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Artes & Letras

Una novela polimórfica

Autor de poesía, narrativa para jóvenes y una obra de teatro, el salmantino Andrés Martín sorprende con el viaje de «Boreal»

El escritor salmantino Andrés Martín ABC

NICOLÁS MIÑAMBRES

Resulta sorprendente esta novela del salmantino Andrés Martín, autor de dos libros de poemas, merecedores de los premios Gerardo Diego y Ciudad de Salamanca, y de dos novelas para jóvenes. Sin olvidar la obra de teatro Elegía, Primer Premio de dramaturgia La Jarra Azul. Esta aproximación elemental puede servir de presentación de Boreal, especialmente de su estilo y de sus recursos. La lectura es una experiencia de literatura total: la prosa se articula con un sentido llamativo del ritmo poético y la utilización de todo tipo de recursos, con una advertencia al comienzo, casi in medias res: «Lo peor es no saber el signo exacto de este viaje». Pasadas dos páginas, se advierte: «Un largo, interminable viaje hacia el invierno». El viaje y el invierno son el modelo itinerante, caudal de las metáforas y recursos más audaces, que exigen una lectura pausada y reflexiva.

El protagonista, el maestro Antón, que «siempre ha sido un poco errante», viaja en compañía de su hijo Iván, refugiados en un tren que va hacia el terreno del frío, sin muchas referencias concretas. «El día, poco a poco, va asomándose a un paisaje, todavía neblinoso, de bosques inacabables». Cuando se terminen, «una línea imaginaria, una frontera invisible marcará el comienzo de esa tierra desolada en que los ríos se detienen a menudo con un caudal asfixiado por el hielo y solo algún arbusto alcanza a sobrevivir». La soledad de Antón se alivia ligeramente con la presencia de su hijo Iván, que «No le había preguntado los motivos del traslado», porque entre ambos existe cierta distancia afectiva: «A veces le preocupaba la impasibilidad de su hijo, no se reconocía en ella, le resultaba enfermiza, antinatural, un rasgo de vejez anticipada». De ahí la advertencia: «Es una población que no merece el nombre de ciudad, en una zona despoblada».

El camino hacia el norte, se inicia en tren, con personajes- símbolo de extrañas actitudes humanas. Y, presente siempre, está el recuerdo de la mujer: «A Vera le hubiera gustado este viaje». Superado el complejo capítulo II, padre e hijo siguen hacia el norte, a los territorios del frío, pero también de la esperanza; la acción recupera su ritmo, de bella lentitud estilística. Y pasarán por la escuela, una de las escenas más bellas de la obra, con la niña Alma cantando romances.

En el Norte, en cursiva, se lee: «No intentes comprender el corazón de esta tierra, está helada desde siempre». Es el canto al frío, índice de algo misterioso. La condición alegórica de la obra alcanza su cima, se amplía el paisaje y los personajes, simbólicos, pero la ausencia de Alma «es la que más le duele a Antón». Y llega el encuentro con Alma, humilde receptora pero el final es claro: «Esta tierra es del viento cuando quiere…». Al terminar la obra, la nieve prevalece, con todos sus variados nombres. pero Iván recibe emocionado la aurora boreal y… ¿acaso, una forma de cierto sentimiento amoroso?

De esa tentación, de ese peligro, surgen las palabras resolutivas de su padre: «Vamos, Iván, nos esperan mejores días». He ahí el bello final de esta gran novela: «el silencio que se extiende entre ellos está sembrado de palabras nuevas y el páramo, despojado ya de la amarga nieve de la víspera, parece velado en la lejanía por una tibia, leve niebla de clemencia».

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