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Joan Carles Valero - Letras expectativas

Darse la puntilla

El marco mental establecido desde la agitprop de los medios públicos de la Generalitat, pese a pagarlos todos, excluye clamorosamente a quienes discrepan del procés

EL paisaje político se sustenta en una estridente retórica y en aparentar la imposibilidad de alcanzar cualquier compromiso más allá de las fronteras partidistas. Cavadas las trincheras ideológicas, que no de las ideas, se antoja fácil pactar sobre cuestiones económicas: al fin y al cabo, el dinero siempre puede repartirse. Lo difícil es alcanzar acuerdos en materia de identidad. Máxime, cuando cada bando tiene una visión sentimental exclusiva y excluyente de lo que debe ser su patria y cree firmemente que lo que defienden otros solo son ataques a su propia quintaesencia. En esa contemplación del otro como enemigo es cuando se empieza a cercenar la libertad.

Es lo que pasa en Cataluña con quienes no son independentistas. El marco mental establecido desde la agitprop de los medios públicos de la Generalitat, pese a pagarlos todos, excluye clamorosamente a quienes discrepan del procés. Coincidiendo con el quinto aniversario del cierre de la plaza de toros Monumental de Barcelona y justo cuando la tauromaquia catalana reclama una respuesta al Tribunal Constitucional sobre el recurso a la prohibición presentado en 2010, la presentación del libro «¿La prensa apuntilló a los toros en Cataluña?» (Ediciones Carena), escenificó este lunes el interés de los aficionados barceloneses, ya que la Sala Ámbito Cultural de El Corte Inglés de Cataluña se llenó hasta la bandera. Hasta el punto de que los libros se agotaron, como el autor de firmar ejemplares.

José Ignacio Castelló concluye en su libro y en la tesis doctoral que lo sustenta, que la actitud de la prensa catalana durante los años de plomo antitaurinos (2004-2010) fue muy diferente a la que había ejercido anteriormente, apuntillando la noticia taurina entre el desinterés de la mayoría de ciudadanos y la resignación de sus cronistas. Una situación propiciada por unos poderes que se empeñaron en demostrar que la tauromaquia era un espectáculo patrio español y cruel, antes que artístico y catalán. Con la excepción de José Tomás, porque cuando el diestro madrileño acudió a torear a Barcelona, vista la cobertura informativa desplegada, sostiene Castellló que hubiese sido necesario un José Tomás cada tarde para que el ciudadano catalán tuviese la percepción de que existían toros en Cataluña.

Más singular es el caso de la guerra identitaria del cava, uno de los mejores vinos españoles que triunfa en el mundo y que algunos ciudadanos boicotean su consumo como arma arrojadiza contra otra identidad. La situación se agrava cuando alguna marca de cava recibe el castigo de ambos nacionalismos. Una puntilla que supone rematarse como sociedad libre.

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