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Miguel Aparici Navarro (*) - HISTORIA MILITAR DE LA COMUNIDAD VALENCIANA

La rebelión de los moriscos en Valencia

«La expulsión de los moriscos comenzó por el Reino de Valencia y borró del censo a un tercio de su población»

Imagen de archivo de una exposición sobre los moriscos realizada en Valencia ABC

Contemplo los cientos de pequeños campos, en terrazas escalonadas de barranco, que en otro tiempo estuvieron mejor cultivados y los ribazos de piedra que se elevan por las increíbles laderas, de recuperado trazo visual tras los incendios del matorral mediterráneo.

En otra época tuvieron, los primeros, productos hortofrutícolas y apetecibles frutas y, los segundos, troncos de olivo, de almendro, de algarrobo y hasta cereal y viñedos.

Pero en un mes de octubre de hace más de cuatro siglos (1609) todos ellos quedaron, súbitamente, desiertos de manos trabajadoras -“sumisas y baratas”- y quienes les reemplazaron nunca llegaron a disfrutar tanto de la riqueza que dona la irrigación a base de fuentes y manantiales.

El edicto fue sorpresivo (a finales de septiembre…), el plazo brevísimo y las penas de insumisión mortales. Tocaba esperar, concentrados, a la llegada de los comisarios regios. Cargarse el hatillo, tras malvender -cuando se pudo- lo voluminoso y abandonar lo inmueble, y hacer hilera en dirección a los puertos de embarque; hacia tierras del norte de la vecina África.

La expulsión de los moriscos, que comenzó por el Reino de Valencia y borró del censo a un tercio de su población, tiene hoy tantos estudiosos piadosos como en su tiempo valedores enfervorizados. ¿Intolerancia, genocidio?. Nada que ver esta reacción contra lo musulmán, con la llegada de lo norteafricano a la Península; aunque aquellos fueron otros tiempos y menos gentes. Ni con la política de “tolerancia” del rey Jaime I, tomador de estas tierras y condescendiente ; bien que, en ocasiones, enfrentara rebeliones y procediera a expulsiones.

Al final, habían quedado como ciudadanos de segunda. En las peores tierras del interior (si exceptuamos el trapiche azucarero costero), bajo onerosos señoríos territoriales y sin ninguna “alianza de civilizaciones”.

Para entonces, España era un problema al monarca de turno . Colonias, guerras de religión, crisis internas, amenaza del turco… e interesaba al imperio unidad, unidad total. Y el detonante fueron las Germanías. Pues, obedeciendo en combate los moros a sus señores barones, se vieron odiados por la menestralía ciudadana; que, cuando tuvo la contienda a favor, aprovechó para cristianizarlos a la fuerza: a base de bautizos masivos, bajo riesgo ocasional de muerte.

Los iluminados consejos eclesiásticos que se reunieron a nivel nacional consideraron que el bautismo, pese a no haber sido voluntario, era plenamente legítimo; de lo que se deducía la obligación de todo muslím de actuar -en lo sucesivo- como auténtico cristiano.

Pero si se piensa en que el musulmán “vive como cree” y en los rectores, que eran enviados a adoctrinarlos al lejano y poco gratificante mundo rural (unido al desinterés inicial de los propios nobles locales), veremos que ello dio como consecuencia reacciones agresivas -sucesos de la Sierra Espadán que reprimió el Duque de Segorbe, sacrilegios como el de la iglesia castellonense de La Llosa o asesinato del señor de Cortes de Pallás- y de ahí se pasó a mayores; prohibiéndoles primero que escaparan del país, requisándoles su raquítico armamento (ver listas inventario) y alejándolos de las costas, por el temor -no poco fundado- de que pudieran convertirse en el quintacolumnismo chivador y guía del amenazante, y acercándose, imperio otomano.

Juan de Ribera, que acertó a no estar ya de césar (virrey y capitán general de Valencia) en el momento decisivo, jugó un papel importante -ver fresco mural en la pared del Aula Capitular de la catedral valentina- cerca del monarca Felipe III; a quién había casado, personalmente, en la sede mitral del Turia.

Pero también Pablillo Ubecar, bandolero moro del valle de Ayora, con su brutal y ejemplarizante trato a varios musulmanes de La Valle (preparados para salir hacia Alicante pero reconducidos, por amenazas, hacia la resistencia en la abrupta Muela de Cortes) tuvo mucho que ver en el inicio de una resistencia a la expulsión; que duró mucho más aquí que en la picuda sierra castellonense o en el intrincado Valle de Laguar alicantino.

Aunque… el virrey marqués de Caracena tenía bien previsto el plan “B”. Pues en verano había acopiado embarcaciones y, no si el cuchicheador escándalo de la nobleza capitalina, había acercado las tropas del Tercio de Lombardía.

Las milicias del Gobernador de Xàtiva, que entraron por la Ayora medio cristiana (en un valle restante totalmente arabizado) poco pudieron hacer al intentar el asedio a la masa montañosa por la cornisa cortada de la Cañada de Sácaras. Motivo por lo que el Tercio profesional fue enviado por el llaneante acceso del lado de Bicorp . De donde los “alatristes”, acostumbrados a las batallas campales de embestida, arrancaron -aburridos de perseguir fantasmas por cuevas- contra la aldea morisca de Ruaya; devastándola a ella y a sus gentes.

El propio caudillo Turigi sería delatado por familiares (¿bajo presión torturadora?) y ajusticiado modélicamente en la misma Valencia . Los pocos que no se entregaron quedaron, como un par de años más, vagando por barranqueras y covachonas ocultadoras; como la inmensa, llamada de Gimena, en las proximidades de la aldea de Otonel.

A la postre, para acabar con los reductos, hubo que recurrir a convictos liberados de las cárceles.

Más aún, ni los “cristianos nuevos” o moriscos serían bien recibidos en el Magreb ni los nobles valencianos dejaron de quedar arruinados y con inseguras, productivamente, nuevas repoblaciones.

(*) Miguel Aparici Navarro. Grupo de Historia Militar de la RACV. Cronista Oficial de Cortes de Pallás.

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