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Sónar+D: adiós a la verticalidad

El diálogo entre arte y tecnología protagoniza el congreso del festival y genera obras que exploran incluso la música a gravedad cero

Un grupo de personas participa en una de las instalaciones del Sónar+D AFP

Miquel Vera

¿Cómo sonaría tu instrumento favorito en el espacio exterior? Es una pregunta extraña, de las que solo se haría un loco. O un genio. O alguien que soportara sobre sus espaldas ambas condiciones que raramente se manifiestan por separado. «Bienvenidos al Zero Gravity Band. Tengan un feliz vuelo». Este es el escueto saludo que contextualiza una de las instalaciones más geniales y sorprendentes del Sónar 2018, que cumple 25 primaveras sin un ápice de agotamiento y con la capacidad de redoblar su apuesta por lo excéntrico año tras año

Sentados en el centro de una extraña cúpula hinchable de suelo mullido, los asistentes callan atónitos bajo un bombardeo de luces led que destellan sus sentidos. Mientras tanto, unos ritmos trepidantes atormentan su sien. Algunos rostros gesticulan embobados como pudieran ver -o sentir- el cosmos ante sí. «Ha sido como sumergirme en otra dimensión», explica uno de ellos. Quizás no es para tanto, o quizás la cerveza que desde primera hora de la tarde corría sin cesar por las barras del festival ayuda a aumentar el valor lisérgico de la obra.

En cualquier caso, detrás de esta instalación, que se anticipa como una de las estrellas del Sónar, hay dos perfiles tan dispares como complementarios en estos lares en los que el arte nace de la conjunción entre creatividad y potencial técnico: un doctor en ciencias cognitivas con evidentes pulsiones artísticas y un músico con alma de cosmonauta. «Se plantearon cómo sería una creación artística en situación de gravedad cero cuando el hombre viva fuera de la tierra», explica Teresa Roig, responsable de la instalación y directora de la Fundación Quo Artis, especializada en el diálogo entre arte y ciencia.

El año pasado montaron una muestra de arte en la Antártida. En esta ocasión el planeta azul se les ha quedado pequeño y han decidido mirar al cielo. «Hay un sentido intrínseco en el hombre del que nunca hablamos, y que nos condiciona profundamente: la gravedad». Despojados del peso de Newton, la percepción humana se transforma y le dice adiós a la verticalidad monumental que tanto han idolatrado diseñadores y arquitectos durante siglos.

Esa es la base de la obra, y desde esa idea despegó un vuelo con caídas en la nada de 22 segundos durante las que se grabaron las piezas ingrávidas que nutren una instalación que concentra, en unos pocos metros cuadrados, todo aquello de lo que hace gala el festival barcelonés: tecnología, futurismo, música y una total y absoluta falta de límites técnicos y conceptuales..

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