda su vida. «Pensé que el fuego se llevaba toda la casa». A escasos metros la antigua aldea se calcinó por completo.

«Si falla el campo, a ver de qué van a vivir los políticos», se queja amargamente Luis Sánchez, encargado de velar por el ganado del monasterio. Luce una herida en la frente que se hizo extinguiendo otro incendio con su cisterna particular. «Es impensable que en los mundos todavía existan estas historias, tiene que haber intereses».

El tópico de la madera

Por ejemplo, la madera. Oseira se revuelve contra los tópicos asociados a la plaga de incendios. Ni en el municipio hay eucaliptos, señalados como culpables del empobrecimiento del bosque, ni los castaños quemados se canjean por dinero fácil. Lo sabe Óscar González. Trabaja apilando los troncos dañados que intentó vender en Santiago hace dos días. Se los trajo de vuelta. «No la quisieron; esta madera ya no vale para nada», zanja.

En Oseira el arroyo que bordea el pueblo vuelve a cantar gracias a las lluvias de la pasada noche. El silencio solo lo quiebra un helicóptero y la caravana que trae a la ministra de Agricultura, Isabel García Tejerina, de visita en la zona. Desde fuera la mira Elma, propietaria del bar, que como el resto de la vecindad exige soluciones, porque obras son amores y no buenas razones: «Que obre, que obre, buena falta hace».

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