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Oti Rodríguez Marchante - Barcelona al día

Los gestos y restos de la paella catalanista

El proceso se le ha agarrado ya como un herpes a la vieja Convergencia y a sus alegres compañías

Ahora que ya saben todos y todas que no habrá referéndum secesionista en Cataluña y que la «independencia exprés» es una chapuza jurídica con menos recorrido que los argumentos de Artur Mas y de Francesc Homs ante el juez, sólo los más listos tienen cintura para tunear «el procés», y basta para comprender esto esa imagen entrañable de Oriol Junqueras pillado en gesto entre fraternal y paternal con la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaria, aunque de esa fotografía tan elocuente lo más impresionante no es la postura normal y amistosa de ambos, sino que al lado está Carles Puigdemont con la mirada a por uvas y una Carme Forcadell que observa el gesto de Junqueras con sonrisa de madrastra de cuento y como pensando «me cagüen sos».

El proceso se le ha agarrado ya como un herpes a la vieja Convergencia y a sus alegres compañías, y puede envenenárseles más allá de la mera inhabilitación, pues parece poco probable que su plana mayor no termine como coro en los cánticos del Palau, y aún menos probable que la poca sensatez que aún quede entre lo que va quedando del proceso siga arrimándose a ellos con la misma naturalidad que se arriman a Soraya. Y toda esta recomposición de la coreografía del proceso lo traduce la auríspice del catalanismo a la gresca, la del centro de la paella catalanista, Pilar Rahola, en una inminente revuelta catalana después de que el Gobierno intervenga la autonomía, algo que tal vez ocurriría si el Gobierno pensara que Artur Mas, Puigdemont, Homs, Forcadell y demás tuvieran el más mínimo futuro político, cosa que sólo podría ocurrir si Oriol Junqueras pensara dedicarse a la recogida de lilas en el campo gironés. Aquí la única revuelta es doña Rahola, que lleva viviendo y soñando «semanas trágicas» desde que se puso a servir paellas convergentes, aunque lo más probable es que no tarde mucho en ir recolocándose.

En fin, todo este grupo, más paquete que bomba, aunque lleva años haciendo tic-tac, no da más de sí y apenas le queda nada ya por cargarse, desde a sí mismos a la Generalitat, desde la sanidad o la economía hasta el bolsillo del contribuyente, desde su Historia e idiosincrasia hasta el propio y legítimo sentido de pertenencia. Una auténtica escabechina que costará años reparar y que por ahora solo se aprecia un gramo de esperanza en ese gesto entre Soraya y Junqueras.

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