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Kaufman, con Wagner por bandera

El fraseo arrebatador del tenor alemán volvió a reluciren «Morgenlich leuchtend im rosigen Schein»

Jonas Kaufman, durante su recital en Peralada Miquel González

Pablo Meléndez-Haddad

El tercer concierto ofrecido por el tenor alemán en el Festival Castell de Peralada nuevamente alcanzó extraordinarias cotas de calidad sobre todo por su impresionante dominio de un repertorio en el que no tiene competidores: el wagneriano. A la obra de Richard Wagner le dedicó por entero la segunda parte del programa, exacto -propinas incluidas- al interpretado el miércoles en el Teatro Real de Madrid. De hecho fue la Orquesta Titular del coliseo madrileño la que le acompañó siempre con Jochen Rieder en el podio, quien, sin demostrar mucha creatividad, al menos respira con el divo.

El festival wagneriano comenzó con una versión puramente instrumental de la popular «Cabalgata de las valquirias» y con una segunda selección de la ópera a la que pertenece, «Die Walküre», «Ein Schwert verhiess mir der Vater», el soliloquio de Siegmund del primer acto que le sienta a Kaufmann como anillo al dedo por expresión, sentido y acentos. El fraseo arrebatador del tenor alemán volvió a relucir en «Morgenlich leuchtend im rosigen Schein», de «Die Meistersinger von Nürnberg» -ópera de la que también se ofreció su Preludio inicial-, melódica sección conocida como la Canción del Premio de Walter -«Walthers Preislied»- en la que Kaufmann propuso emocionantes juegos de dinámicas que funcionaron como efecto expresivo y teatral. «In fernem Land», la página más célebre de «Lohengrin», despidió el concierto entre el clamor del público, un concierto generoso que se selló con «Winterstürme wichen dem Wonnemond» (otra escena de Siegmund de «La valquiria») y «Träume», de los «Wesendonk Lieder» como vitoreadas propinas wagnerianas, sin olvidar ese «Pourquoi me réveiller», de «Werther», sencillamente modélica.

Sí, regaló un Massenet, porque en toda la primer parte Kaufmann demostró su afinidad con el repertorio francés. Saludado como un referencial Don José de «Carmen» o como un «Werther» admirable, maravilló también con su «Ah, lève-toi, soleil!» con la que rompió el hielo, dibujando un Roméo encantador, para seguir con «La fleur que tu m’avais jetée» a cargo de un Don José de tintes oscuros, elegante y tierno. También se aventuró con dos páginas que exigen gran fortaleza de «La Juive» (Halévy) y «Le Cid» (Massenet). Una noche memorable.

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