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Juan Montes, algo más que Negra sombra

El compositor de «Negra sombra», la más universal de las canciones gallegas, fue también autor de otras muchas páginas musicales acreedoras de admiración, pero inmerecidamente castigadas con la ingratitud del olvido

Busto de Juan Montes en Lugo, en los jardines de San Roque CEDIDA

JUAN SOTO

Aunque sólo fuera por evitar que las fabulaciones cobren carta de veracidad, no estaría mal que los gallegos aplicásemos el escalpelo de la objetividad a lugares comunes tenidos por certezas inamovibles. Así, algunos episodios avalados como históricos serían transferidos al apartado de lo legendario, ciertos distintivos ancestrales (¡oh, la quimérica herencia celta!) tendrían que ser sometidos a examen genético, y no pocos personajes presuntamente interiorizados en el archivador cultural desaparecerían de nuestro ADN colectivo.

Le damos vueltas a lo antedicho mientras escuchamos por primera vez parte de la obra para piano de Juan Montes , interpretada por Javier Otero Neira —un joven pianista de A Estrada a quien es fácil augurar una gran proyección internacional— y compilada y anotada por el director y compositor Joám Trillo y el profesor Carlos Villanueva , lucense por vocación y corazón, una de las figuras más prestigiosas de la musicología en Europa.

Al margen de lugares comunes, epigrafía callejera, galerías de gallegos ilustres, repertorios corales y algún que otro busto aupado a columna jardinera, lo cierto es que, para la inmensa mayoría de los gallegos Montes es el compositor de «Negra sombra» y ahí se queda. Quizá algún lucense de inclinaciones melómanas o devoto de las notoriedades locales pudiera incorporar a la ficha de Montes la muiñeira «O bico» y su decisiva intervención en la creación del Orfeón Gallego y de la banda municipal, pero en el conjunto de la obra creativa del compositor las partes ocultas son infinitamente más extensas que las integradas en los catálogos de conocimiento general.

Villanueva y Trillo parecen dispuestos a sacar adelante la tarea de recuperar a un Montes total e iluminar las amplias zonas oscuras de su enorme obra creativa. La edición por parte de la Xunta de un primer volumen de las «Obras para piano» abre el camino hacia el rescate de un músico tan admirado cuanto desconocido. A esta primera compilación seguirán otras, y es de desear que al nombre de Montes se añadan los de otros compositores gallegos igualmente rebajados de méritos. La reciente exhumación de la zarzuela «Santos e meigas», de José Baldomir , permite augurar interesantes sorpresas en esta tarea de restablecer al completo (o hasta donde se pueda) nuestro patrimonio musical. La relación de Lugo con Montes no deja de ser curiosa. Se le admira y se le tiene por hijo ilustrísmo, pero eso no impide que las instituciones adopten cierto desdén hacia su memoria. No entramos en detalles como el rebautizo al que ha sido sometido por el propio conservatorio, al que se ha dado el nombre de «Xoán Montes» , oficializando así, por imperativo de la dictadura lingüística, un onomástico que el músico nunca utilizó, ni pública ni privadamente. Poca cosa, si la comparamos con el hecho de que la edición de la monumental e imprescindible biografía del compositor («Juan Montes. Un músico gallego»), fruto del riguroso trabajo indagatorio llevado a cabo por el musicólogo Juan Bautista Varela de Vega , hubo de correr a cargo de la Diputación de La Coruña, ante la negativa del Ayuntamiento y la Diputación lucenses a afrontar un compromiso al que, por lo visto, no se otorgaban posibilidades de rentabilidad política.

Pero volvamos a esta edición de los cuadernos pianísticos de Montes para congratularnos de lo que para muchos aficionados e intérpretes será el descubrimiento de una faceta inédita del compositor. Inédita y en cierto modo sorprendente, porque el perfil trillado de Montes ha sido el de un músico más bien taciturno, siempre apegado a los hábitos talares, a las reminiscencias de su formación seminarística y a los gustos de los cabildos catedralicios. Se olvida que Montes fue también pianista de salón (tanto del todavía activo Círculo de las Artes como del desaparecido Casino de Caballeros) y compositor de un extenso repertorio «ligero», es decir, de música bailable, «profana», piezas «risueñas», por usar el calificativo tan caro a Chueca. Valses, mazurcas, polcas, habaneras. Compases y melodías que llenarían de jovialidad y alegría las fechas señaladas en el calendario festivo de los lucenses pero que también fueron interpetadas en espacios de tanta severidad como el convento monfortino de las clarisas, donde profesó sor Natividad Montes, sobrina del compositor y pianista más que notable. Joám Trillo y Carlos Villanueva se han propuesto el rescate de Montes. Felicitémonos todos. Y disfrutemos de un descubrimiento gozoso: el de un Montes vivaz y brillante, siempre genial, arrinconado hasta ahora en el olvidado recodo de los tópicos.

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