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Provincia

La ONU vive en Recas

Casi un tercio de los 4.688 vecinos de este pueblo toledano son extranjeros. Proceden de 43 nacionalidades, con predominio de Malí, Marruecos y Rumanía

En el colegio, hay clases donde más del 75 por ciento de los niños son inmigrantes LUNA REVENGA

JUAN ANTONIO PÉREZ

La clase de segundo de Infantil en el colegio público César Cabañas Caballero de Recas es un conglomerado de nombres que parecen sacados de cualquier prueba de los Juegos Olímpicos : Yosif, Iker, Estrella, Fanta, Zoumana, Carmen, Mohamed, Siaka, Djefode, Yasmín, Mahamoud, Yago, Kenssa, Moussa, Toumani Tiemoko, Licheng y Marua. El aula no es más que un reflejo de lo que es el pueblo: una pequeña ONU en plena Sagra toledana.

Recas es el pueblo de la provincia (y de toda Castilla-La Mancha entre los que tienen más de 1.000 habitantes) con una mayor población inmigrante. Según los datos oficiales, los extranjeros son 1.489 de los 4.688 vecinos censados, el 31,7 por ciento del total , y proceden de 43 nacionalidades. Casi la mitad de ellos (652 personas) son de Malí. Les siguen los marroquíes (353 personas) y los rumanos (171 personas). La pregunta es sencilla: ¿por qué Recas y no otro pueblo?

«Los primeros inmigrantes llegaron hace 30 años, por lo menos. Eran negritos» , dice María, una trabajadora del Ayuntamiento. Aterrizaron en el pueblo para trabajar en el campo, ya que por entonces Recas tenía multitud de huertas en las que, principalmente, se cultivaba lechuga, zanahoria y cebolla. Sin embargo, con el tiempo las huertas fueron desapareciendo.

Sentado en un banco de la plaza, un jubilado que prefiere no dar su nombre dice: «Aquí antes había trabajo para todos, pero hoy en día ya no», y comienza un monólogo en el que raja del Gobierno nacional por llevar «a la ruina» a los agricultores.

Ahora muchos inmigrantes, sobre todo los malienses, se ganan la vida en granjas y mataderos de aves en pueblos vecinos como Lominchar. Los casos de Sumayla, Muribu y Mahamadou son un ejemplo.

En un pobre español, Mahamadou dice que los requeños les tratan «bien». En el pueblo, nadie habla mal de los inmigrantes en público. Gonzalo Ballesteros, director del único colegio en Recas, asegura: «Ninguno de los problemas que pueden surgir se le puede achacar a la inmigración. En el colegio, la mayor dificultad surge a la hora de contactar con las familias . Tal vez porque trabajan demasiado o tal vez por el idioma, nos cuesta comunicarnos con ellos».

Otro vecino dice: «La mejor gente que hay es la de Malí, son todos negros. Yo no estoy en contra de la inmigración. Las fronteras las han hecho los hombres, no Dios. La gente que se viene jugando la vida es porque en su país están mal. Si aquí pasara eso, ¿qué íbamos a hacer? Pues lo mismo».

Pese a que los inmigrantes llevan 30 años en el pueblo y son casi un tercio de los vecinos, ninguno de ellos ha sido nunca concejal. Quizás, hasta que no se dé ese paso, la integración no será total en el pueblo.

Polémica con el padre Ángel

El verano del año pasado Recas fue noticia nacional cuando el padre Ánge l, presidente de Mensajeros de la Paz, denunció públicamente que la alcaldesa, Laura Fernández, había impuesto el requisito de que los niños que acudieran al comedor social tenían que estar empadronados en el pueblo.

Muchos medios de comunicación interpretaron aquello como una clara muestra de racismo de la alcaldesa al diferenciar entre españoles y extranjeros. «Dijeron que no dábamos de comer a los inmigrantes, y no fue así» , se queja una vecina.

En realidad, la exigencia del empadronamiento se debió a la okupación. Se trata de un problema «importante» que ha aumentado desde que abrió el comedor social y que estaba creando dificultades en la convivencia, según defendió en su momento la alcaldesa.

Hace un par de meses, decenas de agentes de la Guardia Civil se desplegaron frente a un edificio okupado en la calle Hontanilla para desalojar a los inquilinos de 16 viviendas, pero cuando entraron la mayoría de los pisos ya estaban vacíos. En el último lustro, de este edificio han ido desapareciendo puertas, ventanas, inodoros, incluso un equipo de bombeo valorado en 300.000 euros.

Los vecinos de la zona coinciden en que los okupas eran españoles y marroquíes, pero no de Recas. Hoy, un par de meses después del desalojo, siguen viviendo decenas de familias en este edificio. Hay inmigrantes y españoles. Dicen que viven de alquiler, pero no hay manera de comprobarlo.

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