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José Rosiñol - Tribuna Abierta

Lenguaje, entropía y manipulación

La sociedad catalana, convenientemente anestesiada gracias a la telaraña mediática tejida por el nacionalismo, parece no reparar en la cada vez más kafkiana situación política

Existe una correlación directa entre la tendencia a la hipérbole en el discurso del separatismo y el más que constatable fracaso del proyecto independentista. Entre la manipulación del lenguaje, la inversión de la moral y la negación de la realidad, y un contexto que se resiste a aceptar la pesadilla nacionalista uniformizadora y excluyente. Asistimos a la decadencia de las instituciones catalanas, nos acostumbramos a la perplejidad con la que nos contemplan desde el extranjero, a ver cómo dilapidamos a manos llenas nuestra imagen de modernidad y esfuerzo, una huida hacia adelante cuyas consecuencias tardaremos muchos años en digerir.

La sociedad catalana, convenientemente anestesiada gracias a la telaraña mediática tejida por el nacionalismo, parece no reparar en la cada vez más kafkiana situación política. La realidad mediática dista mucho de parecerse a la realidad política, porque Cataluña se acerca a toda velocidad a aquello que Emile Durkheim denominaba «anomia»: una sociedad sin normas, o con la confusión como norma, confusión que ahonda en la entropía de un sistema político en descomposición, un Parlament que reniega de sí mismo y de su legitimidad, un gobierno dedicado a un golpe de Estado institucional, unas instituciones mediatizadas por el proyecto secesionista y una supuesta sociedad civil vergonzosamente instrumentalizada por el poder.

Desde luego, toda la energía malgastada en esta anacrónica «construcción nacional» claramente esencialista, solo nos lleva a un callejón sin salida, hacia un escenario de ruptura que solo existe en la mente de los próceres separatistas. Quizás este sea el objetivo real del nacionalismo: entrar en una barrena institucional para alcanzar sus propios fines, sin importar si para ello fracturan la sociedad catalana entre buenos y malos catalanes.

Fijémonos cómo se expresan últimamente los líderes separatistas y su coro de palmeros, cómo vulgarizan sus discursos, cómo buscan la confrontación, cómo pretenden huir de la realidad con mentiras y burdas manipulaciones. Decía Victor Klemperer en «La lengua del Tercer Reich», respecto al discurso que debía ser, que «cuanto más tangible sea un discurso, cuanto menos dirigido al intelecto, tanto más popular será». Vemos a personajes como Francesc Homs tachar de hienas a todo aquel que no esté con el «prussés»; o al principal representante del Estado en Cataluña, Artur Mas, decir cosas como que: «Nos están agrediendo, tenemos derecho a la legítima defensa». La gravedad de las palabras de los dirigentes nacionalistas es evidente, pero en todo ello también subyace una cosmovisión dicotómica, entre la gacela y la hiena. Una politización de la metáfora convertida en instrumento que recurre a lo más atávico y emocional del ser humano, una disolución de lo individual en el magma de una comunidad agredida por un enemigo imaginario, una alteridad convertida en chivo expiatorio, aunque -por mucho que le pese al nacionalismo- dicha alteridad somos la mayoría de los catalanes. Les guste o no.

José Rosiñol es socio fundador de Sociedad Civil Catalana.

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