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Artes&Letras

«Bebíamos con afán todo lo innovador que venía de fuera»

Anaya, la desaparecida Miñón o la sueca Bohem Press fueron algunas de las editoriales para las que trabajó el premiado dibujante salmantino, que junto a sus compañeros de la muestra «Cambio de luces» que exhibe el Patio Herreriano de Valladolid cedida por el Museo ABC, contribuyó en los 70 a sentar las bases del dibujo moderno

El salmantino Luis de Horna, junto a algunas de sus ilustraciones, en el Patio Herreriano de Valladolid F. HERAS

H. DÍAZ

Allá por la década de los setenta hubo un colectivo de ilustradores que, sin pertenecer a ninguna generación concreta, sentaron las bases del dibujo moderno. Uno de ellos fue el salmantino Luis de Horna, obstinado buscador de la belleza. Premio Nacional de Literatura Infantil a la Mejor Labor de Ilustración hasta en dos ocasiones, dice que nunca se consideró un adelantado a su tiempo, aunque sí que sintió una enorme curiosidad por lo que se hacía más allá de nuestras fronteras en aquella España un tanto «marginada» del circuito internacional artístico. Sus trabajos forman parte de la exposición «Cambio de luces» con la que el Museo ABC ha recalado en el Patio Herreriano de Valladolid.

-¿Recuerda cómo fueron sus comienzos?

-Recuerdo una gran aptitud para dibujar. En el colegio donde yo estudié, en Carrión de los Condes, daban una facilidad tremenda para las aficiones de tipo artístico. Allí comencé a dibujar con tinta china y plumilla. Luego, volví a estudiar el Preuniversitario a Salamanca, donde hice mi primera exposición a los 18 años, y desde entonces he simultaneado pintura, ilustración y fotografía.

-¿Tuvo en sus inicios algún mentor especial?

-Formé parte, junto con antiguos compañeros del colegio, de una especie de clan de amantes de arte, y teníamos un lugar de reunión en la «rebotica» de una imprenta que regentaba en Salamanca el fotógrafo José Núñez Larraz, que fomentaba la creatividad. Uno de los que formó parte de este grupo fue el poeta Aníbal Núñez.

«Quise ilustrar a Miguel Delibes con la única finalidad de poder comer un día con él, y así sucedió»

-Dicen de usted que intuyó con una década de antelación la renovación que luego llegaría a la ilustración española. ¿Se consideró un adelantado?

-¡Nunca me he considerado adelantado de nada!; pero sí tenía una gran curiosidad por ver lo que se hacía en otros sitios por medio de revistas de diseño gráfico, ilustración... Estábamos en una dictadura un poco cerrada, todo lo que venía de fuera innovador en cuanto a arte, ilustración o diseño lo bebíamos con afán. Luego estuve dos años viviendo en Londres y para mí fue un baño de arte maravilloso.

-La editorial vallisoletana Miñón, para la que usted trabajó (también lo hizo para Anaya y para sueca Bohem Press, entre otras), fue uno de los grandes focos irradiadores de esa renovación. ¿Se podía, entonces, ejercer desde la «periferia»?

-¡Claro que sí se podía trabajar! Lo que ocurre es que muchos de mis encargos para el extranjero yo me los curraba porque me iba a las ferias de Frankfurt o Bolonia y allí contactaba con las editoriales. Pero Valladolid también fue importante con Miñón, bajo la dirección artística de Paz Altés, que promovía una serie de publicaciones infantiles y juveniles con ilustradores que entonces parecían punteros.

-Aquellos años 70 comenzaba una época de cambio en España, ¿imponían muchos criterios las editoriales?

-No, lo que ocurría es que entonces las editoriales tenían la manía de quedarse con los originales, y esa fue una de las primeras luchas que mantuvimos los ilustradores. Gracias a ella se pueden exhibir muchos de los originales que están aquí.

«Una de las luchas que mantuvimos los ilustradores con las editoriales de entonces fue para quedarnos los originales»

-Entonces, ¿les dejaban vía libre para trabajar?

