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¿Para qué sirven los editores?

El Foro Edita Barcelona reúne al sector del libro en la Pompeu Fabra y da voz a editores como Richard Charkin, el hombre que publicó «Harry Potter» en Bloomsbury

Richard Charkin, durante su charla con Daniel Fernández ABC

SERGI DORIA

¿Cómo explicar a un adolescente qué es un editor? . «Si no escribes el libro, ni lo ilustras, ni diseñas la portada, ni lo vendes porque para eso están los libreros... Le dices que el editor decide lo que se publica... ¿Tiene sentido?». Daniel Fernández, presidente de la Federación de Gremios de Editores de España lanzaba el interrogante a Richard Charkin, presidente de la Asociación Internacional de Editores (IPA). El hombre que publicó «Harry Potter» en Bloomsbury recurrió a la denominación anglosajona: «Publisher» significa «publicador».

Charkin y Fernández seguían la línea trazada por Javier Aparicio-Maydeu, Patrici Tixis y Sergio Vila-Sanjuán, codirectores de Edita Barcelona, un foro que quiere ir más allá del mero inventario de problemas. El primero de todos, la piratería a la que el presidente de Planeta, José Crehueras puso números y una frase lapidaria: «Los piratas nos parecen simpáticos, los ladrones no». En el mundo anglosajón, señalaba Charkin, la piratería musical precedió a la editorial y eso tuvo una ventaja : «En vez de perseguir adolescentes nos centramos en los malos de verdad con eficaces sistemas de control. El gobierno creó una unidad especial de policía».

La laxa actuación de los políticos españoles hacia la piratería sorprende al editor británico: «El español es la segunda lengua editorial del mundo. Genera beneficios y no entiendo por qué los gobiernos no se preocupan». Fernández lamentó que las leyes de Propiedad Intelectual y de Mecenazgo que prometieron Zapatero y Rajoy se quedaran en parches: «Somos la industria cultural que más exporta y la que recibe menos subvenciones. El estado de la edición española es estable dentro de la gravedad , pronóstico reservado: llegamos a perder el 40 por ciento de ventas y ahora andamos por el 30 por ciento». Los derechos de autor, añadió Charkin, están amenazados por las grandes corporaciones que utilizan la información sin límites y los gobiernos que no los protegen: «En Canadá se permite a los centros educativos fotocopiar los libros . Suena filantrópico pero acaba con el libro de texto. Y ese mal ejemplo puede cundir en Australia, Brasil...».

Los ponentes suscriben el consejo del editor Einaudi: «Mira atrás y verás siempre el futuro». Los años noventa, recordó Charkin, estuvieron copados por el marketing: «Estábamos tan centrados en el negocio y las absorciones de los grandes grupos que olvidamos nuestro verdadero papel: el lazo entre el editor y el autor». Ahora y aquí lo prioritario son los contenidos. En plena revolución digital, nadie apostaba por un libro sobre una academia de magos «ancien Régime». Según el marketing «Harry Potter» no podía funcionar...

Valientes o inconscientes

Toda iniciativa editorial tiene algo de suicida. Cuando Jordi Nadal arrancó Plataforma editorial con cuatro colecciones, los consultores le dijeron que era inviable: «Hemos pasado de dos a quince empleados y llevamos casi seiscientos títulos publicados. El problema de los consultores es que la mayoría nunca fueron editores». En un pequeño sello cada decisión supone un entusiasmo que puede salir caro: «Para ser más concretos, cada apuesta me cuesta dieciocho mil euros y tomamos noventa decisiones al año», apuntó Nadal.

Al lanzar una editorial, corroboró Laura Huerga del sello Rayo Verde, «te llaman valiente para no llamarte inconsciente». Jan Martí creció con el réquiem por el libro en papel de leit motiv: «Profetizaban un futuro digital sin papel y ahora gente muy joven está vendiendo toneladas de libros en papel a gente muy joven». Para el impulsor de Blackie Books, «el libro de papel siglo XXI ha de llevar tapa dura: además de ofrecer contenidos, un objeto tan atractivo como unas zapatillas o unos pantalones». Laura Sandoval bautizó la editorial Hoja de Lata «como los resistentes juguetes de hojalata de nuestros abuelos». La resistencia es la consigna de los nuevos: «Como nacimos con la crisis no sabemos qué son las vacas gordas», concluyó la editora asturiana.

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