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José Font - Cuadernos de Napoleón

Callejeros

«Desde fuera de España deben estar mirándonos con pena al desgranar con todo este asunto de revanchismo guerracivilista»

Siento vergüenza cuando noticias como las de esta mañana -mientras tomo mi desayuno veraniego- acaparan la prensa nacional y regional. Me sonrojo y pienso: “Ojalá ningún medio extranjero se haga eco de esta memez”. Me refiero a la nueva intentona de modificación de los callejeros de Madrid y de Valencia .

El Ayuntamiento de la capital de España quiere dedicarle una calle a Marcelino Camacho , bien, conforme, de acuerdo. Si es una vía pública nueva, nada que objetar, de lo contrario ¿es necesario un cambio de nomenclatura? Hubiera entendido, sinceramente, y como así ocurrió en pocos sitios, una sustitución del callejero en muchos pueblos y en varias ciudades de los nombres franquistas en los años de la Transición o en los primeros de gobiernos socialistas en Moncloa, autonomías, diputaciones, municipios… hacía poco que se había estrenado la etapa democrática. Pero ¿ahora? 40 años, 40, de democracia y quieren en la Villa y Corte, ponerle al Teniente Castillo una calle. ¿Con qué fin? ¿Con el mismo de la infame Ley de la Memoria Histórica? ¿Para agasajar ahora a los de un bando y criminalizar al otro? Cunetas hay de todos los colores, y en la Comunidad Valenciana existen centenares de ejemplos.

Si la Universidad no lo impide, la calle Barón de Cárcer de Valencia, pasará a llamarse Avenida del Oeste. No tengo ni pajolera idea si habrá que ir con sombrero western, pistola en cinto, tomando a diestro siniestro whiskys en los bares y a caballo. O quizá se refieran a la Bruja del Oeste del Mago de OZ, no lo sé. Pero la ridiculez es tan extrema que ya dudo de la intelectualidad de los asesores culturales del alcalde sobre este tema.

Desde fuera de España deben estar mirándonos con pena, con auténtica tristeza, al desgranar con todo este asunto de revanchismo guerracivilista 80 años después, que seguimos enzarzados en cambios de nombres en las calles, enarbolando banderas ajadas y rememorando discursos apolillados en el reciente Congreso de los Diputados. España sigue anclada en los años 30, y desde luego la mayor culpa de ello la tiene la izquierda sectaria impregnada de naftalina, que día tras día saca a paseo –metafóricamente hablando- los viejos fantasmas de la Guerra Civil.

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