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José García Domínguez - Punto de fuga

Los separatistas exquisitos

Ocurre que la revuelta de los catalanistas contra el Estado es una performance de los ricos, por los ricos y para los ricos

Al separatismo catalán le ocurre lo mismo que a cierto personaje secundario de Tom Wolfe que aparece en La Izquierda Exquisita. Uno que siempre se apuntaba a las modas en el instante preciso en que todo el mundo decidía abandonarla. Como aquel tragicómico rezagado estructural, nuestros micronacionalistas domésticos también han entrado en el siglo XXI con el paso cambiado con respecto al resto del planeta. Y es que la legendaria soberanía plena con la que tanto fantasean en sus telenoticias ya no existe en ninguna parte. Su republiqueta, qué le vamos a hacer, no es de este mundo. Y aún se extrañan de que la Cataluña que ellos confunden con el desclasado Gabriel Rufián siga sin comprar su mercancía. De ahí que ahora se hayan gastado un dinero, público huelga decir, en otra encuesta para tratar de descifran lo que todas las catas demoscópicas de la propia Generalitat corroboran desde siempre. Por ejemplo, que únicamente el 22,7% de quienes se autodefinen de clase baja se revelen entusiastas de la secesión. O que solo un pírrico 33% de los parados catalanes crea que la bandera estelada resolverá su angustiosa situación vital. O que en el segmento de las personas sin estudios no pase del 25% la adhesión a la cansina bullanga levantisca de Puigdemont . O que, en fin, en la cohorte de los castellanohablantes la fractura de la unidad nacional española cuente con el rechazo expreso de nada menos que un 86% del total.

Ocurre que la revuelta de los catalanistas contra el Estado es una performance de los ricos, por los ricos y para los ricos, una quimera clasista tan cercana al desolado paisaje moral de la Liga Norte y su Padania como ajena a cualquier proyecto socialmente emancipador. Porque no hacía falta tirar a la basura esos 60.000 euros que ha costado la encuesta de marras para descubrir lo que cualquiera que haya pisado alguna vez en su vida las calles de Hospitalet o de Cornellá trae sabido de casa. El drama de los separatistas exquisitos es que nunca han pisado Cataluña.

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