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Enrique Sánchez Lubián - Esbozos para una crónica negra de antaño (I)

Muerte de Juanito «El Ciego» a las puertas de una mancebía

Ocurrió en octubre de 1913 en los rodaderos de la Candelaria; Juanito perdió el equilibrio y se despeñó por el derrumbadero

Casas del Patíbulo, en el Corralillo de San Miguel, en las cercanías del rodadero de la Candelaria, donde murió Juanito "El Ciego» (Foto Rodríguez, AHPT)

Enrique Sánchez Lubián

En una de las amistosas cartas que durante sus años de estancia en Toledo Francisco Navarro Ledesma remitió al escritor granadino Ángel Ganivet le confesaba que acompañado por un cicerone competente se proponía «visitar todos los lupanares de esta ciudad, desde los frecuentados por el cabildo y personas finas hasta los del uso de la soldadesca desenfrenada». La misiva estaba firmada en agosto de 1891 y en ella añadía que «la experiencia y los viajes me han enseñado que, sin conocer eso, no puede tenerse idea del alcance filosófico-moral de una población», así como de sus gustos e inclinaciones.

Francisco Navarro Ledesma, quien en 1891 confesó a Ángel Ganivet su intención de recorrer todos los lupanares toledanos para conocer mejor el alcance filosófico-moral de la població

Si en 1478 el regidor Pedro Núñez de Toledo sufragó la construcción de unas casas y mesón en la calle de la Calabacería (inmediaciones de la Ermita de la Estrella y Puerta del Sol) con la obligación de que se trasladasen a ellas todas las mujeres de partido de la ciudad, para alejarlas de los aledaños de la Plaza de Zocodover , en los años en que Navarro Ledesma llegó a la capital quienes visitaban a estas jornaleras el amor debían adentrarse por las callejuelas que discurrían desde las iglesias de San Miguel el Alto y de San Justo hasta las cercanías del río. Por allí abrían sus puertas numerosas mancebías, donde, según descripción de Félix Urabayen , vivían «las Margaritas libres y rebeldes» al sexto mandamiento de la Ley de Dios. «Cuentan –añadía el escritor navarro en su Toledo la despojada - que estos barrios son los dulces asilos donde la plebe esclava de Venus oficia fervorosamente su pagana ofrenda... Aquí puede saborearse a las altas horas de la noche uno de los misterios más gozosos. Desde lo hondo suben las plegarias del Tajo, arrastradas por el sordo rumor de sus aguas. Enfrente se despereza Venus en celdas no muy pulcras. Sus sacerdotisas bullen, se agitan, rasgan el aire con vocablos casi místicos, mientras los faunos maldicen y rugen sin tanta pereza».

En la prensa de aquella época, finales del siglo XIX y primeros años del XX, encontramos frecuentes noticias sobre trifulcas, pendencias, cuchilladas y broncas registradas en aquellos locales. Un cabo de la Zona Militar, Leopoldo Sangenis Llivi murió en noviembre de 1905 a las puertas de una casa de lenocinio ubicada en la calle de la Prensa apuñalado con el machete de su propio Mauser, que le había sido arrebatado por sus agresores. Siete puñaladas recibió Isidoro Cueto Crespo , alias «Temerario», durante una noche de copas en la calle de la Flor en octubre de 1922. Y un joven de diecisiete años, Juan Mozarello Gallego , sufrió un disparo en la clavícula mientras manipulaba un pequeño revólver en un lugar de mala nota en la misma calle. La mayoría de estos incidentes se saldaban, afortunadamente, con oportunas curas en la Clínica de Urgencias. Así les ocurrió a Carmen Escobar y Laura Alcalde , dos «rabiosas», según fueron calificadas por el semanario Zeta , quienes a finales de 1912 riñeron «por asuntos del oficio» en el callejón del Alcahoz.

«Las rabiosas», noticia publicada en el semanario Zeta el 19 de diciembre de 1912.

Al hilo de estos incidentes no faltaban llamadas públicas a las autoridades para que incrementasen la guardia en tales lugares. «Debemos hacer notar –pedía Diario de Toledo en 1894 tras el apuñalamiento de otro militar en el Alcahoz- que la vigilancia en el callejón [...] deja mucho que desear, y sucede que muchos graciosos dan golpes en las puertas, provocan a los que por allí circulan y amenazan a las desgraciadas mujeres que en él tienen su domicilio». En 1899 Teodoro de San Román Maldonado , primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Toledo, sufrió en propia persona lo desagradable de estas situaciones. Ante una denuncia de «La Electricista Toledana», empresa encargada del alumbrado en la ciudad, relativa a la constante rotura de farolas y bombillas en la calle de la Prensa, decidió hacerse acompañar de un sereno municipal para conocer de primera mano qué estaba ocurriendo. Así llegaron a la entrada de una «casa non sancta», encontrando en su portal a dos agentes y un cabo de la policía gubernativa en «dulce coloquio con las pupilas». Al recriminarles su actitud y pedirles que abandonasen el lugar y se dedicasen a ejercer labores de vigilancia en otros lugares de la ciudad, estos le respondieron insolentes que sabían bien cual era su deber y que el alcalde no tenía potestad para llamarles al orden. El incidente se saldó con la celebración de una sesión secreta en el Ayuntamiento , para dar cuenta de lo sucedido y pedir al ministro de la Gobernación que estos agentes, quienes ya estaban suspendidos durante quince días, fuesen destituidos y expulsados del cuerpo de vigilantes.