-Sí, sí. Nunca tuve ningún problema. Hay una manía de pensar que en tiempos de la dictadura había un control férreo de todo lo artístico, y no es así. Yo, por lo menos, en el campo de la ilustración no tuve ningún problema.

-¿Cómo definiría aquella época a nivel creativo?

-Con ilustradores muy diferentes. ¿Y por qué? Porque cada uno tenía una manera de ver el texto. Es lo que tenemos que hacer todos los creadores, en cualquier campo. Lo primero, ser honesto con uno mismo y no caer en esa trampa de adaptarse al estilo que se lleva.

-Realizó muchos trabajos para publicaciones infantiles. ¿Le resulta más sencillo o complicado conectar con la mente de un niño?

-Me resulta más fácil hacer ilustración si va destinada a los niños y también a la poesía. Conecto muy bien con García Lorca porque es tan rico en sus expresiones, en su simbolismo y en sus reflexiones en un solo poema que te da mucho pie a dibujar. A diferencia de una novela, que si vas a ilustrar un pasaje, sólo puedes hacer lo que está narrando.

-¿Qué trabajo recuerda más costoso?

-«Tres pájaros de cuenta», de Miguel Delibes. Él hablaba de tres pájaros concretos (la grajilla, el cuco y el cárabo) y yo no tenía ni idea de cómo eran. Recuerdo que Paz Altés me proporcionó una guía de aves. Quise ilustrar a Delibes con la única finalidad de poder comer un día con él, y así sucedió.

Ilustración de Luis de Horna

-¿Y el que recuerda con más cariño?

-Todas las ilustraciones las tienes que hacer con gran cariño, pero si tengo que elegir uno, quizá la colección que le propuse a Miñón de unos libros basados en temas de la Biblia.

-En 1975 creó un taller de grabado. ¿Se llegó a sentir más cómodo con este género?

-Todo lo que sea creativo a mí me atrae, ya sea fotografía, grabado, ilustración, pintura (tendrá en agosto una exposición de pintura en Salamanca). ¡Todo es creación! Hay algunos que todavía colocan la ilustración como algo de tercera categoría en relación al arte, pero hay grandes artistas que han sido ilustradores -Durero, Rembrandt...- Incluso pintores que elaborando un cuadro ilustraban una historia, por ejemplo, Velázquez en el cuadro de «Las lanzas», donde está ilustrando un hecho en el que acaba una guerra y una rendición. Es la ilustración de una historia.

-¿Y actualmente se va superando esa visión de la ilustración como un «arte menor»?

-Creo que sí vamos asumiendo que cada vez es más valorada. Pero pasó lo mismo con la fotografía, ¿quién se atrevía al principio a hacer una exposición de fotografía?

-Han pasado 50 años desde que comenzara profesionalmente en este mundo. ¿Cómo ha visto la evolución de la ilustración española?

-Creo que a bien. Hay más ilustradores en el sentido artístico, más personales.

-¿Y a nivel editorial?

-La crisis ha causado daño en el sentido de que las editoriales no se han atrevido a publicar tanto como antes y el panorama es más competitivo porque hay mucha gente y buena.

-Cuando usted ve una de sus primeras obras, ¿qué impresión se lleva?

-Con el paso del tiempo ves a tus «hijos» como algo que fue importante en tu vida pero que ya vive por su cuenta. Ya no son tuyos en exclusiva sino del espectador en general.

-¿Ha trabajado alguna vez con paleta gráfica o es de los de papel y lápiz?

-¡Qué más da el medio! Todo sistema es bueno, lo que importa es el resultado. Con un lápiz puedo hacer un garabato, pero también una obra maestra. Ahora estoy trabajando mucho con el ordenador en pintura.

-¿Ha cambiado, entonces, mucho su forma de abordar el trabajo?

-Puede que en las formas externas, la técnica, haya evolucionado algo, pero siempre he mantenido un cierto espíritu en mis creaciones. Siempre, a mi modo de ver, hay que buscar la belleza.

-Pero el dibujo sigue siendo la base de su obra...

-¡Claro! Sin dibujo no hay nada que hacer, aunque no quiere decir que sea un dibujo académico.

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