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Antonio Illán

El embrujo de La Odisea

Rafael Álvarez El Brujo encanta al Teatro de Rojas

El Brujo durnate su representación en el Teatro de Rojas Efe

POR ANTONIO ILLÁN

Título: L a Odisea . Autor: Homero. Versión, dirección e interpretación: Rafael Álvarez El Brujo . Músicos: Daniel Suárez “Sena” y Javier Alejano . Escenografía: Roberto García. Diseño de vestuario: Georgina E. Moustellier . Iluminación: Miguel Ángel Camacho.

Rafael Álvarez El Brujo es un actor genial, cuando quiere; un histrión, cuando le da la gana; un bufón, cuando lo considera oportuno; un provocador cuando le sale de esa parte que se le hincha a Ulises; un entretenedor, cuando alarga el tópico con morcillas traídas por los pelos; un adulador del público, para metérselo en el bolsillo; un narrador excepcional; un profesional que domina todos los registros de la escena; y un magnífico empresario de su propio capital basado en la fuerza de su trabajo como “actor solista”. Todo esto y mucho más es lo que el público goza, ríe y aplaude en La Odisea, la última propuesta escénica que ha ofrecido en el Teatro de Rojas.

El Brujo es más que un actor, es bastante más que un estilo de interpretar, es prácticamente un género teatral. Te gusta o no te gusta. Lo normal es que el público se rinda a sus pies o se eche en su brazos y le ría el gesto y la palabra, el deje y la frase ingeniosa, la interacción con el entorno y las referencias a lo que pasa en la calle y la actualidad más mediática. Pero también hay gente no avisada, que, tras ver lo que ve, dice: ¿y esto es teatro?, ¡esto es una mamarrachada! Yo me he apuntado, desde su prehistoria como actor en compañía y luego como actor en solitario, al grupo de los que se divierten con su forma de ser actor sobre el escenario.

En La Odisea, es evidente que sabe todo lo que tiene que saber del texto clásico y lo cuenta maravillosamente, en la parte de la actuación que lo cuenta. En ese caso hay actor y texto, hay contenido, el propio de la obra de Homero, con sus personajes, sus acciones, sus emociones… Están los dioses que mueven a los héroes y a los hombres. Está Palas Atenea como el ángel de la guarda de Ulises, está el viaje largo y lleno de experiencias, está Ítaca la patria que espera y Penélope en ella y Telémaco y el perro Argos que es el primero en reconocer a Ulises y del que el Brujo habla más que Borges o Kavafis, y están las pasiones, la violencia, lo sobrenatural, lo mítico, la democracia y las perversiones de la misma, la sabiduría, la paz o la guerra. Y El Brujo lo sintetiza y la traslada con la gracia de quien enseña y con el deleite de quien divierte. Luego viene lo que es texto de su cosecha, que, aunque parezca improvisación, tiene más de esquema previo estructurado y aprendido para tirar del hilo necesario en función del público asistente, del lugar o de las propias ganas que el actor tenga ese día.

Es evidente que el género de teatro El Brujo, representado por el actor Rafael Álvarez El Brujo, es en esencia un ejercicio de riesgo con una práctica funambulista que puede triunfar o fracasar. Sin embargo, él lo sabe y juega con ese riesgo, porque está acostumbrado al éxito, cuya clave es la empatía con el público, que es lo que le permite autorregularse y frenar cuando se está pasando de la raya. Quienes vieron La Odisea pueden corroborar esto, por ejemplo, con las repetidas referencias al niño que hace unos días llevó una diputada de Podemos al Congreso. A mí me parece mucho mejor cuando hace de actor que cuando se procura un entretenimiento, fácil para él y también para el público, con las redundancias o las sobreactuaciones sobre elementos de conversación callejera. Es evidente que domina las claves del humor, si bien en ocasiones abusa de los tópicos y las repeticiones y clichés simplificadores.

La Odisea que vimos en el Rojas, como todas sus actuaciones, fue una función irrepetible y única. Difícilmente se pueden ver, si se le sigue, funciones iguales, pues en el género de teatro El Brujo, la igualdad no existe, aunque todo su hacer responde a un trabajo minucioso sobre estructuras, gestos y palabras. Es decir, no es un espectáculo de ocurrencias, sino de una finísima y tupida elaboración.

En La Odisea El Brujo lleva el cubismo al teatro. En un momento él mismo habla de la obra de Picasso y de ese proceso de deconstrucción de la realidad que lleva a pintar a gente con tres narices. El Brujo también desmonta a los clásicos, en este caso a Homero, y los presenta con una técnica cubista, valleinclanesca, pero no tanto. Se podría decir, aunque sería de justicia argumentarlo, que esperpentiza a los clásicos y en algunas ocasiones él se convierte en su propio esperpento.

Con una escenografía funcional, como suelen ser las últimas escenografías teatrales que permite el 21% de IVA, con música en directo, y con un actor excelentemente dirigido por sí mismo, La Odisea resultó un espectáculo extraordinario para espíritus populares con ganas de reír y de pasarlo muy bien durante dos horas sin descanso.

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