En ocasiones las llamadas al orden eran más sui generis. En octubre de 1898, un «celoso» inspector de Higiene, Antonio Valdaliso, detuvo a cuatro criadas de servir, en el momento en que entraban en una casa de «contratación de carne blanca». Ante tal hecho, en las páginas de La Aurora , tras alabar la actuación del servidor público, quien se proponía continuar tan plausibles acciones, se pedía la colaboración de las amas, «tasando a sus criadas el tiempo que invierten en ir a la plaza, al anochecer, sobre todo».

Sin embargo, si hubo un suceso en estos lupanares que conmovió a los toledanos fue la muerte de Juanito «El Ciego» , ocurrida en octubre de 1913. Vecino de Madrid, Juan Fernández Pardo , de cuarenta y cinco años, pasaba algunas temporadas en nuestra ciudad, alojándose en casa de un compañero invidente, Leoncio Lumbreras Fernández , natural de Los Yébenes y domiciliado en la Bajada de Don Fernando.

En la tarde del miércoles 16, ambos, provistos de guitarra y bandurria, salieron por las calles de Toledo buscando ganarse unas monedas. Así llegaron hasta las cercanías del Alcázar, recorriendo varias casas «de vida alegre» por si se solicitaban sus servicios para animar alguna velada. Al llegar a una de ellas, situada sobre los rodaderos de la Candelaria, se pararon para tocar unas piezas. Como vieron que nadie quería baile iniciaron la retirada, pero con tan mala fortuna que Juanito perdió el equilibrio despeñándose por el derrumbadero. Allí quedó sangrando abundantemente por nariz y boca. Asustado, y sin poder conocer el alcance del accidente, su compañero comenzó a gritar, haciendo gente y alertando de lo sucedido a dos agentes de la policía municipal que estaban en Zocodover. El malogrado ciego fue trasladado en camilla al Hospital, donde nada pudo hacerse por él. Dos horas después, sobre las once de la noche, el doctor Alcubilla certificaba su muerte por hemorragia cerebral.

Pero si la aciaga muerte de Juanito causó gran efecto entre los toledanos, aún lo haría más la emotiva noticia que de su sepelio, y bajo el título «¡Y seguían al muerto!...», publicó en El Eco Toledano el periodista TEERRE, seudónimo con el que firmaba Tomás Rodríguez Bolonio:

«Como tres cipreses de camposanto, mudos y sombríos; como tres fantasmas llenos de misterio, insensibles a cuanto les rodea, guiados por sus pensamientos, ya que las pupilas blanquecinas de sus ojos muertos no reciben la luz de los objetos. Como tres huérfanos sin amparo y sin fortuna tras el cadáver de su hermano mayor, así seguían paso a paso, muy tristes, unidos de la mano en mutuo e instintivo consorcio, tres ciegos al miserable carro fúnebre que conducía los destrozados restos de un compañero víctima de su infortunio [...] Van solo los tres compañeros de desgracia; como él, ciegos; como él, desdichados. Y van solos los tres, silenciosos, sombríos, unidos de la mano, porque ellos solos son capaces de sentir esa emoción grande, porque, quizá, allá dentro, más allá del fondo blanquecino de sus insensibles pupilas, vean con los ojos del alma, como únicamente ellos pueden ver, la vida real, libre de deslumbrantes colores, materiales perfecciones y ficticias bellezas que seducen y engañan...».

La soledad del sepelio contrastó con el boato que unos días antes había vivido la ciudad de Toledo durante el entierro del cardenal Gregorio María Aguirre , fallecido el 10 de octubre, quien recibió sepultura frente a la antigua Capilla de Santa Marina en la Catedral Primada . Y mientras sus restos siguen allí, bajo una artística lápida de bronce, los del malogrado Juanito, cual providencial metáfora de esa vida libre de engañosos colores y bellezas que auguró TEERRE, fueron exhumados en 1924 y depositados en la montonera ignota del osario municipal. «Pulvis es et in pulverum reverteris».

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