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Quince mil miradas a Ramon Casas

El Círculo de Liceo clausura el 20 de julio la exposición «Júlia, el desig»

Retratos de Casas en el Círculo del Liceo EFE

SERGI DORIA

Quince mil personas se han reencontrado con Ramon Casas a través de los ojos de Júlia Peraire, su modelo y el amor de su vida. Como explica José García Reyes, de la Comisión de Cultura del Círculo del Liceo, con la exposición «Júlia, el desig» la entidad «ha conseguido su objetivo de abrirse a la sociedad barcelonesa con una muestra pictórica, por otra parte inédita, ya que las obras proceden en su mayoría de los propios socios».

La cifra engloba a los asistentes la exposición y a las conferencias. En un diálogo con el historiador de arte Francesc Fontbona, Antonio López elogió la asombrosa capacidad de Casas como pintor de la realidad. «Pocos han sido tan tan capaces de plasmar un hecho real, Casas tenía el don de la observación», recalcó. Un Casas que se impregnó de los cromatismos del Greco y Velázquez. Las tonalidades y pliegues del cretense reaparecen en su cuadro más explícitamente erótico: «La Sargantain» (1907), pieza estrella de la exposición. En otra de las conferencias, Nadia Hernández analizó la técnica del pintor: «Su deseo de modernidad no se limita al estilo, sino a la materialidad de su pintura».

¿Era moderno Casas? «El Modernismo catalán aspiraba a ser moderno, pero el Casas de finales del XIX quiso ser más audaz de lo que fue », afirmó Fontbona. Hernández habló de modernidad moderada: «Más que modernista, Casas fue el pintor de la vida moderna». Tampoco puede ser calificado de impresionista, aunque el manejo del color, como sucede en Rusiñol, pudiera hacerlo creer. Más o menos moderno , Casas nos ha legado escenografías pictóricas tan originales como la Rotonda del Círculo que el musicólogo Carlos Calderón comparó con una nave espacial a la que pondría la pieza «Cataluña», de la «Suite Española» de Albéniz.

Cuando conoció a Júlia Peraire, en 1906, Casas franqueaba la cuarentena y aquella muchacha de aire rebelde que vendía Lotería entre las mesas de la Maison Dorée de plaza Cataluña acababa de cumplir dieciocho. En su magnífico documental, Emiliano Cano demostró que al conocer a Júlia, «Casas, el dibujante de almas, volvió a reflejar el alma femenina». El alma de Júlia se desplegaba en las más diversas identidades. Podía ser el icono del sexo -para Antonio López «un erotismo demasiado limpio y simbólico»-, la burguesa impostada, la manola con mantilla, la atlántica Miss Oceanide, la chica de la máquina de coser Wertheim, Pandora prerrafaelita o mística novicia en el claustro de Sant Benet.

Gracias a la exposición «Júlia, el desig» que ha comisariado Isabel Coll se ha hecho justicia a la mujer que obsesionó al pintor. Una mujer totalmente ignorada por la familia del pintor y la prensa de la época. Con «Júlia, el desig», la obra de Casas cuenta con quince mil nuevas miradas.

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