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CASO DIANA QUER

Los quince kilómetros fatales: de A Pobra a la fábrica abandonada de Asados

Pese a que el ruido llegó a situar a la joven en Europa del Este o Estados Unidos, no había salido de la comarca del Barbanza, en la ría de Arousa

Vivienda de la familia Quer, en A Pobra do Caramiñal M. MUÑIZ

C. MORCILLO/P. ABET/J. L. JIMÉNEZ

Las respuestas a la desaparición de Diana Quer siempre estuvieron cerca. En un perímetro muy acotado, apenas quince kilómetros de distancia desde el punto donde Abuín y la madrileña se cruzaron aquella noche y la nave en la que el cuerpo de la joven fue abandonado. Se trata de lo que los investigadores consideran la «zona de confianza» de El Chicle , un territorio en el que él se manejaba a la perfección y que conocía bien de su etapa como traficante. Desde el arranque de esta tortuosa investigación el equipo encargado de la Policía Judicial tuvo claro que estaban ante una suerte de acosador que había actuado amparado por la noche y el conocimiento del terreno. De ahí el perfil que trazaron desde los albores del caso y de ahí también la rápida identificación de Abuín como uno de los principales sospechosos. Ni en Lugo, ni en Europa del Este, ni mucho menos en Estados Unidos , donde incluso se llegaron a difundir carteles con la cara de la muchacha.

Todo el ruido que rodeó a la investigación de esta mediática desaparición no distrajo a los investigadores de una zona que peinaron y analizaron una y otra vez, hasta la saciedad. El periplo mortal de Diana arrancó a la salida de A Pobra, en la curva donde El Chicle había aparcado su Alfa Romeo . Allí pronunció, presuntamente, el conocido «Morena ven aquí» sobre el que Diana alertó a un amigo de Madrid vía mensaje de texto. De ahí, una rápida salida de esta localidad en fiestas que la madrileña pudo realizar dentro del maletero. El seguimiento de su móvil reveló que la joven viajaba en coche , pero ninguna cámara captó su imagen. Año y medio después, las piezas al fin encajan.

El supuesto autor del crimen no dudó y se trasladó por las vías principales desde A Pobra hasta la fábrica de muebles en la que había trabajado, a solo 200 metros de la casa de sus padres . El recorrido es corto, apenas quince kilómetros, y le permitió deshacerse del móvil de la joven a su paso por el puente de Taragoña, una salida que en ese momento pudo considerar oportuna y segura.

Foco en Taragoña

Lo que Abuín ignoraba era que deshaciéndose del terminal en ese punto de la autovía del Barbanza iba a poner bajo el ojo crítico de los investigadores a Taragoña , una pequeña parroquia de Rianxo de apenas 2.000 vecinos que fue escrutada al milímetro por los agentes de la Policía Judicial y la UCO. Incluso cuando terció durante las pesquisas el confuso –y a la postre, falso– testimonio de un supuesto cambio de vehículos en el Puerto de Taragoña del que dieron testimonio dos pescadores.

Lejos de distraerse por la borrosa versión de unos hechos de dudosa verosimilitud, los investigadores inspeccionaron puerta por puerta Taragoña, comprobando el perfil trazado del posible autor de los hechos –un hombre de entre 35 y 45 años, con antecedentes por narcotráfico y agresión sexual– con los allí residentes. Es en ese punto en el que les salta por primera vez la posible autoría de Abuín, pero encuentran que este tiene la coartada que le proporciona su mujer. Ese muro tardaría un año y medio en resquebrajarse.

El relato de los hechos que empieza a vislumbrarse con nitidez a medida que pasan las horas descarta una de las versiones que más despistó a la investigación, la de que Diana hubiese regresado a casa. En un primer momento esta hipótesis estuvo encima de la mesa, pero no cuadraba. La muchacha sí llegó a encarar el camino de vuelta a casa, pero se quedó a poco más de un kilómetro. La confusión vino producida por los iniciales titubeos de la madre acerca de si Diana cogió o no una prenda de ropa.

Más de 400 testimonios

A partir de ahí, la investigación empieza a desenredar la madeja y llama a declarar a más de 400 personas. Muchas de ellas prestaron testimonio en más de una ocasión. De forma paralela y durante las primeras semanas de investigación, el cuartel de la Guardia Civil de Boiro llegó a recibir centenares de llamadas de ciudadanos que decían haber visto a la joven en distintos puntos de la geografía gallega e incluso española. Del Camino de Santiago a su paso por Lugo al Levante. Ninguna pista fundada que hubo que ir descartando sobre la marcha para seguir estrechando el círculo y tirando del hilo acertado.

No fue fácil, aunque en una primera redacción de la lista de agresores sexuales de la zona ya saltó el nombre de Abuín. Pero hizo falta año y medio de trabajo de campo y de un pormenorizado estudio de las cámaras de seguridad –en busca de una matrícula– y las señales de los móviles activos aquella noche en el perímetro dibujado para empezar a sacar algo en limpio.

Una y otra vez el rastro que los agentes de Policía Judicial y UCO olfateaban los llevaba hasta Abuín y, finalmente, un desliz que cometió creyéndose impune lo delató . Él tuvo suerte al deshacerse del cuerpo de Diana, pero cuando cometió el error fatal lo estaban esperando.

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