Hazte premium Hazte premium

Sergi Doria - SPECTATOR IN BARCINO

Aquel 4 de julio en el TNC

El teatro público está muy bien si el gobierno que lo financia con nuestros impuestos no lo utiliza gratis total para actos partidistas

Puigdemont, Junqueras, Munté y Romeva, en el TNC el pasado día 4 de julio INÉS BAUCELLS

El teatro público está muy bien si el gobierno que lo financia con nuestros impuestos no lo utiliza gratis total para actos partidistas. Y este es, por desgracia, el caso de la Cataluña del Procés donde el gobierno solo gobierna para una parte de la sociedad. Las dos formaciones de Junts Pel Sí y sus socios de la CUP tomaron el TNC que Ricardo Bofill proyectó con ínfulas neoclásicas para volver a dar el espectáculo. Hemos visto excelsas obras en ese escenario: de Arthur Schnitzler –¡gran profesor Benhardi!– a Eduardo de Filippo. El montaje del 4 de julio recordaba al comienzo de «Sopa de ganso», cuando el presidente Rufus T. Firefly impone su peculiar política en Freedonia. Claro que Llach y el señor Puigdemont no pueden competir con Groucho, aunque sea de chiste que invoquen el día de la independencia de los Estados Unidos en otro alarde histérico-histórico de megalomanía.

El martes 4 de julio de 2017 podía haber llevado el subtítulo de un libro de Cortázar que parafrasea a Verne: «La vuelta al día en ochenta mundos». Por la mañana el señor Puigdemont dio un paso más para ganarse su jubilación vitalicia de expresident y cultivó la mussoliniana divisa de Mussolini: «Credere obbedire combattere» sustituyendo a Baiget por Vila y a Vila por Puig. Hasta que dejó de «doblepensar» por unos minutos, el consejero «purgado» había obedecido, pero no parecía muy dispuesto a creer y, mucho menos, combatir si ello supone sufragar con su patrimonio personal la batalla patriótica.

Por la noche se anunciaba en la Modelo la proyección la película «Salvador» en memoria de Puig Antich, anarquista del MIL ejecutado al garrote en 1974 sin que los comunistas recauchutados que ahora lo jalean movieran un dedo para salvarlo. Y como la mañana daba todavía mucho de sí, los promotores de ese estado de excepción –si Puig Antich levantara la cabeza– que lleva por título oficial «Llei del Referèndum d’Autodeterminació» hicieron un primer ensayo del espectáculo de la tarde en la sala anexa del Parlament: los de la CUP –que proponen expropiar la Catedral– disfrutaban de sus papeles de prota, mientras el convergente Quicu Homs, relegado a extra sin frase, renegaba en Twitter. La ley «excepcional» es mareante: mezclar nacionalismo burgués y bolivarismo, con subtextos de Carl Schmitt y la Declaración de las Naciones Unidas conduce al delirium tremens.

No sabemos sí es ajustada la sentencia de Santayana de que los pueblos que no conocen su historia están condenados a repetirla. Aunque parece claro que algunos pueblos están empeñados en alcanzar la patética heroicidad que Brecht detestaba. El señor Puigdemont, en su momento número 3 por Gerona y presidente a dedo cuando el «astuto» Mas fue defenestrado por la CUP, quiere ser un héroe. Pero no un héroe de Bowie saltando el muro de Berlín, sino un héroe menestral de Juegos Florales: de los que satirizó don Santiago Rusiñol y cita el historiador Marfany en su deconstrucción de la falsaria Renaixença. Quienes invocan la autodeterminación se han empeñado en que seamos una colonia: eso les pasa a los convergentes con masía apurdanesa por frecuentar tantos festivales de habaneras. En lugar de indianos se han reconvertido en mambises, en lucha contra el Imperio Español.

El 6 de octubre del 34, Agustí Calvet, Gaziel, escribió una crónica que tituló: «Para los catalanes del mañana. Apuntes de una noche inolvidable». Habría de ser una lectura obligatoria para educandos de todas las edades; en voz alta y en el TNC: ¡eso es servicio público! Al evocar aquella infausta jornada aprehenderían la retórica indigesta de la demagogia y cómo el «Procés» progresa hacia la entropía: «Hay una contradicción angustiosa entre el escándalo que se levanta la radio y esa serenidad profunda de la noche sobre la ciudad. Diríase que Barcelona, vista desde lejos, está en calma, y que la fiebre que sentimos se debe tan sólo a esta caja demente que nos lanza discursos inflamados, sardanas, rumor de descargas y boletines de victoria. La Santa Espina, Els Segadors, La Marsellesa, El Virolai, El Cant de la Senyera, con sus voces vibrantes o melancólicas de hombres, mujeres y niños –esas voces amadas del Orfeó Català–, procuran entusiasmarnos o distraernos, pero en realidad sólo consiguen aturdirnos espantosamente».

Un delirio que en los minutos previos al espectáculo del TNC, constatamos en boca del expresidente del Parlament Joan Rigol; venía a decir, con tono montserratino, que todo el mundo debía seguir sin chistar las instrucciones de un señor Puigdemont reconvertido en Gran Timonel. Al caer la noche, los discursos y eslóganes de quienes pretenden saltarse la legalidad constitucional se solapaban con la demencia tragicómica que describió Gaziel.

Pasaron muchas más cosas el pasado martes. Kim Jong-un «felicitó» a su manera a los americanos lanzando un misil capaz de alcanzar Alaska, Juncker denunció el absentismo en el Parlamento Europeo. Pero aquí ya tenemos bastante con lo nuestro...

Esta funcionalidad es sólo para suscriptores

Suscribete
Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación