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Pablo Nuevo - TRIBUNA ABIERTA

Cataluña hemipléjica

Para salir del atolladero en que nos encontramos no hace falta abrir canales de diálogo con los políticos nacionalistas que quieren romper España

El diccionario de la RAE define hemiplejia como "parálisis de todo un lado del cuerpo". Y esto es lo que parece que le ha pasado a Cataluña: que se le ha paralizado el lado derecho y que, ahora que es evidente que la independencia es imposible, el resultado del procés será una sociedad dividida y fragmentada y una política escorada a la extrema izquierda.

Era evidente que la política de Convergencia impulsaría esta dinámica: en la medida en que desde un pasado inventado de una Cataluña que nunca existió prometieron -huyendo de la realidad- un futuro perfecto, estaban abonando el terreno para el crecimiento de la izquierda populista. Al fin y al cabo, a las utopías que persiguen construir el paraíso en la tierra lo mínimo que se les puede exigir es que ese futuro al que debe sacrificarse todo (convivencia, respecto a la ley, seriedad institucional...) sea algo más ambicioso que una reunión de contables en día de fiesta mayor.

No ha ayudado nada que el modo de combatir esta utopía haya consistido exclusivamente en discutir sobre los costes de su hipotética realización, pues paradójicamente ha servido para legitimarla como proceso político realizable. Y menos ayuda el pretender enfrentarla desde la desideologización, aspirando a dar voz a los catalanes que quieren seguir siendo españoles pero sin acertar a articular un discurso que permita a esos catalanes reconocerse en un proyecto político no rupturista.

La consecuencia es una paralización del centro derecha en Cataluña, permitiendo que la centralidad política esté cada vez más a la izquierda, dejando un espacio político huérfano de representación. Y en una sociedad cuya cultura política es definida por los medios de comunicación, la ausencia del centro derecha de la política implica que va desapareciendo de la sociedad, pues las tendencias políticas e ideológicas no sólo reflejan lo que piensa una parte de la sociedad, sino que al mismo tiempo permiten que un sector social se siga reconociendo en un conjunto de principios y valores. Debe tenerse en cuenta que la desaparición de las instituciones de un partido que refleja determinados principios acelera la pérdida de vigencia de dichos principios entre aquellos que los asumían como propios.

Para salir del atolladero en que nos encontramos no hace falta abrir canales de diálogo con los políticos nacionalistas que quieren romper España. Cuando alguien sueña con el paraíso en la tierra es complicado pretender que vuelva a la normalidad a cambio de competencias sobre el dominio público radioeléctrico (en el supuesto, por cierto, que quede alguna transferencia por hacer que no hipoteque el funcionamiento del Estado). Sí es el momento de dirigirse a esa parte de la sociedad catalana que no haya abdicado del principio de realidad, y que siga considerando importante la libertad de enseñanza y el mérito en la educación, la libertad de empresa con responsabilidad social, el papel de la familia como primera unidad de solidaridad, una fiscalidad que incentive el ahorro y la inversión, una política de seguridad ciudadana que piense más en las víctimas que en los delincuentes, una política de inmigración que exija a los extranjeros una cierta acomodación a la sociedad de acogida, y que, cuando menos, no desprecie los sentimientos religiosos y que, aún sin ser confesional, reconozca la importancia cultural del cristianismo en la propia configuración de Cataluña, España y Europa.

Una fuerza política que de manera coherenta se dirija, con este discurso, a las clases medias catalanas, estará en condiciones de reconducir el debate político a una discusión racional sobre cómo alcanzar la libertad en el orden, evitando los riesgos del rupturismo y el populismo.

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