Hazte premium Hazte premium

Carlos Marzal - HOTEL DEL UNIVERSO

Necesito varias vidas

He llegado al convencimiento de que necesito más vidas de las que tengo en la actualidad. Una vida no da para nada, ni siquiera aunque la vivamos como una doble vida. Ni como una triple. El desdoblamiento de una sola vida en vidas diferentes constituye una solución de urgencia, un parche existencial que no va a ninguna parte, como no sea al círculo infinito del que nos hablan los moralistas más o menos orientalizantes: ese que conduce del deseo a la insatisfacción, y de la insatisfacción otra vez al deseo. Vamos: un aturdimiento físico y metafísico que nos invita a abrazar soluciones muy poco mediterráneas, credos con múltiples divinidades impasibles de múltiples brazos y nombres impronunciables del tipo Nabagarkrisnarrajarvanda. Un coñazo.

Cuando hablo de vidas diferentes me refiero al simple concepto instrumental de vida que puede tener un niño de diez años: un aparato que funciona al rojo vivo para dar cumplimiento a su voluntad. No se trata de que quiera, en una vida, llegar a vivir las distintas posibilidades de mi yo, sino de que echo en falta a mis diferentes otros, mediante los que hacer realidad nuevas vidas necesarias. Y no me vengáis ahora con el consuelo de la lectura: ese que pretende aliviarnos con la cantinela de que el acto de leer equivale al hecho de vivir vidas inalcanzables. No quiero el sucedáneo de los personajes. Busco destinos completos con su certidumbre biológica: la que enseñaban los libros de Ciencias Naturales, con su síntesis de que los organismos nacen, crecen, se desarrollan y mueren.

Se parece al apetito de la segunda vivienda, o la tercera, para que además de la ciudad haya algo de mar y montaña. Como la utilidad del segundo coche, o el tercero, para que los niños vayan solos por el mundo y nos liberen de nuestra tarea de chóferes familiares. La verdadera condición del ser humano como animal consumista no alcanzará su apogeo hasta que no podamos disfrutar de un surtido de vidas diferentes de buena calidad biográfica.

Me apetece mucho una vida de hombre de acción, con selvas y paludismo, con osos polares e hidroaviones, con cargas a caballo y medallas concedidas al valor en combate. Y otra vida de santidad, de eremita en el desierto, de soledad extática, cercado por todas las tentaciones del universo y ajeno a todas ellas, un metro por encima del mundo material. Y una vida de erudito también, y otra vida disipada, de poeta persa borrachín cantor de las ebriedades, y otra vida de deportista legendario, y otra de frívolo absoluto, y otra para echarla a perder, para que todos digan con pesar: qué desastre de vida, pobre muchacho, lo tenía todo y todo lo ha lanzado por la borda. Y otra de mujer, y otra de elefante en peligro de extinción. Ya veis: las apetencias básicas de un ciudadano del siglo XXI.

En el futuro, la más que probable inmortalidad del individuo se ha de comercializar conforme a esta idea: no nos sirve una vida a la carta, sino una carta de las mejores vidas por vivir.

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación