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José Luis Jiménez - PAZGUATO Y FINO

Cuestión de diagnóstico

Que nadie espere grandes novedades. Se reciclan los viejos éxitos del nacionalismo

Pensar que el BNG lo tiene ya todo hecho puede ser tan erróneo como el falso fracaso

Hace un año, el BNG vivía la que parecía ser su última travesía, por un océano de mareas embravecidas. «Éramos un barco a la deriva con riesgo de hundirse», admitió este domingo Ana Pontón . El previsible siniestro no se produjo en las autonómicas, y el viejo nacionalismo respiró. «Ni retirados, ni desguazados», añadió. Falló el diagnóstico —asumido con resignación por el grueso de su militancia fiel— y ahora respiran tras haber encontrado en Pontón quien refresque y abra una nueva etapa .

Tan severo iba a ser el tortazo que no se produjo que el Bloque ha invertido su estado de ánimo, y vive instalado en un estado de aparente euforia , para lo que se apoya en una coyuntura favorable: la que le prestan la interinidad del PSOE y la bisoñez de la imposible coalición En Marea. Hoy, Pontón ejerce líder de la oposición por incomparecencia del resto, lo que está permitiendo que el Bloque goce de una visibilidad inaudita en tiempos recientes . En el pasado no supieron reaccionar al rugido leonino del populismo.

La coyuntura favorable permite que se atienda al discurso de este «refundado» BNG, pero que nadie espere el descubrimiento de la pólvora. Pontón recicla los viejos grandes éxitos del nacionalismo: concierto fiscal, tarifa eléctrica propia, defensa de la lengua, transferencia de infraestructuras, derecho a la autodeterminación, gasto público sin límite, banca pública, etc . Entonces, si la letra es la de siempre, ¿qué ha cambiado? La música, claro.

Pontón ha mutado la imagen rancia y enfadada del nacionalismo de toda la vida en algo menos oscuro, menos nostálgico, más pedagógico. La generación que se incorpora de su mano a la dirección está cambiando la herrumbre ideológica por un ideario más pragmático . Ya no se habla de estatutos de nación ni de referendos soberanistas en una Galicia en la que sólo un 20% de la población se declara nacionalista. Ahora prefieren hablar de Ferroatlántica, de servicios públicos, de problemas reales y no de ensoñaciones socialistas.

A favor de Pontón y su equipo —en el que todavía se localizan halcones que deberían estar extinguidos— está que no contarán con disidentes internos. No quedan. Los transfirieron —que no purgaron— todos a En Marea. Allí, la fraterna coalición sufre a los reventadores de asambleas nacionalistas, incapaz de marcarse un rumbo claro. Y la estabilidad, esa de la que presume el tan criticado PP, es un valor que premian los votantes. Mira que han tardado en darse cuenta...

El BNG sale de esta asamblea con sus peores miedos desterrados , imbuido de una suerte de creencia de que lo peor ya pasó, que el punto de inflexión de las autonómicas y la coyuntura actual son suficientes para revertir los diez años de ocaso electoral.

«Puede que haya quien piense que los cambios son pequeños, pero en realidad tienen gran alcance y profundidad», pronunció ayer Pontón. Daba la sensación de que, de celebrarse elecciones mañana, el Bloque podría convertir sus 6 en 26 diputados. Y ese es otro fallo de diagnóstico, tan grave como el que dio a los nacionalistas por enterrados.

El test sobre la recuperación real del nacionalismo vendrá en las municipales de 2019. Mal escenario, porque el populismo se ha atrincherado en sus plazas urbanas, el terreno perdido y ansiado por el BNG. Las urnas dirán si algo ha cambiado en el nacionalismo o estamos ante un espejismo. Otro más.

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